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¿Usted cuida la viña del Señor?

Pensando en Voz Alta

Por: Enrique A. Gutiérrez T, SJ

Pensando en voz alta | 4 de octubre de 2020

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Para quienes vivimos en esta parte del mundo y del continente, la figura de la viña no es algo común y familiar. Sabemos que la viña, y en concreto la vid, produce las uvas de las cuales se obtiene el vino. No es una planta conocida. Por eso, la figura de la viña no es algo que nos permita comprender fácilmente el mensaje que se nos entrega. Sin embargo, vale la pena acercarnos a este simbolismo tan familiar a la Biblia y tan querido por el pueblo de Israel. Tanto que Jesús se llega a definir a sí mismo diciendo que “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos y mi Padre el viñador”.

Cuidar la viña significa tener una especial predilección, es dedicarle tiempo y atención. Así nos lo describe la primera lectura, tomada del libro de Isaías. Se esperaba que diera buenos frutos pero no fue así. Dio uvas amargas, agrazones. El mismo profeta nos dice “la viña del Señor es la casa de Israel”. Las obras que realizaron no correspondieron con lo que de ellos se esperaba. El salmo responsorial repite la misma idea sobre la viña del Señor, haciendo el elogio de la misma.

El evangelio nos habla de la administración y el cuidado que se tiene sobre la viña. Es algo que se le ha confiado a un grupo de personas. La respuesta no es la adecuada. Matan y maltratan a quienes van en nombre del amo a recoger lo que la viña había producido. No respetan la vida del hijo del dueño. Por eso, la reacción del dueño no se hace esperar “hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos”. Y lo lleva hasta las últimas consecuencias al compararlo con el reino de Dios que no se le dará al pueblo de Israel sino a un pueblo que produzca sus frutos.

Amable lector(a): te has puesto a pensar que ese mensaje es para tu vida? ¿Qué tu eres esa viña que el Señor ha plantado, que El te ha cuidado y te ha dado lo mejor, para que produzcas los mejores frutos? ¿Has analizado lo que significa en la vida no dar el fruto esperado, sin la calidad esperada? ¿Te has preguntado lo que eso significa en la vida? Sencillamente, es decir que se ha malgastado todo lo que se ha recibido, que no se respondió a las expectativas y esperanzas puestas, que no se cumplió la misión y la tarea que se nos había encomendado.

Los dones y los talentos se nos han dado para hacerlos fructificar. El primero y más importante de ellos es la vida misma. No la podemos malgastar, estropear o maltratar. Esa viña del Señor, léase la vida misma, debe dar frutos de la mejor calidad. No podemos dejarla en manos de labradores egoístas e irresponsables. Más aún, no podemos ser de ese tipo de labradores. La viña debe ser cuidada, como nos lo dicen la primera lectura, el salmo responsorial y el evangelio. Es lo que nos dice el apóstol Pablo en la segunda lectura “finalmente, hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta. Y lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis, visteis en mí, ponedlo por obra”. Es el camino para cuidar la viña del Señor, que en último término, somos nosotros mismos. En verdad, ¿la cuidamos?

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