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“El Señor ya vino, vamos nosotros a Él”: Marana tha

Espiritualidad Encarnada y Apostólica

Por: Darío Restrepo L., SJ.

Reflexiones ante las cenizas y muerte de coronavirus de diez de nuestros hermanos.

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La mitad de la que fue mi comunidad de hace dos semanas está hoy en urnas funerarias. Ya pueden imaginarse cómo me pude sentir yo entonces y aún ahora… Celebramos la Eucaristía comunitaria ante las urnas con las cenizas de nuestros queridos hermanos los PP. Marco Tulio González, Roberto Triviño, Gonzalo Amaya, Jorge Uribe, Leonardo Ramírez, Guillermo Hernández, Álvaro Jiménez, Fortunato Herrera, Rodolfo E. de Roux y el Hno. Gabriel Montañez, víctimas todos del coronavirus.

Quiero referirme ahora a la pascua por esta pandemia de nuestros diez hermanos transcurrida en apenas  doce días. Todavía fuertemente golpeado e impotente debido a los estragos causados por este virus en ellos, muerto uno tras otro y a veces dos o tres diarios, comparto con ustedes estas reflexiones.

He tenido en estos días pasados tres experiencias fuertes del Señor: en primer lugar, me he sentido un poco como Job, libro sapiencial que cuenta el sufrimiento inmerecido del justo. Se cuenta de él (en el capítulo I) que estando perfectamente bien y en plena amistad con Dios fue probado por el mal. Entran a su presencia sucesivamente cuatro mensajeros de desgracias, uno tras otro, hasta el último que le anuncia la muerte de sus hijos e hijas como prueba decisiva de su fe en Yahvé.

Cuando suponíamos que en nuestra comunidad de San Alonso Rodríguez habíamos guardado bien durante el año todas las prescripciones para evitar la peste de la covid, llega a mi cuarto una enfermera a anunciarme la muerte del P. Marco Tulio González; dos horas después, otra me anuncia la muerte del H. Montañéz; sin acabar de reponerme, al otro día me anuncian la muerte del P. Roberto Triviño y después otras dos…. ¡Y así hasta diez seguidos en menos de 15 días!… ¡Me sentí también como viendo pasar al ángel exterminador en la peste de los egipcios que se iba llevando a cada uno de mis queridos hermanos! La pregunta era la misma de Job: ¿por qué?

No tuve otras palabras que decir sino las de él : “¡El Señor me los dio, el Señor me los quitó, bendito sea el nombre del Señor!”.

Mi segunda experiencia espiritual me decía: ¡cómo hemos sentido la debilidad, la inutilidad, la nada y la impotencia de nuestro ser ante la misteriosa acción del Dios omnipotente, cuyos planes no son nuestros planes ni sus caminos los nuestros!

Sin embargo, las famosas palabras de Pablo acudían a mi mente:

¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero.

Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna [la pandemia] podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro (Rom 35-39).)

Inmediatamente después de la consagración de la Eucaristía hacemos una solemne proclamación referida al Cristo de la pascua: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”. Estos tres puntos que sintetizan la Eucaristía como misterio pascual, encierran ahora mi reflexión. Quiero recordar ahora también al P. Julio Jiménez que acaba de fallecer por este mismo flagelo mortal.

 

1. Anunciamos tu muerte

Jesús anunció tres veces su muerte dolorosa, “voluntariamente aceptada” por nosotros. Cuando nos avisaron  que estos  hermanos habían contraído ese terrible virus, dadas sus preexistencias de enfermedad nos anunciaron ya, en cierta manera, su muerte. Damos gracias a Dios porque todos ellos fueron hombres de fe, de generosidad total en el seguimiento de su llamado, de fidelidad absoluta en su vocación la cual mantuvieron en medio de las mayores dificultades y de su misma gravedad mortal. Son para nosotros el mejor testimonio de una fidelidad hasta la muerte, puestos los ojos en Jesús el consumador de nuestra fe. En los últimos Ejercicios Espirituales de septiembre pasado, nos preparábamos todos para “ofrecer nuestra oblación de mayor estima y momento”, “nuestra pascua en el amor” –así concibo yo la Enfermería de san Alonso Rodríguez, como casa de pascua–. Todos recibimos la unción de los enfermos como sacramento de fortaleza para aceptar el futuro que el Señor nos quisiera deparar sin saber ni el cómo ni el cuándo. Al guiarlos yo en esta fuerte experiencia de Dios les decía: “hagamos estos Ejercicios Espirituales para preparar nuestra pascua en el amor como si fueran los últimos de nuestra vida. Ya nos falta uno de los que los hicieron con nosotros el año pasado. Y posiblemente no todos nosotros estaremos en los próximos  Ejercicios el año entrante”. ¡No sabía yo el alcance de lo que les estaba diciendo! Ellos así lo hicieron y hoy el Señor ha recibido su oblación como víctimas puras, santas, agradables a Dios. Le damos gracias  por el testimonio de sus vidas y por el ejemplo de su pascua anunciada con motivo de esta pandemia. Ante el inescrutable misterio de la muerte, es una gracia inmensa saber cuándo ya estamos próximos a morir.

