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Conviértanse y crean en el evangelio

Espiritualidad Encarnada y Apostólica

Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ. Febrero 17 de 2021

Con estas palabras (Marcos 1, 15), que hoy escuchamos al recibir la ceniza resultante de la quema de los ramos del año anterior y comenzar así la Cuaresma -los 40 días de preparación para la Semana Santa-, inició Jesús su predicación anunciando la cercanía del reino de Dios, es decir, del poder de su amor.

Convertirse significa originalmente “cambiar de mentalidad”: una transformación de la mente que se traduce en un proceso de reorientación hacia Dios, situándonos en la onda de su voluntad, que es voluntad de amor: amor a Él sobre todas las cosas, demostrado en el amor al prójimo.

creer en el Evangelio, es decir, en la Buena Noticia -que es lo que significa esta palabra- es aceptar en nuestra vida el mensaje salvador de Dios que nos ama infinitamente, que se nos reveló en la persona de Jesús y que nos comunica su Espíritu para que nosotros vivamos en la onda de su amor.

 

1. “Rásguense el corazón, no las vestiduras”

La primera lectura, tomada del libro de Joel (2, 12-18), uno de los profetas del Antiguo Testamento, hace referencia al rito de rasgarse las vestiduras, que realizaban los judíos para expresar dolor por los pecados propios o de los demás. Joel invita más bien a rasgarse el corazón, de modo que no nos quedemos en ritos externos, sino que nuestra actitud de arrepentimiento sea sincera, desde lo más profundo de nuestro ser.

Y también el mismo profeta resalta una frase que aparece varias veces en los textos bíblicos para indicar el amor de Dios, que es “compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad” (Éxodo 34:6-7; Números 14, 18; Salmos 86, 103, 144).

Acogiendo esta invitación, no nos quedemos en el rito externo de recibir la ceniza -que también en la Biblia es signo de arrepentimiento y penitencia-, sino sintamos de verdad en nuestro corazón la necesidad de reorientar nuestra vida hacia Dios, es decir, hacia el Amor que es Él mismo.

 

2. “En nombre de Cristo les pedimos que se reconcilien con Dios”

 Esta exhortación de Pablo en su segunda carta a los cristianos de la ciudad griega de Corinto (5, 20 – 6, 2), se dirige hoy también a nosotros. El sacramento de la Reconciliación es signo de la acción misericordiosa de Dios que perdona nuestro pecado cuando nos arrepentimos sinceramente.

Y esto sucede cuando, confiando en su amor y en su poder sanador, nos proponemos convertirnos, es decir, reorientar nuestra vida hacia Él. La Cuaresma que hoy iniciamos es un tiempo especialmente propicio para celebrar este sacramento, llamado también de la Penitencia, de la Confesión y del Perdón.

En los comienzos de la Iglesia, la confesión de los pecados era pública, y de ahí proviene la fórmula “Yo confieso ante Dios todo poderoso, y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho…”  Pero luego, en el transcurso de los primeros siglos de la era cristiana, se fue viendo la necesidad de la confesión privada, tanto para preservar el derecho a la intimidad de la conciencia, como para recibir personalmente una asesoría o un acompañamiento espiritual. Acojamos pues la exhortación del apóstol san Pablo, que reconocemos como palabra de Dios mismo, reconociendo que el sacerdote que oficia este sacramento representa tanto a Dios como a la comunidad.

 

3. “Cuiden de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos”

Finalmente, en el Evangelio (Mateo 6, 1-6. 16-18) nos dice Jesús cuál es la actitud con la cual debemos realizar los tres elementos que componen la Cuaresma: la limosna, el ayuno y la oración.

– “Dar limosna” es compartir los bienes propios con los necesitados, tanto los materiales como los espirituales.  La Iglesia nos invita especialmente en este tiempo a la “comunicación cristiana de bienes”. Por eso una parte de la colecta que se recibe en las eucaristías se destina a contribuir con la acción social de la Arquidiócesis en favor de quienes padecen situaciones de pobreza.

– “Ayunar”, como también “hacer abstinencia” es privarse de consumir determinados alimentos, no sólo como expresión de penitencia, sino también para compartir con los necesitados. La Iglesia prescribe como días de ayuno el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo: consiste en una comida al mediodía y dos pequeños refrigerios, uno en la mañana y otro en la noche, y obliga a los fieles entre los 18 y los 58 años de edad. Y como días de abstinencia, que obliga a los mayores de 14 años, el Miércoles de Ceniza, los viernes de Cuaresma y el Viernes Santo, privándose de comer de carne, excepto la del pescado. El ayuno y la abstinencia tienen un sentido de penitencia que no debería reducirse a los alimentos. Puedo ayunar o abstenerme reduciendo, por ejemplo, ciertas formas de consumismo. Pero, de cualquier forma, la penitencia debe orientarse a la caridad solidaria. En este sentido, lo esencial es abstenerse de algo para compartir con los necesitados.

– “Orar”, es comunicarnos con Dios. En la Cuaresma se nos invita especialmente a reforzar la búsqueda de espacios y momentos para escuchar su Palabra, para alabarlo y darle gracias, para examinar delante de Él nuestra conciencia en una revisión cotidiana de nuestros pensamientos, palabras, obras y omisiones, para pedirle perdón por nuestros pecados, para expresarle nuestro propósito de conversión y pedirle que nos muestre su voluntad, para pedirle también lo que necesitamos tanto física como emocional y espiritualmente.

Pues bien, tanto en el compartir con los necesitados, como en el ayuno y la abstinencia, como en la oración a Dios, nos dice Jesús que debemos tener una actitud humilde y sincera, opuesta a la de los soberbios e hipócritas que tanto criticó Él porque realizaban los ritos religiosos para que los vieran y los alabaran. Ofrezcámosle pues al Señor nuestro propósito de vivir esta Cuaresma con un verdadero espíritu de humildad y sinceridad, pidiéndole para ello su luz y su gracia e invocando la intercesión de María Santísima, modelo de sencillez y de transparencia.

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