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No somos jueces de los demás

Pensando en Voz Alta

Por: Enrique A. Gutiérrez T, SJ

Marzo 22, 2019

Qué fácil es señalar a quien ha obrado mal, enjuiciarlo y condenarlo. Lo hacemos con lujo de detalles y gran propiedad. Nos sentimos con autoridad moral para hacerlo. No nos cuesta mayor cosa. Me pregunto por qué obramos de esa manera. Por el contrario, cuando se trata de mirar a nuestro interior, encontramos mil y una razones que explican y justifican nuestro modo de proceder. Nos excusamos con gran facilidad, todo lo queremos justificar. Sin embargo, la manera como Jesús ve las cosas es distinta.

Veamos. La pregunta que Jesús le hace a su auditorio es clave “¿piensan que porque ellos sufrieron esa muerte eran más pecadores que los demás galileos?”. Se refería al caso de los galileos que Pilatos había mandado matar mientras ofrecían sacrificios. Más aún, Jesús vuelve a afirmar “aquellas dieciocho personas que murieron en Siloé, aplastadas por la torre que les cayó encima, ¿piensan que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Ante ambas preguntas Jesús responde “les aseguro que no”. Y añade “y si ustedes no se arrepienten, van a perecer todos por igual”. Esto lo dice dos veces. Los oyentes de Jesús se sienten cuestionados porque no han sido objetivos en el juicio que han hecho. Se han dejado llevar de las apariencias y se han equivocado.

Esto lo ratifica Jesús por medio de la parábola con la cual refuerza su enseñanza. Es la de la higuera estéril, la que durante tres años no ha producido fruto y debe ser cortada para que “no ocupe terreno inútilmente”. Sin embargo, el encargado de la viña pide “Señor, déjala todavía otro año”. Y asume un compromiso “tal vez entonces dé cosecha. Si no da, entonces sí la cortas”. Alguien que conoce el interior, Jesús mismo, es quien juzga y, por eso, afirma lo que sucede.

Nosotros, no conocemos el interior de las personas, no tenemos todos los elementos para hacer juicios, afirmar taxativamente apreciaciones y valoraciones. Estamos llamados a ser cautos y prudentes con respecto a lo que pensamos y decimos sobre los demás, especialmente cuando podemos hacer daño. Por todo lo anterior, podemos comprender que no estamos llamados a ser jueces de los demás, a convertirnos en los censores de los actos u omisiones de las demás personas, a condenar y criticar. Debemos mirar hacia nuestro interior y preguntarnos si hemos fructificado o no.

El ejemplo de la higuera nos debe ayudar a reconocer cuál es nuestra misión y qué se espera de nosotros. Dar fruto es responsabilidad de cada uno, de acuerdo a los dones recibidos. ¿Realmente, lo estamos haciendo? ¿Qué cuenta daríamos sobre la administración de lo recibido? El tiempo de cuaresma es una época propicia para esta revisión de vida, tanto con respecto a nuestra manera de ver a los demás, de juzgarlos y de analizar sus comportamientos, como el análisis que debemos hacer a nuestro interior con respecto a si hemos dado fruto o no. Tengamos presente que estos dos aspectos van interrelacionados y, por lo tanto, seremos juzgados por ambos, la manera de ver a los demás y si hemos dado fruto o no. No olvidemos que “no somos jueces de los demás, miremos primero a nuestro interior”.

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