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H. Gabriel Duque Correa, SJ

Espiritualidad Encarnada y Apostólica

Por: Octubre 31, 2020

«Esto que se les meta hasta en los tuétanos… si un hermano le coge cariño al trabajo y se entusiasma por su oficio, le tenemos de seguro firme en su vocación y no hay por qué preocuparse de que pierda el tiempo… Este, a mi parecer, ha sido el fallo de muchos. Como no sabían nada en serio, tampoco tomaron en serio el trabajo y después no se les hacía más que regañar hasta que se salieron”.

H. Gabriel Duque, SJ

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En la fiesta de San Alonso Rodríguez, jesuita hermano en la Compañía de Jesús

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Estas palabras, citadas por el P. Alberto Betancur, SJ en su biografía del H. Gabriel Duque, SJ, –el “Viejo” o el “Maestro”, como lo llamaron cariñosamente– develan bien la profunda convicción de la vocación de hermano jesuita de Gabriel, durante sus 53 años de vida religiosa. Muy seguramente, la puesta en marcha de ese proyecto biográfico del P. Betancur (salido de la imprenta en septiembre de 1982) significó que se omitiera la semblanza del H. Gabriel en el tomo correspondiente del Necrológio de la Provincia (tomo 3). Hemos querido, con todo, incluirla ahora en este volumen, para el conocimiento de las nuevas generaciones de jesuitas.

Gabriel era natural de Guarne (Antioquia), donde nació con su hermano gemelo Urbano, quien fuera también hermano jesuita, el 5 de abril de 1910. Sus padres fueron don Antonio María Duque y doña María del Rosario Correa, quienes tuvieron en total doce hijos, de los cuales cuatro fueron religiosos: Gabriel y Urbano jesuitas, y María Josefa y María del Rosario hermanas de la Presentación. Los dos hermanos iniciaron su itinerario hacia la vida jesuítica en la Apostólica de Nazaret (Albán, Cundinamarca), a la que habían llegado con otros veintitrés jóvenes deseosos de entrar en la Compañía. Quienes los apoyaron y animaron a ir con los jesuitas –Mons. Félix Mejía, párroco, sus padres y familiares cercanos– tenían por supuesto que los dos jóvenes entrarían para ser sacerdotes; sin embargo, los gemelos, cada uno por separado, sorprendieron a todos con su firme convicción de querer ser hermanos jesuitas. Entraron, entonces, al Noviciado en Chapinero el 1 de febrero de 1928, siendo Maestro de Novicios el P. Carlos Hilario Currea; los votos del bienio tuvieron lugar el 2 de febrero de 1930. Esos dos años contaron, además, con el influjo del P. Eduardo Ospina, SJ, quien llegó para ser parte del equipo de formadores.

Hechos los primeros votos, el H. Gabriel fue destinado a la Escuela Apostólica de Albán (1931-1933) como enfermero, oficio al que había sido introducido desde el Noviciado por el H. Pedro María Calvo; también sirvió como ayudante en la cocina. Allí encontró al P. Germán Mejía, superior, al P. Hipólito Jerez, espiritual, al P. Justiniano Vieira, prefecto, y al P. Luis Gorostiza, ministro. También tuvo la oportunidad de conocer al P. Bernardo Andrade, SJ, quien era misionero en la China; este encuentro sembró en el H. Gabriel el deseo de hacerse misionero en ese país, para lo cual propuso al Provincial que lo enviara al Magdalena Medio a manera de ensayo, petición que no le fue concedida. Los mismos oficios de enfermero y cocinero los desempeñó durante el bienio subsecuente en Chapinero. En 1935, fue enviado a Bucaramanga, año en el que el gobierno local dio por terminado el convenio de uso de un edificio en el que estaba instalado el Colegio San Pedro Claver; el H. Gabriel lideró la adecuación de la capilla en el nuevo lote de Sotomayor, al que se trasladó el Colegio, que debió cerrar temporalmente a finales de julio de 1937. Después de esto, lo destinaron a Santa Rosa de Viterbo por dos años, durante los cuales sirvió como ayudante del H. Calvo, con quien complementó sus conocimientos de enfermería y odontología. Entre 1939 y 1944, el H. Gabriel sirvió en la Comunidad del Colegio Mayor de San Bartolomé, donde se reencontró con el P. Eduardo Ospina, quien fue para él de gran influencia en su vida de jesuita. Allí se incorporó definitivamente a la Compañía de Jesús el 15 de enero de 1940.

