Lecturas:
- Jeremías 20: 7-9
- Salmo 62
- Romanos 12: 1-2
- Mateo 16: 21-27
La Palabra de este domingo se concentra en las consecuencias dolorosas que conlleva el ministerio profético y en las exigencias y responsabilidades que demanda tal vocación y modo de vida. Tomar la cruz, hacerle frente a la incomprensión y a la contradicción, por causa del compromiso con la causa mayor del Reino de Dios y su justicia, es el asunto que nos pide el mismo Señor, muchísimo más que ser “cristianos funcionales”, adaptados a un sistema de “tranquilidad religiosa”. [1] La primera lectura, de Jeremías, y el texto evangélico, tomado de Mateo, llaman la atención sobre el conflicto que tienen que afrontar tanto el profeta como Jesús. Vivir proféticamente es anunciar con esperanza que Dios libera al ser humano de toda cautividad, la de sí mismo y la del pecado, la de las injusticias y afrentas a la dignidad humana, la de los poderes que cosifican a multitud de hombres y mujeres en todos los tiempos de la historia. El Dios de la profecía bíblica es un Dios comprometido salvíficamente con sus creaturas, “mueve el piso” y desinstala de un cristianismo minimalista. Así mismo, el modo profético implica denunciar lo que desordena la intervención liberadora de Dios en la historia de la humanidad. El profeta es alguien comprometido de modo insobornable con la verdad, es fiel a su conciencia tocada por la rectitud que proviene del mismo Dios, cuando, desde esa fidelidad se anuncia un orden de vida y de dignidad para todos, cuando se somete a la más severa crítica todo lo que es contrario a ese proyecto: la deshumanización promovida por los injustos y poderosos, la violencia ejercida por unos pocos en contra de muchos, el abuso sobre la dignidad humana, la manipulación de las conciencias, las estructuras de pecado, la economía deshumanizante, las estratagemas torcidas para mancillar la obra de Dios. Cuando el profeta y su profecía toman en serio a Dios y al ser humano sobrevienen consecuencias dramáticas. [2]
También es muy importante advertir que el proyecto de vivir fielmente en este camino no es un ejercicio de permanente sufrimiento, de exaltación del dolor por sí mismo, de penitencias y austeridades desmedidas, de exponerse irresponsablemente al conflicto, como lo ha querido proponer cierto modelo de vida cristiana, mucho más voluntarista-masoquista que humano y evangélico. La vida y misión del profeta, si bien llega a ser dramática en extremo, no “canoniza” el dolor y la contradicción. Esto último es consecuencia de la sinceridad de su compromiso, como lo fue claramente en el caso del Señor Jesús y en el de tantos hombres y mujeres que en la historia cristiana han decidido con notable seriedad seguir su camino y jugarse la vida por esa causa del Dios siempre mayor. [3]
La felicidad-sentido de vida que ofrece Jesús es la de gastarse por amor, dando sentido a la existencia de muchos, principalmente a los más desvalidos y afectados por las injusticias, a los que han fracasado en su proyecto vital, a los abatidos por las frustraciones que ponen en peligro sus razones para la esperanza. Este modo de vida requiere la denuncia severa, la confrontación crítica de personas y sistemas que respaldan tales desórdenes, como era la práctica de los profetas de Israel y la práctica del mismo Jesús. Su plena identificación con la voluntad de Dios se implica directamente con la mayor pasión por la verdad y por la justicia, a sabiendas de la animadversión que esto suscita en los poderosos, los que no soportan el carácter insobornable de los justos. Son muchos los hombres y mujeres que han vivido de modo heroico su identificación con este máximo ideal del cristianismo que se pretende serio y responsable. Ellos no buscaron, ni buscan, aplausos y recompensas como los que suele dar el mundo del poder y del éxito – condecoraciones, aplausos, publicidad, difusión de su prestigio en los medios de comunicación – porque su premio definitivo es la identificación liberadora con la cruz del Señor y con los crucificados de la humanidad. [4]
El ministerio profético de Jeremías es especialmente dramático, su servicio se enmarca en la experiencia del exilio vivida por el pueblo de Israel, desposeído de su territorio, de su autonomía, de su templo. Este profeta somete a crítica profunda la excesiva formalidad del culto religioso israelita, la precariedad moral y espiritual de sus contemporáneos, su indiferencia e injusticia con el prójimo sufriente, y su actitud reticente para convertirse al amor de Dios. Vivió tan exigente historia predicando y confrontando en vano a los reyes incapaces que se sucedían en el trono de David; fue acusado de derrotismo, perseguido y encarcelado. A esto se une su temperamento extremadamente sensible y frágil, que tuvo que hacer frente a multitud de desgracias para él mismo y para su pueblo. [5] Se vio desgarrado por una misión a la que no podía sustraerse: “Me has seducido, Yahvé, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido. He sido la irrisión cotidiana: todos me remedaban. Cada vez que abro la boca es para clamar: ¡Atropello!, para gritar: ¡Me roban! La palabra de Yahvé ha sido para mí oprobio y befa cotidiana”. [6]
La mayoría de los profetas bíblicos sufrieron experiencias similares, rechazados por sus propios hermanos y por las autoridades correspondientes. Muchos padecieron el destierro y la muerte ignominiosa, pero pudo más la fidelidad a Yahvé y a su pueblo, a la misión encomendada, que su seguridad y bienestar. La Palabra de Dios penetra hasta lo más hondo del profeta, se convierte en la prioridad que determina sus decisiones y conductas.
