La vida del H. Eustaquio pasó a engrosar la historia de esa “santa penumbra” de la vida de los hermanos jesuitas que, en el seguimiento silencioso y discreto del Señor Jesús, enriquecen el carisma de la Compañía de Jesús. Las palabras que encabezan este sencillo homenaje sirven de conclusión a unas Notas autobiográficas que el H. Eustaquio escribió a lo largo de su vida y que concluyó en 1991. Dejaremos, entonces, contar al propio Eustaquio algunos apartes de su vida y, luego, al P. Silvio Cajiao, S.J. referir algunos rasgos de su personalidad.
“El pueblo de Floresta (Boyacá) se encuentra en un valle pequeño, fértil y muy bonito, rodeado de cordilleras altas, como el Tíbet que se ve de todas partes. El Dungua, que aparece nublado frecuentemente, enmarca el bello paisaje. […] Rosa Grande, localizada donde terminan las estribaciones del Tíbet, la cordillera más alta de Floresta, es un rincón hermoso donde llega el caudal de agua para el pueblo; recorre todo el trayecto de la finca para hacer de Rosa Grande un sitio atractivo y tranquilo. En esta finca nací el 29 de mayo de 1923. Se empieza a cosechar alverja, habas, fríjol, papa criolla; creo que por eso se encontraba mi mamá en la finca”. Se trata de doña María del Carmen Bernal, también oriunda de Floresta, como el padre de Eustaquio, don Marco Silva, “quien fue el hombre de la agricultura. Toda su vida fue la agricultura. La ilusión y sus sueños eran tener una gran cosecha de cebada, maíz, fríjol, papa y trigo. […] Toda la familia estaba en función de la agricultura, el ganado y las ovejas. Todos los hermanos y hermanas solo estudiamos la primaria para luego dedicarnos a la agricultura. La agricultura es un oficio muy hermoso y gratificante; regar la semilla y ver al poco tiempo nacer, crecer y fructificar en abundancia la semilla sembrada. […] Todo es un sueño tranquilo para el agricultor que ve, espera y recoge la comida para conservar la vida”.
“Mi mamá fue muy estimada por las personas que la conocieron. Murió cuando yo sólo tenía dos años; no alcancé a tener ningún recuerdo, pero me hablaban maravillas de mi mamá, Carmelita Bernal, como la llamaban”. Doña Carmelita y don Marco tuvieron otros cuatro hijos: Faustino, Sofía, Lola y Luis María. Al quedar viudo, don Marco se casó con doña Emilia Bernal, tía de Eustaquio, quien también había enviudado de un hermano de don Marco. Ella tenía una hija de su matrimonio, Rosa Irene, y tuvo otros cinco hijos más en la nueva unión, por lo que se conformó un nuevo núcleo familiar de once hijos. “En la casa todo era muy normal, de mucho respeto unos con otros; las mujeres en sus cosas, los hombres en sus trabajos… solo teníamos libres los domingos. A los quince años, nuestro trabajo se igualaba al de un obrero; mi padre confiaba mucho en nuestro trabajo y en el de los obreros por la presencia nuestra”.
“Como acólito, fui conociendo y relacionándome con los padres jesuitas, por lo mismo, conociendo la Compañía de Jesús. Con la recomendación del P. Camargo –párroco de Floresta–, me recibieron en el Noviciado de Santa Rosa de Viterbo como aspirante”, el 17 de octubre de 1941. Durante esos dos años, lo encargaron de la recepción de la casa y de la encuadernación. Dos años más tarde, emitió los votos del bienio el 30 de agosto de 1943. “Reconozco el llamado de Dios, su gracia me ha conducido y me ha dado la mano, como la mamá que lleva al niño a todas partes sin peligro. Días y noches de muchas consolaciones, días y noches de oscuridad y tentaciones, días y noches de soledad abrumadora y Dios llevándome de la mano. […] En el Noviciado, el P. Germán Mejía como Maestro de novicios y el P. Hipólito Jerez como ayudante del P. Maestro, nos formaron para el trabajo puntual y responsable, con espíritu sobrenatural y con las virtudes de buen ejemplo, buen trato a los demás y dando un buen consejo a los que cooperan con nosotros. Todo quedó muy asimilado para la vida entera”.
