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¿Quién soy yo?

Pensando en Voz Alta

Por: Enrique A. Gutiérrez T, SJ

Pensando en voz alta | 23 de agosto de 2020

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Hay preguntas en la vida que nos cuestionan hasta lo más profundo. Son esas preguntas que consideramos claves en la vida, porque tocan el sentido de la existencia misma. Cuando reflexionamos sobre la enfermedad, la muerte, el dolor y otras situaciones estamos, como se suele decir, tocando el núcleo de lo que es nuestra vida y la razón de la misma. Jesús, en algunos momentos de su vida, les hizo esas preguntas a sus discípulos.

La escena que escuchamos en el evangelio de este domingo es una de ellas. La primera pregunta parece inofensiva: “quién dice la gente que es el hijo del hombre”. La respuesta de los discípulos parece satisfacer la curiosidad de Jesús. Sin embargo, va más allá, llega al corazón de los discípulos con la siguiente pregunta: “y ustedes, ¿Quién dicen que soy yo?”. Ya no es cuestión de opiniones, de conceptos, de teorías. Es asunto de vida y de sentido. La respuesta que den los discípulos, sea la que sea, los compromete a fondo.

Siempre aparece una persona que asume el liderazgo. Pedro hace una auténtica profesión de fe: “tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Hay un reconocimiento de todo lo que eso significa para ellos como discípulos pero, al mismo tiempo, es el reconocimiento que nace de la experiencia espiritual del pueblo de Israel en la espera del Mesías anunciado. Y allí estamos representados todos los que creemos en Jesús de Nazareth como el Dios hecho hombre.

Hoy, cuando el mundo quiere encontrar la respuesta a las preguntas esenciales que hace toda persona, cuando se desea encontrar el camino para resolver aun los más intrincados problemas, cuando buscamos tener las seguridades a todo nivel, incluido el campo del conocimiento, este tipo de preguntas desacomoda, desequilibra, porque no es del tipo de preguntas que se pueden responder con los avances tecnológicos, pues van a lo esencial, a aquello que es fundamental para cada persona. Es algo semejante a que alguien te preguntara “y tú, quién eres, para qué vives?”. La respuesta es todo un dar razón del sentido de la vida.

Muchas veces me he preguntado por qué las personas tienen temor a este tipo de preguntas. Jesús afronta la situación y va más allá. Es él mismo quien pregunta para escuchar la respuesta de sus seguidores. Es como si se colocara delante de cada uno de nosotros y nos dijera “¿quién soy yo para ti?”. No podríamos salir con una respuesta superficial, con una frase de cajón, con algo aprendido de memoria. Sería algo de fondo. En último término, se nos estaría pidiendo cuenta y razón de nuestra fe.

Pero podemos ir más allá. Es autopreguntarnos “¿quién soy yo?”. La respuesta que nos demos podrá llevarnos a concluir qué tanto nos conocemos, qué tanto valoramos lo que somos y qué tan conscientes somos de la vocación y misión que tenemos en la vida. Todo eso nos mueve el piso, porque nos pone cara a cara con la realidad de cada uno y nos cuestiona sobre lo que somos y lo que hacemos. La vida es una, se nos da para hacerla fructificar. ¿Somos conscientes de dicha responsabilidad? ¿Nos conocemos y sabemos lo que podemos lograr y lo que no está a nuestro alcance? Es el resultado que podemos esperar de una pregunta como “quién soy yo”.

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