De aquí podemos trasladarnos a los relatos de cristianos heroicos, que no cedieron a la perversidad de injustos y poderosos, que no transaron sus convicciones, que se mantuvieron firmes en sus denuncias de tal o cual estado de cosas inadmisibles para los valores evangélicos, que defendieron la dignidad de sus prójimos, hasta el extremo de ofrecer su vida martirialmente: “Nadie tiene mayor amor que aquel que es capaz de dar la vida por las personas que ama”. [7]
Pasan por nuestra mente y corazón: los mártires del cristianismo primitivo; los que dieron sus vidas en el horror de los campos de concentración soviéticos y nazis en la II guerra mundial; los que murieron víctimas de las atrocidades de las dictaduras militares latinoamericanas en el siglo XX y en lo que va corrido del presente; los líderes sociales de Colombia asesinados por su defensa comprometida de la paz y de la dignidad humana; las gentes honestas que se enfrentan a los ídolos del poder para hacer públicas sus componendas y desvaríos, exponiéndose a su ira homicida; los heroicos testigos de la fe que, en distintos contextos de los veinte siglos de cristianismo, han afirmado con su vida el valor definitivo de la fe en Jesucristo y el significado trascendente de la dignidad humana. [8]
El texto de Mateo aborda esta cuestión esencial de la existencia cristiana presentando el discipulado como seguimiento de Jesús hasta la cruz. Él pone de manifiesto a sus discípulos que el camino de la resurrección está vinculado estrechamente con la experiencia de cruz. El núcleo principal es el primer anuncio de la pasión. Los discípulos, simbolizados en la persona de Pedro, no son capaces de comprender esta dura realidad y se resisten a admitirla: “Pedro se lo llevó aparte y se puso a reprenderlo diciendo: ¡Ni se te ocurra, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!”. [9]
Para ellos su expectativa se concentra en un mesianismo glorioso y triunfante, ideas propias del judaísmo de ese momento. Son criterios mundanos, parecidos a los que se manifiestan con pesadumbre cuando alguien decide emprender un modo de vida en el que la abnegación y el sacrificio son el pan de cada día. Jesús rechaza enfáticamente esa mentalidad con palabras muy severas: “Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de mí vista, Satanás! Sólo me sirves de escándalo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”. [10]
No hay verdadero discipulado si no se asume el mismo camino del maestro. El anuncio del Evangelio trae consigo persecución y sufrimiento. Tomar la cruz significa participar en la muerte y en la resurrección de Jesús, la pérdida de la vida por su causa habilita al discípulo para alcanzarla en plenitud junto a Dios: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues, de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?” [11]
En el camino de Jesús el talante profético es imperativo. Muchos cristianos se han jugado la vida por la defensa de los valores contenidos en el Evangelio, han enfrentado contradicciones, han renunciado a la vida cómoda e instalada para anunciar que hay una manera cualitativamente distinta de vida que no fundamenta su sentido ni en el dinero ni en el poder absoluto ni en la dominación injusta de los hermanos, sino en el sacrificio, en el ejercicio de la solidaridad, en la mesa compartida, en la tantas veces mencionada projimidad. [12]
Cuando la mentalidad de muchos ambientes mundanos nos quiere seducir con su invitación a las riquezas, a hacer carrera en la escala del poder, a ser “importantes”, a desentendernos de los pobres porque nos contaminan, a no comprometernos en movimientos de justicia social y de derechos humanos, Jesús sale al paso para proponernos esta alternativa: “Porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará”. [13]
Todo esto es lo que confronta eso que aquí hemos llamado “cristianismo minimalista”, acomodados a la inercia sociocultural de la fe, bautizados sin compromiso, viviendo una religiosidad de momentos sociales. Este no es el camino; el propio, que es el del Señor Jesús, exige presencia y profecía, seriedad existencial, integridad ética, modo de servicio, disposición para afrontar la cruz: “Por tanto, hermanos míos, les ruego por la misericordia de Dios que se presenten a ustedes mismos, como ofrenda viva, consagrada y agradable a Dios. Este es el verdadero culto que deben ofrecer”. [14]
Bibliografía:
[1] DEL CURA ELENA, Santiago. Presente y futuro del discurso cristiano sobre Dios. En Almogarén, volumen 28, número 1; páginas 105-129. Centro Teológico de Las Palmas, 2001. Palma de Gran Canaria. ZAMORA ANDRADE, Pedro Pablo. Seguir a Jesús, el Señor, y proseguir su proyecto. Verbo Divino. Estella, 2021. FLECHA ANDRÉS, José Román. El seguimiento de Cristo en el magisterio de la Iglesia. En https://www.core.ac.uk/download/pdf/83559185.pdf MARTINI, Carlo María. El seguimiento de Cristo. Sal Terrae. Santander, 1997. HENGEL, Martin. Seguimiento y carisma. La radicalidad de la llamada de Jesús. Sal Terrae. Santander, 1987. LOIS, Julio. Universalidad del llamamiento y radicalidad del seguimiento. En https://www.ciberiglesia.net/discipulos/05/05discipulado_llamamientoyseguimiento_lois.htm SOBRINO, Jon. Resurrección de la verdadera Iglesia. Sal Terrae. Santander, 1985. BONHOEFFER, Dietrich. El precio de la gracia. El seguimiento. Sígueme. Salamanca, 2004. CASTILLO, José María. El seguimiento de Jesús. Sígueme. Salamanca, 2005.
