La vida es siempre un camino que debemos recorrer. En ese camino encontramos obstáculos que debemos superar y triunfos que nos permiten sentir la alegría de lo que se ha logrado con esfuerzo y dedicación. Hay momentos en los cuales las penas se hacen más duras y difíciles. En otros momentos y situaciones la vida nos sonríe. Nos sentimos plenos y felices.
El evangelio de este domingo, día en el cual celebramos la fiesta de la Transfiguración del Señor, nos permite acercarnos al sentido del dolor en nuestra vida, porque lo podemos comprender a la luz de la alegría. El camino de la cruz conduce necesariamente a la gloria de la resurrección. El viernes santo lleva a la mañana gloriosa del domingo de pascua. El sufrimiento es solo una parte de nuestra vida. No lo es todo, aunque sea el que más nos golpee.
Cuando escribo estas líneas pienso en personas concretas que sufren, particularmente por asuntos de salud. Mi invitación es para ellos. Acerquémonos a la persona de Jesús, descubramos en el evangelio de este domingo todo el sentido que nos ofrece para la vida. No todo es oscuridad, no todo es sombrío. Estamos llamados a descubrir esa luz que proyecta la esperanza y a descubrir desde allí el sentido de lo que somos y hacemos.
La vida está marcada por esos dos aspectos: el Calvario, simbolizado en la cruz y la pasión, el Tabor, que expresa la alegría y el gozo de la resurrección. Las dos realidades van unidas, las dos se dan en nuestra vida, no podemos pretender vivir la una, sea la que sea, ignorando la otra. Ese es el mensaje de Jesús. No quieras sentirte tan mal y golpeado que olvides el gozo, la esperanza y la alegría. Tampoco puedes pretender vivir en la gloria solamente, pues te puedes engolosinar y olvidar del dolor y el sufrimiento como caminos de maduración en la vida.
Seguir a Jesús es asumir el camino que él vivió como parte de nuestro propio camino. Los dos aspectos son inseparables. No podemos olvidar la lección que nos enseña Jesús hoy. Al mismo tiempo, estamos llamados a comprender que nuestro sufrimiento no es el único ni el más grave, que hay otras personas que puedan estar padeciendo más que nosotros. Recordemos la sabiduría que hay en el dicho popular “siempre me había quejado de que no tenía zapatos hasta que encontré a alguien que no tenía pies y era feliz”.
Cada noche anuncia un nuevo amanecer, cada dolor engendra esperanza y conduce a un gozo más pleno e interior. Solo cuando miramos la vida a la luz de la fe, descubrimos lo valiosa que es la escuela del dolor como camino a la luz.