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Vocación misionera

Pensando en Voz Alta

Pensando en voz alta | 23 de octubre de 2022

Por: Enrique A. Gutiérrez T., S.J.

Hoy, como todos los años en octubre, es la jornada mundial de oración por las misiones. ¿Qué significa esto en nuestro contexto y para nosotros que vamos avanzando en el camino del siglo XXI?  ¿Tendrá sentido que nos hablen de misiones, de oración, de solidaridad y de apoyo económico? Hay todavía muchos lugares en los cuales el anuncio del evangelio aún no ha llegado, no conocen a Cristo el Señor y, por lo tanto, es necesario buscar caminos para ese anuncio.

Desde el momento en que fuimos bautizados adquirimos el compromiso de ser misioneros, anunciadores de los gozos y esperanzas que conlleva el conocimiento del evangelio y de la persona de Jesús. Es parte de nuestra vocación. Para eso no necesitamos irnos a países lejanos, aprender lenguas extrañas, cambiar de cultura y de costumbres, como lo solíamos pensar hace algunos años.

Ser misionero es algo que podemos realizar desde lo ordinario de nuestras actividades cotidianas, desde la vida profesional o de trabajo que cada uno tiene. Ser misionero es algo que podemos y debemos vivir en la propia familia. Yo, tú, cada uno de nosotros, podemos ser misioneros, allí donde estamos, con las personas que nos rodean y que nos son más cercanas y queridas. ¿Qué testimonio de vida les estamos ofreciendo? ¿Qué imagen de Jesús perciben por medio de nuestra manera de vivir y de hablar?

Al mismo tiempo, hay personas que asumen la vocación, como llamado especial, de irse a anunciar el evangelio en los llamados territorios de misión, en culturas que no han recibido el influjo de nuestra visión cristiana de la vida. Personas que asumen el desafío de inculturarse en ambientes ajenos y extraños, asumiendo el reto de aprender una nueva lengua o varias, de unas costumbres, usos y tradiciones que son desconocidos para el misionero. Todo eso que hacen los misioneros, lo realizan de una manera generosa, por vocación para el amor y el servicio.

Nuestra solidaridad comienza por el apoyo de la oración y pasa por el aporte económico a las llamadas Obras Misionales Pontificas, que desarrollan su labor en diferentes partes del mundo. Es otra manera de expresar ese compromiso bautismal. Lo uno, el ser misionero, no puede estar desconectado de lo otro, apoyar el trabajo de los misioneros en tierras lejanas. Es la manera de armonizar fe y obras, como nos lo indica el apóstol Santiago en su carta. No podemos quedarnos solo en las palabras, decir que somos creyentes, que somos bautizados y no llevar eso al campo de la vida, de la práctica, de las obras.

Tú que lees esta columna: has visto que el compromiso cristiano no es algo desconectado de la realidad de la vida diaria, por el contrario, lo uno con lo otro adquiere pleno sentido. Ser misionero es algo que cada uno puede vivir en sus ocupaciones diarias. Santa Teresita del Niño Jesús, es patrona de las misiones, nunca salió de su convento de clausura, todo lo ofreció por las misiones. ¿Que vas a hacer?

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