De regreso en Santa Rosa en 1945, le fue encomendada la enfermería de esa numerosa Comunidad. Para entonces, el H. Gabriel ya irradiaba la imagen del hermano jesuita, como lo manifiesta el P. Alberto Betancur: “Formaba parte Gabriel de esa benemérita y numerosa generación de hermanos, cuya sólida formación en la fe y las acrisoladas virtudes religiosas, los había capacitado para descubrir, bajo las tareas aparentemente más monótonas e insignificantes, nada menos que una réplica de la vida de Dios hecho hombre y de su Madre Santísima y de san José, en aquel hogar de Nazaret”. Por entonces, los jóvenes ya habían empezado a llamarlo cariñosamente “El Viejo”. En 1946, recibió la orden inesperada de trasladarse a El Mortiño, donde la Apostólica de Nazaret estrenaba nuevo edificio, para concluir la obra de acabado de la capilla que había iniciado su hermano Urbano con una serie de vitrales. El H. Gabriel ya había colaborado con el acondicionamiento y acabado de otras dos capillas: la de la Niña de Murillo en Chapinero, siendo todavía novicio, y la del barrio Sotomayor en Bucaramanga, cuando la comunidad tuvo que dejar el colegio viejo en 1937.

Llegado el año 1948, y durante los veinte años siguientes, el H. Gabriel haría presencia apostólica como enfermero, cocinero y artista en casas de formación de la Provincia: las Facultades Eclesiásticas en Chapinero, y el Noviciado y Juniorado en Santa Rosa. Corría el año de 1958, cuando el P. General J.B. Janssens diera la instrucción acerca de la Formación de los Hermanos Coadjutores. Este documento fue para el H. Gabriel, en adelante, una guía para seguir construyendo su testimonio de vida como hermano jesuita. En efecto, uno de sus párrafos predilectos da cuenta del centro de la convicción de su vocación de hermano, a pesar de la oposición primera de su padre y hermanos varones: “Se requiere, ante todo, que todos tengan en gran estima el grado de los hermanos coadjutores como lo exige la verdad de las cosas a la mirada de Dios, mirando el asunto con los ojos de la fe, se estima como agradabilísimo a Dios una vida, cual el mismo Cristo Nuestro Señor llevó durante casi toda su permanencia en la tierra”. Adicionalmente, el documento animaba a enriquecer la formación de los hermanos por medio de la instrucción en los campos de la cultura humana y la técnica profesional, lo cual, sin duda, iluminó al H. Gabriel y amplió los horizontes de su vocación.

El P. Enrique Gutiérrez, SJ se refiere al año de 1965, cuando, siendo novicio, lo enviaron como ayudante del H. Gabriel por algo más de dos meses: “Cariñosamente lo llamaban el Viejo. Irradiaba alegría, servicialidad, buen trato. Cuando los novicios le solicitaban algo, lo hacía con mucho gusto. Era muy detallista en la preparación de las comidas y se preocupaba mucho de que todo estuviera bien preparado, bien presentado y a tiempo, y sufría mucho cuando, por algún imprevisto, debía retrasarse en el servicio de la mesa”. Así, los jóvenes fueron descubriendo en la vida del H. Gabriel un testimonio sencillo de entrega al Señor, marcado fundamentalmente por la alegría. Ese mismo año, la muerte del P. Ospina debió dejar un gran vacío en la vida del H. Gabriel, pues él había sido referente fundamental en su formación como jesuita y como artista. Con todo, la alegría siguió caracterizando su vida, como lo manifestó el P. Luis Arturo Barrera, también artista: “No es fácil encontrar en la vida religiosa una persona con esa gran alegría en el servicio de Dios y con esa gran capacidad de compartir esa alegría con los que viven con él. De hacer sentir en todo momento una actitud de entrega total, desinteresada, pero, sobre todo en una tal realización personal, que mostraba siempre en él al hombre feliz de ser jesuita. Creo que este es el detalle más importante de su modo de servir a Dios”.

Después de una breve estadía en Cartagena, en 1968 fue destinado al Colegio San Ignacio de Medellín, donde su principal ocupación fue ser profesor de estética y práctica del dibujo. La cuidadosa y esmerada preparación de sus clases le valió el apodo de “El Maestro”. Pero no fue solo una ocupación que dedicara a los alumnos del Colegio; después de la jornada ordinaria de los estudiantes, “El Maestro” invitaba a los trabajadores de diversas dependencias del Colegio, para compartirles sus conocimientos y técnicas artísticas. El contacto con la gente sencilla y pobre de Medellín lo extendió el H. Gabriel al aceptar una invitación del P. Hernán Umaña, SJ, entonces rector del Colegio. Se trató de apoyar a unas religiosas que trabajaban con personas que vivían del basurero de la ciudad. Fue este un apostolado que asumió con entera seriedad y entrega, y al que involucró a los estudiantes del Colegio. También hizo parte activa de los campamentos misión que organizaba la pastoral del Colegio durante Semana Santa y Navidad. Fue en una de esas correrías de campamento misión, en el municipio de San Rafael (Antioquia), que el H. Gabriel, “El Maestro” y “El Viejo”, tuvo su encuentro definitivo con el Señor un 16 de noviembre de 1981. La ceremonia de exequias tuvo lugar al día siguiente en el Colegio, con la presencia de alumnos, padres de familia, allegados y jesuitas. Su vida fue de plena fidelidad al carisma ignaciano de la Compañía de Jesús y, en particular, a la vocación de hermano jesuita, a través de un testimonio de alegría adaptado a su tiempo.

Referencia: Alberto Betancur S.J., El Hermano Gabriel Duque SJ, 1982.

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