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H. Eustaquio Silva Bernal, SJ

Espiritualidad Encarnada y Apostólica

Por: Octubre 31, 2020

“Sea alabada la muchedumbre de tantos hermanos jesuitas que han escrito, en la santa penumbra de sus vidas –como la de Jesús de Nazaret–, la gran historia de la salvación encomendada a la Compañía de Jesús”.

H. Eustaquio Silva, SJ

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En la fiesta de San Alonso Rodríguez, jesuita hermano en la Compañía de Jesús

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La vida del H. Eustaquio pasó a engrosar la historia de esa “santa penumbra” de la vida de los hermanos jesuitas que, en el seguimiento silencioso y discreto del Señor Jesús, enriquecen el carisma de la Compañía de Jesús. Las palabras que encabezan este sencillo homenaje sirven de conclusión a unas Notas autobiográficas que el H. Eustaquio escribió a lo largo de su vida y que concluyó en 1991. Dejaremos, entonces, contar al propio Eustaquio algunos apartes de su vida y, luego, al P. Silvio Cajiao, S.J. referir algunos rasgos de su personalidad.

“El pueblo de Floresta (Boyacá) se encuentra en un valle pequeño, fértil y muy bonito, rodeado de cordilleras altas, como el Tíbet que se ve de todas partes. El Dungua, que aparece nublado frecuentemente, enmarca el bello paisaje. […] Rosa Grande, localizada donde terminan las estribaciones del Tíbet, la cordillera más alta de Floresta, es un rincón hermoso donde llega el caudal de agua para el pueblo; recorre todo el trayecto de la finca para hacer de Rosa Grande un sitio atractivo y tranquilo. En esta finca nací el 29 de mayo de 1923. Se empieza a cosechar alverja, habas, fríjol, papa criolla; creo que por eso se encontraba mi mamá en la finca”. Se trata de doña María del Carmen Bernal, también oriunda de Floresta, como el padre de Eustaquio, don Marco Silva, “quien fue el hombre de la agricultura. Toda su vida fue la agricultura. La ilusión y sus sueños eran tener una gran cosecha de cebada, maíz, fríjol, papa y trigo. […] Toda la familia estaba en función de la agricultura, el ganado y las ovejas. Todos los hermanos y hermanas solo estudiamos la primaria para luego dedicarnos a la agricultura. La agricultura es un oficio muy hermoso y gratificante; regar la semilla y ver al poco tiempo nacer, crecer y fructificar en abundancia la semilla sembrada. […] Todo es un sueño tranquilo para el agricultor que ve, espera y recoge la comida para conservar la vida”. 

“Mi mamá fue muy estimada por las personas que la conocieron. Murió cuando yo sólo tenía dos años; no alcancé a tener ningún recuerdo, pero me hablaban maravillas de mi mamá, Carmelita Bernal, como la llamaban”. Doña Carmelita y don Marco tuvieron otros cuatro hijos: Faustino, Sofía, Lola y Luis María. Al quedar viudo, don Marco se casó con doña Emilia Bernal, tía de Eustaquio, quien también había enviudado de un hermano de don Marco. Ella tenía una hija de su matrimonio, Rosa Irene, y tuvo otros cinco hijos más en la nueva unión, por lo que se conformó un nuevo núcleo familiar de once hijos. “En la casa todo era muy normal, de mucho respeto unos con otros; las mujeres en sus cosas, los hombres en sus trabajos… solo teníamos libres los domingos. A los quince años, nuestro trabajo se igualaba al de un obrero; mi padre confiaba mucho en nuestro trabajo y en el de los obreros por la presencia nuestra”.

