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Señor, enséñame a orar

Pensando en Voz Alta

Por: Enrique A. Gutiérrez T, SJ

Julio 26, 2019

Me he preguntado muchas veces si nosotros realmente sabemos orar o no. Casi siempre he llegado a la conclusión de que sabemos pedir, y pensamos o asociamos nuestras peticiones a la realidad de la oración, como si solamente se tratara de pedir. Y ahí no se agota todo lo que es la oración.

Me gusta un ejemplo, pensando en la relación afectiva entre un hombre y una mujer. No todo puede ser solamente detalles, regalos, besos y caricias. Como tampoco se puede agotar todo en diálogos y comunicaciones, o discusiones y peleas. Las relaciones entre dos personas que se aman, tienen momentos de acercamiento, momentos de celebración y también momentos en los cuales se reconocen los errores, las cosas que han afectado la relación y se hacen compromisos para mejorar o para corregir lo que ha estado mal.

En el campo de la oración sucede algo semejante. Unas veces la oración debe estar orientada a dar gracias a Dios por los beneficios recibidos, otras a pedir perdón por lo que se ha hecho mal o por el bien que se ha dejado de hacer, en otros momentos, es conveniente expresar las necesidades, las intenciones, los problemas y las dificultades que podamos tener. El Señor nos conoce mejor que nadie, sabe lo que hay en el fondo de nuestro corazón. Jesús nos coloca el modelo de la oración.

En el texto de hoy, encontramos la versión breve del padrenuestro, la oración por excelencia que resume todo lo que hemos dicho sobre lo que debe ser la oración para el cristiano. Por eso, para los creyentes no hay mejor oración que la del padrenuestro. La alabanza es un elemento importante de la oración.

Me pregunto cuántas veces en la vida hemos elevado una oración desinteresada, que no sea para pedir algo o para reconocer nuestras fallas. Esa oración desinteresada es necesaria, como cuando en la relación de amor, de la cual hablaba antes, una persona le dice a la otra, en forma desinteresada “te amo por lo que eres”, sin necesidad de expresar más porque no es necesario. De la misma manera, decirle al Señor “te doy gracias por todo lo que me has dado porque me amas”, sin razones ni condiciones.

Quiero invitar a quienes leen esta columna a reflexionar sobre el sentido de la oración del padrenuestro, para interiorizar lo que en ella decimos, a veces casi en forma mecánica, para que descubramos que en dicha oración se encierra todo lo que una persona puede expresar, pedir y reconocer en su relación con Dios, en ese diálogo llamado oración. Una vez más, haciendo eco de la petición de los discípulos, digámosle al Señor “que nos enseñe a orar”, no a rezar repitiendo fórmulas sabidas de memoria, sino que ese encuentro y el diálogo correspondiente salgan de lo profundo del corazón.

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