Pensando en voz alta | 5 de febrero de 2023
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Por: Enrique A. Gutiérrez T., SJ.
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Me he preguntado en diversas circunstancias si nosotros, como creyentes, podemos decir que tenemos un plan de vida. Basta leer los textos de este domingo para comprender que la respuesta es afirmativa. Veamos.
En la primera lectura, tomada del profeta Isaías, se nos presenta todo un programa de vida en cuanto hace referencia a una de las actitudes fundamentales para el cristiano: el servicio y la solidaridad. Nos dice el profeta “parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne”. Pienso inmediatamente en lo que hemos llamado las obras de misericordia, las obras de ayuda al necesitado. ¿No es, acaso, todo un programa de vida? Más aún, continúa el profeta “cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”.
Es una invitación a un examen de conciencia, a preguntarse en qué medida he realizado lo que el profeta plantea como un desafío, a hacer de ese texto un camino, un programa de vida. Si nosotros asumiéramos con seriedad lo que nos dice el texto, la realidad del mundo sería otra, no tendríamos las injusticias, desigualdades y contradicciones que encontramos todos los días.
El texto del evangelio se mueve en la línea de complementar lo que nos ha dicho Isaías. Nos habla del compromiso de ser luz y de ser sal. Estamos llamados a disipar las tinieblas que rodean a este mundo en el cual vivimos, a mostrar que es posible caminar en la luz, más aún, a ser luz para los demás, a ayudar a salir de la oscuridad a muchos que andan como perdidos. Por otro lado, el ser sal de la tierra es la invitación a darle sentido, a ponerle sabor a lo que hacemos, a la manera como vivimos. La luz no se esconde, dice el texto, la sal no puede perder el sabor. Y enfatiza que la luz es para compartirla y termina diciendo “alumbre así su luz a los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre que está en el cielo”.
Es la invitación a ser testimonio de vida para los demás, a hacer creíble nuestra palabra por las obras que quieren mostrar la fe que profesamos. Me pregunto una vez más, si este ser sal y ser luz, no es un complemento al plan de vida presentado por el profeta Isaías. Invito a quien lea esta columna a hacerse una pregunta ¿qué significa en el contexto actual de nuestra realidad, del país en el cual vivimos, el hecho de ser llamados a ser sal y luz? ¿Cuáles son las consecuencias del plan de vida que se nos propone y qué cambios debemos hacer en nuestra vida para ser fieles a dicha vocación?
La respuesta le corresponde a cada uno de nosotros, sabiendo que Dios nos conoce muy bien.
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