“Como acólito, fui conociendo y relacionándome con los padres jesuitas, por lo mismo, conociendo la Compañía de Jesús. Con la recomendación del P. Camargo –párroco de Floresta–, me recibieron en el Noviciado de Santa Rosa de Viterbo como aspirante”, el 17 de octubre de 1941. Durante esos dos años, lo encargaron de la recepción de la casa y de la encuadernación. Dos años más tarde, emitió los votos del bienio el 30 de agosto de 1943. “Reconozco el llamado de Dios, su gracia me ha conducido y me ha dado la mano, como la mamá que lleva al niño a todas partes sin peligro. Días y noches de muchas consolaciones, días y noches de oscuridad y tentaciones, días y noches de soledad abrumadora y Dios llevándome de la mano. […] En el Noviciado, el P. Germán Mejía como Maestro de novicios y el P. Hipólito Jerez como ayudante del P. Maestro, nos formaron para el trabajo puntual y responsable, con espíritu sobrenatural y con las virtudes de buen ejemplo, buen trato a los demás y dando un buen consejo a los que cooperan con nosotros. Todo quedó muy asimilado para la vida entera”. 

Su vida apostólica comenzó en forma en Cali (1945-1955), encargado de la recepción del Colegio Berchmans, así como de los buses y del personal administrativo. Algún tiempo después, le confiaron la administración de la Finca La Cumbre, que se había adquirido para las vocaciones. “En el año 1953, estando en Cali, me concedieron emitir los últimos votos [el 15 de agosto]. Era muy sencilla la Tercera Probación: un mes en el Noviciado con la distribución de los novicios asistiendo a las pláticas de explicación de las Reglas, ocho días de Ejercicios Espirituales, hacer la visita a la Virgen de Tobasía, patrona de la Compañía de Jesús”. Durante estos diez años, entabló una estrecha relación con las familias de los padres Francisco de Roux y Alfonso Borrero. Después, fue destinado a Barranquilla (1955-1961) por el P. Emilio Arango, S.J.; allí colaboró en la recepción, las misas y la administración económica del Colegio. 

Después de dos años de trabajo en La Merced en Bogotá (1961-1963), lo enviaron a El Mortiño: “me encargué de la dirección de la cocina y compra de mercado; la huerta de hortalizas y la huerta de las peras. Le ayudaba al H. Eugenio Montoya en la finca de Patasía y en la ganadería de la casa”. Luego de una breve colaboración en Bucaramanga (1970-1971), pasó a colaborar en la Curia Provincial en 1972, donde lo encargaron de la administración de las fincas de Techo y Moyano. Siguieron cuatro años en la Javeriana, trabajo que recuerda con especial cariño: “con todo el personal de la Javeriana me fue muy bien. Las oficinas de funcionamiento eran las que más rápido se atendían, fue de gran importancia esa prioridad en los arreglos. Todo el personal que acudía a pedirme alguna cosa no quedaba defraudado, siempre lo atendía y le daba lo que pedía. Fueron cuatro años de mucha dedicación a lo que la Javeriana me había encargado”. De su paso por la Javeriana, el H. Eustaquio recibió varias cartas de reconocimiento por su labor, las cuales conservó durante toda su vida; recuerda, por ejemplo, las palabras de agradecimiento del P. Roberto Caro, S.J., en ese momento, rector de la Universidad: “Aprovecho la oportunidad para expresarle mi agradecimiento muy sincero por el magnífico e irremplazable trabajo realizado en la Universidad en estos años, así como mi pesar por tener que aceptar el retiro decidido por el P. Provincial y que sólo se justifica por el servicio más amplio a la Provincia, que se espera de usted”.

De nuevo, fue requerido en la Curia Provincial para apoyar la administración de las fincas a partir de 1978. En sus memorias, el H. Eustaquio consignó recuerdos valiosos acerca de su labor como religioso en las fincas, las dificultades y logros de su labor y su significado para la vida de la Provincia. También, da cuenta de su estado interior mientras realizó esta exigente labor: “En la soledad de las noches, sumergido en las llanuras de setecientas fanegadas, con novecientos novillos, las tempestades a la orilla del Sinú, noches de muchos truenos y relámpagos, se siente uno como atrapado por la noche oscura y sin nadie que lo acompañe… no es tan bueno para vivir una vida religiosa. Todo esto y algo más, lo experimenté con mucha paz y tranquilidad. […] Todo fue pasando con una tranquilidad beneficiosa, llevado siempre de la mano de Dios”. Se ocupó de esta responsabilidad hasta el año 2002, cuando fue destinado a la Comunidad de Profesores de María Inmaculada, dedicándose, de manera especial, al cuidado de la flora de la Casa de Ejercicios San Claver. Fueron estos catorce años en los que sus compañeros de comunidad conocieron más de cerca su carácter, como podemos verlo en los siguientes apartes de la homilía de las exequias del H. Eustaquio, presidida por el P. Silvio Cajiao, S.J., superior de esa comunidad.