Su vida apostólica comenzó en forma en Cali (1945-1955), encargado de la recepción del Colegio Berchmans, así como de los buses y del personal administrativo. Algún tiempo después, le confiaron la administración de la Finca La Cumbre, que se había adquirido para las vocaciones. “En el año 1953, estando en Cali, me concedieron emitir los últimos votos [el 15 de agosto]. Era muy sencilla la Tercera Probación: un mes en el Noviciado con la distribución de los novicios asistiendo a las pláticas de explicación de las Reglas, ocho días de Ejercicios Espirituales, hacer la visita a la Virgen de Tobasía, patrona de la Compañía de Jesús”. Durante estos diez años, entabló una estrecha relación con las familias de los padres Francisco de Roux y Alfonso Borrero. Después, fue destinado a Barranquilla (1955-1961) por el P. Emilio Arango, S.J.; allí colaboró en la recepción, las misas y la administración económica del Colegio.
Después de dos años de trabajo en La Merced en Bogotá (1961-1963), lo enviaron a El Mortiño: “me encargué de la dirección de la cocina y compra de mercado; la huerta de hortalizas y la huerta de las peras. Le ayudaba al H. Eugenio Montoya en la finca de Patasía y en la ganadería de la casa”. Luego de una breve colaboración en Bucaramanga (1970-1971), pasó a colaborar en la Curia Provincial en 1972, donde lo encargaron de la administración de las fincas de Techo y Moyano. Siguieron cuatro años en la Javeriana, trabajo que recuerda con especial cariño: “con todo el personal de la Javeriana me fue muy bien. Las oficinas de funcionamiento eran las que más rápido se atendían, fue de gran importancia esa prioridad en los arreglos. Todo el personal que acudía a pedirme alguna cosa no quedaba defraudado, siempre lo atendía y le daba lo que pedía. Fueron cuatro años de mucha dedicación a lo que la Javeriana me había encargado”. De su paso por la Javeriana, el H. Eustaquio recibió varias cartas de reconocimiento por su labor, las cuales conservó durante toda su vida; recuerda, por ejemplo, las palabras de agradecimiento del P. Roberto Caro, S.J., en ese momento, rector de la Universidad: “Aprovecho la oportunidad para expresarle mi agradecimiento muy sincero por el magnífico e irremplazable trabajo realizado en la Universidad en estos años, así como mi pesar por tener que aceptar el retiro decidido por el P. Provincial y que sólo se justifica por el servicio más amplio a la Provincia, que se espera de usted”.
De nuevo, fue requerido en la Curia Provincial para apoyar la administración de las fincas a partir de 1978. En sus memorias, el H. Eustaquio consignó recuerdos valiosos acerca de su labor como religioso en las fincas, las dificultades y logros de su labor y su significado para la vida de la Provincia. También, da cuenta de su estado interior mientras realizó esta exigente labor: “En la soledad de las noches, sumergido en las llanuras de setecientas fanegadas, con novecientos novillos, las tempestades a la orilla del Sinú, noches de muchos truenos y relámpagos, se siente uno como atrapado por la noche oscura y sin nadie que lo acompañe… no es tan bueno para vivir una vida religiosa. Todo esto y algo más, lo experimenté con mucha paz y tranquilidad. […] Todo fue pasando con una tranquilidad beneficiosa, llevado siempre de la mano de Dios”. Se ocupó de esta responsabilidad hasta el año 2002, cuando fue destinado a la Comunidad de Profesores de María Inmaculada, dedicándose, de manera especial, al cuidado de la flora de la Casa de Ejercicios San Claver. Fueron estos catorce años en los que sus compañeros de comunidad conocieron más de cerca su carácter, como podemos verlo en los siguientes apartes de la homilía de las exequias del H. Eustaquio, presidida por el P. Silvio Cajiao, S.J., superior de esa comunidad.