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La realidad de muerte y violencia en la cual nos encontramos sumergidos nos ha hecho insensibles, en cierto modo, a lo que puede sucederle a las personas con las cuales nos encontramos cada día. Buscamos la manera de alejarnos del lugar donde puede haber sucedido un accidente, una tragedia. Si se trata de transportar heridos, hacemos hasta lo imposible para no llevarlos en nuestro vehículo.
En el fondo, no queremos tener problemas, ya tenemos demasiados. Eso pensamos y así actuamos. Sin embargo, la escena del evangelio de este domingo, nos coloca una realidad diferente ante nuestros ojos. Un hombre que ha sido atracado, golpeado y queda malherido. Diferentes tipos de personas, todas de reconocida ascendencia social, pasan de largo, dan un rodeo, para no sentirse confrontados por lo que ha sucedido. Es la actitud de muchos de nosotros cuando no queremos comprometernos, cuando no queremos dificultades.
De todas maneras, hay alguien, en este caso un extranjero, alguien ajeno a la persona golpeada, que asume una actitud solidaria, un compromiso a favor del hermano necesitado, sea o no conocido por él. Ahí radica el verdadero sentido del amor cristiano, se trata de ayudar a quien está en situación de necesidad. El prójimo, la persona cercana, no es mi vecino, no es mi pariente o familiar. Es esa persona que se cruza en mi camino, desamparada, con rostro doliente, enferma o desprotegida. Esa persona se convierte en el rostro de Cristo para mí, es la persona de ese Dios hecho hombre que se encarna en el pobre y necesitado.
Ser buen samaritano es tener un corazón solidario, capaz de sentir las necesidades de los demás como propias, hacer lo que esté a nuestro alcance para tenderle la mano. Eso nos lo enseña el pasaje del evangelio que estamos considerando. De esta manera quedan respondidas las dos preguntas que nos ofrece el texto de este domingo ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna? Y la otra ¿Quién es mi prójimo? Por eso, Jesús coloca el ejemplo de este hombre herido y maltratado.
La pregunta de Jesús apela a la conciencia de aquel hombre joven que interrogó a Jesús “¿cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del hombre que fue asaltado por los ladrones?” La respuesta es clara: “el que tuvo compasión de él”. Todo concluye, aparentemente, con la conclusión que expresa Jesús “anda y haz tú lo mismo”. Es el mensaje central que es también para nosotros.
Estamos invitados a hacer algo semejante, no una sino muchas veces, tantas cuantas sea necesario, porque el prójimo no es el que vive cerca ni es mi familiar o amigo, es la persona que se cruza en mi camino y tiene alguna necesidad. No puedo ser indiferente al dolor y sufrimiento de los demás. No puedo asumir la actitud de pasar de largo, como si nada hubiera pasado, como si nada me afectase. La realidad que vivimos nos presenta muchas oportunidades para ser los buenos samaritanos para aquellos que están en necesidad. No necesitamos hacer preguntas, solo “ir y hacer lo mismo”.