Las celebraciones de navidad, fin de año, comienzo del nuevo, carnavales y fiestas en algunas partes, han llegado a su final. Nos encontramos a punto de regresar a lo que llamamos el ritmo ordinario de la vida. Es ese tiempo en el cual los días y los meses van pasando sin celebraciones especiales, es el tiempo del trabajo cotidiano. Qué tal que todo el año viviéramos en celebraciones. No aguantaríamos. Nuestra manera de contar el tiempo y de celebrarlo necesita tiempos y momentos especiales. Veamos.
Con respecto a la vida de cada persona hay acontecimientos que se celebran y marcan momentos importantes: nacimiento, bautismo, primera comunión, grado de bachiller, grado profesional, matrimonio, muerte. Cada uno de esos momentos tiene su propia manera de celebrarse. No se hace de la misma manera. En la vida de las comunidades, pueblos y sociedades sucede algo semejante. Celebramos el día nacional, el aniversario de la fundación de la ciudad, acontecimientos relevantes de su historia. En la comunidad de creyentes hay también esa manera de celebrar centrados en la persona de Jesús: su nacimiento, su pasión, su resurrección, su ascensión. Tiene su propio ritmo y su manera de celebrarse. Hemos estado en uno de sus esos tiempos, el de la navidad, celebración del nacimiento del Señor, coincidente con el fin de un año y comienzo del otro.
En muchos lugares de la geografía colombiana estas celebraciones se unen con las fiestas propias de la región. Tal es el caso de las ferias de Cali, Manizales, los carnavales de Pasto. Todo esto, nos ayuda a comprender esa manera de vivir la dimensión temporal en nuestra vida. Necesitamos esos espacios de descanso, de esparcimiento, de sana diversión para recargar las baterías y continuar con el trabajo diario, con las responsabilidades asumidas, con lo que nos permite aportar a la colectividad en la cual vivimos, construir espacios de desarrollo, relaciones de intercambio y trabajar por un país cada día mejor. Todo eso forma parte de la dinámica de nuestra vida personal, social y comunitaria.
Este ciclo se cierra con la solemnidad de la epifanía, más conocida como la fiesta de reyes, en la cual celebramos la manifestación de Dios en la persona del Niño de Belén a toda la humanidad, representada en esos personajes sabios venidos de lejos, quienes siguiendo el rastro de la estrella de Belén, encuentran al Mesías, al anunciado y esperado. Concluimos así este ciclo de siete semanas que hemos vivido y celebrado desde el comienzo del adviento hasta hoy.
Después del tiempo de celebración y descanso volvemos a la vida ordinaria, a lo cotidiano. Asumamos nuestras tareas y responsabilidades con un espíritu optimista, siendo conscientes de lo que ese trabajo significa en la construcción de un nuevo país, al mismo tiempo en la construcción de una comunidad de creyentes cada vez más viva y comprometida. Si esto lo hacemos vida, podemos tener la seguridad de ser mejores personas y tener mejores familias, donde las relaciones interpersonales se basen en el respeto, el amor, la comprensión y la tolerancia. Volvamos sabiamente a lo ordinario.