Pensando en voz alta | 27 de noviembre de 2022
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Por: Enrique A. Gutiérrez T., S.J.
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Hay una escena que viene a mi mente con frecuencia cuando pienso en lo que significa esperar. Dicha escena es la de una pareja que espera su primer hijo. Todo es expectativa, emoción, ansiedad, gozo. Las cosas se ven de una manera diferente. El horizonte se ilumina. ¿Qué sucedería si pocas semanas antes del nacimiento, a esa misma pareja, les dijeran que existe una posibilidad de que el niño pueda nacer con alguna dificultad o problema? Las cosas se verían de una manera diferente. Fácilmente, surgiría un desconcierto, habría tragedia, crisis y angustia. Sin embargo, en un segundo diagnóstico, les dicen que el riesgo es mínimo.
Algo semejante sucede con el tiempo que iniciamos este domingo. Es el tiempo llamado de Adviento, tiempo en el que nos disponemos a la venida, al nacimiento del Dios hecho hombre. Es el tiempo de una gozosa espera, de un disponer el corazón para acoger al niño de Belén, no solo en el pesebre que solemos arreglar en nuestra casa, sino de una manera especial en el interior de cada uno. Debemos prepararnos para esa venida, para esa Navidad que celebramos cada año.
Los tiempos se vuelven complejos, las situaciones se hacen difíciles, los conflictos nos abruman. Sentimos en nuestro interior una sensación de desesperanza, de crisis, tendemos a perder la fortaleza interior. Nos lo dice el texto de este domingo “también ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre”.
Más aún, se nos invita a que “velemos y estemos preparados, porque no sabemos el día que va a venir el Señor”. Es la actitud sensata de quien quiere disponerse y celebrar con gozo la llegada de aquel que ha esperado durante mucho tiempo. Debe ser una alegría contagiosa, compartida, porque es lo que llamamos la buena noticia que viene a traernos Jesús, el Dios hecho hombre, el Niño de Belén. Son cuatro semanas de preparación, que debemos aprovechar al máximo, desde la experiencia espiritual, para no quedarnos en lo externo de las luces, la fiesta, las tarjetas, los regalos, los saludos.
Vale la pena que nos preguntemos cada uno: ¿en qué forma queremos prepararnos para la celebración de la Navidad, el nacimiento del Dios hecho hombre? ¿Cuál va ser el compromiso real y concreto que vamos a asumir para hacer de esta espera gozosa un tiempo de gracia y bendición que nos ayude a crecer espiritualmente? ¿Cuál va a ser el regalo que nos vamos a dar a nosotros mismos para que esta espera gozosa sea algo significativo y no se quede en ser una navidad más, como tantas otras?
Iniciamos este tiempo que nos regala el Señor. Recordemos que no sabemos el día ni la hora de su llegada, pero podemos disponernos como lo hace la pareja que espera a su primer hijo, con una felicidad profunda que no depende de lo externo sino que nace de lo profundo del corazón. Esa es la verdadera espera gozosa para quien tiene fe.