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Prudencia y necedad en la vida

Pensando en Voz Alta

Por: Enrique A. Gutiérrez T, SJ

¿Qué haría usted si se encontrara en una situación semejante a la de los personajes del texto del evangelio de este domingo? ¿Qué haría si le dijeran que debe preparar su equipaje para un viaje inesperado, un poco largo, al cual debe llevar lo mínimo necesario? ¿Qué haría si se da cuenta de que le hacen falta cosas importantes y no tiene tiempo de ir a buscarlas o de comprarlas cerca al lugar del encuentro?

Esta hipotética situación pude sucederle a cualquiera de nosotros. No estamos exentos de vivirla. Todo esto, por una sencilla razón. No estamos acostumbrados a ser precavidos, a planear las cosas con anticipación y cuidado. La prudencia es una virtud que se va adquiriendo con el paso del tiempo, con la experiencia de la vida, con lo que se ha recogido de las diferentes situaciones y momentos. La vida es la mejor maestra, es la que nos enseña cómo debemos actuar responsablemente. Un segundo elemento en la prudencia es el de saber callar. No siempre se debe decir todo lo que uno sabe o conoce. Tampoco es prudente el hablar sin pensar las consecuencias de lo que se dice o se calla. Dice el adagio “la prudencia hace verdaderos sabios”. Creo que es algo que debemos aplicar en los diferentes momentos y circunstancias de la vida.

Por el contrario, la necedad que podemos colocar como sinónimo de inexperiencia, de falta de madurez, es una actitud que causa daño en las personas porque se puede ser irresponsable, se puede obrar precipitadamente, se puede hablar sin medir las consecuencias. Todo esto es lo que nos muestra la actitud de las jóvenes necias. No previeron las necesidades de lo que podía hacerles falta, no reunieron las provisiones adecuadas. Por eso, se encontraron en una situación comprometida. Fueron a buscar y no alcanzaron a regresar a tiempo. Pienso en la manera impulsiva e irresponsable de muchas personas que, o son jóvenes o parecen serlo, no miden las consecuencias de lo que hacen o dejan de hacer.

Tampoco se puede ser tan prudente que no se tome riesgo alguno, por temor o inseguridad. Como el extremo opuesto es también peligroso. Aquella persona que obra alocadamente, que no piensa y se convierte en alguien temerario. Ya lo decía un filósofo antiguo “ni temeroso ni temerario, en la mitad está el valor y el equilibrio”. O como dice el refrán popular “ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre”. Todo extremo es nocivo.

En la vida cotidiana necesitamos ser sanamente sabios, buscar el camino más acertado para hacer las cosas, estamos llamados a discernir lo que más conviene en los diferentes momentos y situaciones de la vida. Eso es ser prudente, con el sentido de lo que nos presenta el evangelio, para lograr hacer realidad lo que nos hemos propuesto. La prudencia va de la mano con la sabiduría, como nos lo dice la primera lectura de hoy “meditar en la sabiduría es prudencia consumada, el que vela por ella pronto se ve libre de preocupaciones; ella va de un lado a otro buscando a los que la merecen; los aborda benigna por los caminos y les sale al paso en cada pensamiento”.

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