Pensando en voz alta | 14 de agosto de 2022
Por: Enrique A. Gutiérrez T., SJ
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Estoy casi seguro que quienes lean esta columna están pensando que me refiero a algún tipo de decisión que pueda afectar seriamente a algunas personas o que tenga que ver con el país. No, hago alusión a lo que nos dice el evangelio de este domingo. A esa frase de Jesús “no he venido a traer la paz sino la división” debemos hacerle un análisis adecuado para que no creamos que la intencionalidad de Jesús está en la línea de la violencia. Nada más ajeno a la realidad.
La clave de todo radica en lo que decíamos en el título de nuestra columna. Es tiempo de decisiones, porque ante el hecho del evangelio, ante la persona de Jesús, no se puede permanecer indiferente. Se está con Él o se está contra Él. Las indecisiones, las mediastintas, no tienen cabida en la línea del compromiso de seguimiento de Jesús. El discípulo no puede jugar a dos bandas, no puede estar de un lado y del otro. Debe, como se dice modernamente, tomar partido, decidirse.
No es fácil pensar que la opción por Jesús pueda generar división al interior de una familia. Sin embargo, la realidad es otra. Fácilmente, se ridiculiza a quienes quieren vivir su compromiso cristiano, se les dice que eso es asunto de ancianos, mujeres y niños. Por otro lado, el respeto humano, el miedo a hacer el oso, como se dice hoy en día, nos pueden hacer titubear, vacilar en la experiencia de vivir nuestra fe.
¿Estaríamos dispuestos a enfrentarnos a los miembros de nuestra propia familia cuando encontramos en ellos oposición a nuestra manera de vivir el compromiso cristiano? ¿Correríamos el riesgo de vivir en soledad, de perder amistades, de ser menos poderosos, populares o influyentes, por ser coherentes en nuestra vida? La línea del menor esfuerzo nos dice que la respuesta más probable es no. Sin embargo, un sí decidido y valiente hace la diferencia. Veamos.
La historia de Jeremías que escuchamos en la primera lectura afirma “los jefes que tenían prisionero a Jeremías dijeron al rey: ‘hay que matar a este hombre, porque las cosas que dice desmoralizan a los guerreros que quedan en esta ciudad y a todo el pueblo”. No era cómodo, no les convenía escuchar al profeta. La conciencia les estaba diciendo que el profeta tenía razón, pero que era mejor deshacerse de él.
Algo semejante nos puede suceder a nosotros, cuando las cosas que nos dicen, cuestionan o interrogan, cuando colocan el dedo en la llaga y reconocemos en el fondo del corazón, aunque no se lo digamos a nadie, que eso es cierto, pero que nos cuesta aceptarlo. Ahí está el campo para tomar decisiones, para discernir, optar y elegir. Es el camino que nos conduce a la auténtica y verdadera felicidad. De lo contrario, podemos tomar otros rumbos, al fin de cuentas, somos libres, pero es casi seguro que nos vamos a sentir frustrados y fracasados, no vamos a encontrar el sentido de la vida, vamos a desorientarnos. El tiempo de las decisiones es toda la vida, sabiendo que no podemos equivocarnos para lograr lo que deseamos.