Pensando en voz alta | 02 de octubre de 2022
Por: Enrique A. Gutiérrez T., S J
¿Hemos pensado alguna vez que podemos mover montañas, o arrancar de raíz un árbol? Son dos cosas que el texto evangélico de este domingo nos presenta. Todo para decirnos que, si en nosotros hay fe, podremos hacer eso y mucho más. Sin embargo, la realidad es muy distinta. Buscamos siempre la certeza absoluta, la evidencia incontrovertible, lo que podemos llamar la prueba reina para estar completamente seguros en todos los aspectos.
Por otro lado, me pregunto si el momento de la certeza absoluta llega, o debemos, por el contrario, dejar un margen de inseguridad que nos permita movernos en las diferentes actividades que hagamos con libertad y confianza. Creo que la segunda alternativa es la que mejor nos puede ayudar para lograr las metas que nos hemos propuesto en los diferentes campos de nuestra vida. Esto es algo que debemos tener siempre presente, si no queremos vivir en continua tensión o amargados porque no logramos la certeza total.
Más aún, es bueno tener un margen de inseguridad que nos permita ser humildes y no autosuficientes en lo que hacemos, porque de lo contrario el orgullo y la arrogancia nos harían mucho daño. Confiar es una de las actitudes más importantes en las relaciones interpersonales. Dar un paso más allá es creer, porque es desarmarnos interiormente de todas las seguridades que podamos tener. Me viene a la memoria lo que alguna vez me decía una persona a propósito de lo que significa creer. Me decía, palabras más, palabras menos, “tú crees en tus padres, como las personas que te dieron la vida, porque sus acciones demuestran que te aman; tú no tienes la certeza sobre que ellos realmente lo sean”. Me hizo comprender el sentido de la fe.
En el texto de este domingo hay un segundo elemento que vale la pena considerar. Está expresado en las siguientes palabras “no somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Es la expresión del cumplimiento del deber, de ser fiel a la misión encomendada. Cada uno de nosotros tiene una tarea que debe cumplir que hace parte de la vocación, del llamado recibido. Ser fieles a la misión nos hace libres, le da pleno sentido a la vida, nos impulsa a seguir hacia delante en el cumplimiento de nuestros deberes y en el logro de nuestros objetivos.
No debemos asumir la actitud de esperar recompensa (entendamos agradecimiento) por lo que forma parte de nuestros deberes. Cumplir esto es hacer lo que debemos. Más allá no debemos esperar algo más. Así, alejamos de nuestra mente, el que estemos esperando reconocimiento por todo lo que hacemos. No ha de ser nuestra manera de proceder para no llenarnos de amarguras y resentimientos cuando no se nos agradece por lo que hacemos.
Finalmente, vale la pena preguntarnos dos cosas: ¿tenemos fe como para mover montañas? ¿Cómo cumplimos las tareas y deberes que forman parte de la misión?