Su vida religiosa

De nosotros, más de uno podría dar testimonio de la fidelidad de Eustaquio en la participación cotidiana en la Eucaristía, muchas veces antes de clarear el día, consciente de que de ese alimento que el Señor le daba y ese encuentro personal con Él, derivaba su fortaleza para poderse entregar incansablemente a sus labores del campo y de la administración de las fincas y de los trabajos que, en contacto con la naturaleza –que todos sabemos son exigentes y en ocasiones extenuantes–, con gran generosidad él los asumía. Esto revela, a la vez, que su vida de oración y observancia de nuestras Constituciones eran para él su compromiso de vida como lo había prometido en su compromiso por sus votos.

 Su vida comunitaria

Quienes vivimos con Eustaquio, en las diversas comunidades a las que perteneció en la Provincia, fuimos testigos de su recato y silencio, pero al mismo tiempo de su entusiasmo y adhesión a todo aquello que motivaba su vida, el espíritu incondicional de servicio, los temas del agro que conocía a fondo –puesto que era su vivencia cotidiana–, el precio y calidad del café, un hato de ganado, la posibilidad de abrir nuevos frentes de trabajo con nuevos sembrados como la estevia o cultivos de peces, etc. A más de uno, con gran sencillez, pero con generosidad, prestaba sus servicios de peluquería. Y todo esto, sin duda, nos iba mostrando que Eustaquio había bebido de la fuente ignaciana del “no el mucho saber harta y satisface el ánima, sino el gustar de las cosas internamente”. Yo diría de las cosas de Dios internamente que, como saben los contemplativos, no necesita de grandes gritos y alharacas sino del susurro de la brisa, o del despuntar del botón de la flor como indicativo cierto de la vida que viene, o del nacimiento de un ternerito y del Dios providente que lo alimenta, etc. Su devoción cotidiana a la Madre de Dios, desgranando las cuentas del Rosario, colocando en su corazón sus solicitudes más íntimas.

Su vida de trabajo

Era madrugador, para iniciar su jornada antes de salir el sol. Las diversas fincas y frentes de trabajo que se le encomendaron fueron testimonio vívido de su dedicación. El rendimiento financiero, que, generalmente, ha estado dedicado en nuestra Provincia para proveer por el sustento y manutención de nuestros jóvenes en formación, lo asumió Eustaquio con gran conciencia y responsabilidad. Inclusive, en situaciones donde las condiciones de inseguridad y riesgo de la vida eran delicadas, su trabajo no cejó ni en el Magdalena Medio, ni en Arboletes, ni en Tierralta, ni en Los Campanos; o en lugares más tranquilos como Moyano, y en la última etapa de su vida en la finca San Claver, de feliz recordación para tantas generaciones jesuíticas. Más de un administrador de la Provincia podría testificarlo: su conocimiento directo del campo y de las condiciones de las tierras, así como de la calidad del ganado, eran la tranquilidad de quienes debían, más bien, administrar desde la ciudad. Conservó una gran sensibilidad por conocer y estar cercano a las necesidades de los trabajadores de las fincas y proveer y exponer, prudentemente ante los superiores, estas sugerencias. 

Otros mil detalles se podrían traer a la memoria, como su habilidad para el dominó y el rummy en los ratos de conciencia comunitaria, su afición por los toros y su fidelidad al escuchar en su radio las diversas ferias de Cali, Bogotá, Manizales y otras plazas y carteles del país; esto, en las vacaciones de fin de año y comienzos del año nuevo. La fidelidad en la amistad a sus compañeros que integraron las filas de Ignacio, como testimonio de aquel ideal común que se mantiene grabado en nuestros corazones: “en todo amar y servir”. 

 

Referencia: Noticias de Provincia, N° 5, mayo 2016, pg. 9-10. Eustaquio Silva. Notas autobiográficas.

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