 

2. Proclamamos tu resurección

Es la segunda aclamación después de la consagración. También Jesús la anunció varias veces.

En mi tercera experiencia espiritual en medio del asombro y del dolor intenso, sentí yo el “Paso del Señor”, su Pascua en carne viva que tras el horror de la crucifixión y muerte, poniendo su mano derecha sobre mí, me repetía: “No temas, soy yo, el Primero y el Último, el que vive, estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades. Escribe, pues, lo que has visto: lo que ya es y lo que va a suceder más tarde” (Ap 1, 17-20).

“Lo que va a suceder más tarde” es lo que sucederá con nosotros. Porque “por mucho que nos falte, ya no debe faltar mucho” –Dolores Aleixandre–. Si Cristo no hubiera resucitado, y con Él nosotros, seríamos los más miserables de los hombres y sería vana nuestra fe, nos dice san Pablo. Somos cristianos porque creemos en un Jesucristo “resucitado de entre los muertos”, en un Señor exaltado a la gloria del Padre y que ya no puede volver a morir. La inmortalidad se convierte en prueba de la eternidad. Por esto mismo, la Eucaristía no es una simple memoria de la muerte del Señor sino su memorial eficaz de la gracia que hoy nos concede Cristo resucitado. Por eso también, la Pascua es la “solemnidad de las solemnidades”.

Y con Cristo resucitado proclamamos la resurrección de nuestros hermanos cuyas cenizas nos han acompañado; han pasado ya de la Compañía de Jesús militante de la tierra a la Compañía de Jesús triunfante en el cielo. Después del muy duro combate contra este virus mortal, como el del P. Julio Jiménez, los creemos hoy victoriosos con Cristo resucitado, como lo canta la significativa secuencia pascual: “Lucharon vida y muerte en singular batalla, y muerto el que es la vida, triunfante se levanta”.

Después de varios días de terrible lucha, partieron victoriosos a recibir la corona de gloria que no se marchita. En medio de la dolorosa batalla final con la muerte, obtuvieron la eterna victoria final.

 

3. Ven Señor Jesús: ‘Marana tha’

Estos hermanos nuestros que recordamos aquí tienen en común que fallecieron por coronavirus, que se durmieron en la fe de Jesús y que nos dejan un testimonio de vida para saber morir como ellos. La muerte no se improvisa: se prepara. Así como todos ellos hicieron muchas veces los Ejercicios Espirituales para “ordenar la vida”, en este último año hicieron también todos ellos los Ejercicios para “ordenar la muerte” (cf. Luis A. Schökel, S.I.), es decir, para “preparar su pascua en el amor” que fue el tema unificador de esta nuestra última experiencia del año pasado. Todos ellos dijeron muchas veces en nuestra acción de gracias eucarística: “a la hora de mi muerte llámeme y mándame ir a ti”. Esta exclamación ya se convirtió en una gozosa realidad para todos ellos. Y después de haber sufrido la batalla final con este virus y su implacable llamado a la muerte, ellos dijeron su último “amén” a la voluntad del Señor en esta tierra, para  luego cantar su primer “¡aleluya!” de entrada en la gloria y en la Compañía de Jesús triunfante en el cielo.

Ahora esta última y definitiva tarea nos queda a todos nosotros: saber decir como ellos, desde la fe, “amén” a nuestras penurias de esta vida, para poder cantar también con ellos nuestro primer y glorioso “¡aleluya!” en el cielo.

Así termina el último libro de la Biblia, el Apocalipsis: «Dice el que da testimonio de todo esto: “Sí vengo pronto. ¡Amén! ¡Ven Señor Jesús!”» (Ap 22,20). Maraná tha.

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