Pensando en voz alta | 27 de marzo de 2022
Por: Enrique A. Gutiérrez T., SJ
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Muchas veces hemos escuchado el pasaje que el Evangelio de este domingo nos pone a consideración. Otras tantas lo he leído, especialmente para preparar a grupos de personas para el sacramento de la reconciliación. Nos es muy familiar la historia y por eso podemos pasar por encima de ciertos detalles y ciertas reflexiones. Los invito a que interioricemos el sentido de la parábola.
Un primer acercamiento nos puede llevar a pensar, y con mucha razón, en lo que viven las familias por diversas circunstancias. Los hijos que deciden irse de la casa, reclamando o no la parte de la herencia que les corresponde. Son los que no aceptan la autoridad de los padres, o deciden irse para hacer su vida, buscando nuevos horizontes, recorriendo nuevos caminos. Sabemos que los hijos, como dice un autor, no son tus hijos, sino hijos de la vida. Que es cierto que deben tomar vuelo, pero lo que no aceptan los padres es que salgan de la casa de mala manera, como si los estuvieran echando.
Un segundo aspecto es el referente a la libre decisión, a la capacidad que cada persona tiene para ejercer su libertad. Uno puede decir que el hijo menor tomó la decisión que consideró era la mejor, que se pudo haber equivocado, pero que luego reconoció su error y buscó la manera de enmendarlo. Hay también algo de esto, porque es propio de las personas fallar y que lo importante es corregir el rumbo y enderezar el camino. Que la lección ha sido aprendida y que lo importante es no olvidarla.
Un tercer enfoque puede ser el de analizar lo que puede generar al interior de la familia una actitud de intransigencia y falta de comprensión. Se encuentra reflejada en la actitud del hijo mayor del relato. No quiere comprender lo que ha sucedido con su hermano menor, más aún, no lo reconoce como tal pues lo llama “ese hijo tuyo”. Me pregunto si nosotros podemos asumir el papel de ser jueces de los demás, de señalar sus errores y fallas, como si nosotros fuéramos perfectos. Considero que no es una actitud justa cuando cada uno de nosotros está rodeado de fragilidad.
Finalmente, me quiero centrar en lo que considero es la lección más importante que nos puede ofrecer el texto, reflejado en la actitud del padre misericordioso que perdona a su hijo. El padre siempre lo había esperado, porque en su corazón había algo que le decía que algún día regresaría. Las faltas de su hijo eran grandes pero el perdón puede más porque lo ama y de corazón. No se pone a contarle toda la historia de sus errores, no le reprocha y le condena. Hay una actitud de misericordia que nos muestra la medida del amor hecho vida en el perdón. Al mismo tiempo, la experiencia del hijo menor al ser perdonado es un ejemplo para nosotros. No debemos descorazonarnos, no debemos dejarnos invadir por el desaliento y la desesperanza. Por más que estamos hundidos en lo más profundo del abismo, siempre existe la posibilidad y la oportunidad de salir. Todo está en nuestras manos y en la decisión que tomemos. Vivamos dicha experiencia, dejemos que nos llegue.