[2] DE SIVATTE, Rafael. Persecución y muerte violenta de los profetas de Israel. En Revista Latinoamericana de Teología volumen 16, número 48, páginas 258-276. Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. San Salvador, 1999; Monseñor Romero, los profetas de Israel y los ídolos: la religión, las potencias extranjeras, las armas, el poder. En Revista Latinoamericana de Teología volumen 14, número 41, páginas 173-192. Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, San Salvador, 1997. EIZAGUIRRE, José. Actitudes proféticas hoy: pasión por el Creador, las creaturas y la creación. Aula de Teología de la Universidad de Cantabria. Santander, 25 de noviembre de 2014. MESTERS, Carlos. Lectura profética de la historia. Verbo Divino. Estella, 1999. SICRE DÍAZ, José Luis. Con los pobres de la tierra. La justicia social en los profetas de Israel. Cristiandad. Madrid, 1984.
[3] GARRIDO, Javier. Proceso humano y gracia de Dios. Sal Terrae. Santander, 1996; Ni santo ni mediocre, ideal cristiano y condición humana. Verbo Divino. Estella, 1993. MARDONES, José María. Matar a nuestros dioses. Un Dios para un creyente adulto. PPC. Madrid, 2006. MIFSUD, Tony. Una fe comprometida con la vida. Espiritualidad y ética hoy. San Pablo. Santiago de Chile, 2002. MARTÍNEZ DÍEZ, Felicísimo. Creer en el ser humano, vivir humanamente. Verbo Divino. Estella, 2012.
[4] CODINA, Víctor. Una Iglesia nazarena. Teología desde los insignificantes. Sal Terrae. Santander, 2010. PIKAZA, Xabier & ANTUNES DA SILVA, José. El pacto de las catacumbas. La misión de los pobres en la Iglesia. Verbo Divino. Estella, 2015. GUTIÉRREZ MERINO, Gustavo. Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente. Una reflexión sobre el libro de Job. Sígueme. Salamanca, 2006. MORENO REJÓN, Francisco. Teología moral desde los pobres. La moral en la reflexión teológica desde América Latina. Perpetuo Socorro. Madrid, 1986. CALLEJA, José Ignacio. Misericordia, caridad y justicia social. Perspectivas y acentos. Sal Terrae. Santander, 2016. CASTILLO, José María. Escuchar lo que dicen los pobres a la Iglesia. Cristianismo y Justicia. Barcelona, 1999.
[5] BRIEND, Jacques. El libro de Jeremías. Estella. Verbo Divino, 1989. POTTECHER, Susana. Serás mi boca: ventura y azote del profeta Jeremías. Verbo Divino. Estella, 2014. BOZAK, Bárbara. Jeremías. En FARMER, William R. Comentario Bíblico Internacional, páginas 911-946. Verbo Divino. Estella, 2000. ABREGO DE LACY, José María. Jeremías. Casa de la Biblia. Madrid, 1993. BARRIOCANAL, José Luis; RAMIS, Francesc; AUSIN, Santiago. Libros Proféticos. Verbo Divino. Estella, 2023.
[6] Jeremías 20: 7-8
[7] Juan 15: 13
[8] LASSALLE KLEIN, Robert. Blood and Ink. Ignacio Ellacuría, Jon Sobrino, and the Jesuit Martyrs of the University of Central America. Orbis Books. New York, 2014. ARRIERO PERANTÓN, Fernando. La vida es bella a pesar de todo: las claves de la espiritualidad de Etty Hillesum. Fonte-Monte Carmelo. Burgos, 2019. STEIN, Edith. Ciencia de la Cruz. Monte Carmelo. Burgos, 2006. RICCARDI, Andrea. El siglo de los mártires. Encuentro. Madrid, 2019. LOPEZ MENENDEZ, Marisol. La humanidad de los mártires. Notas para el estudio sociohistórico del martirio. En https://www.scielo.org.mx/pdf/ins/n10/n10a3.pdf MOROZZO, Roberto. Monseñor Romero: vida, pasión y muerte en El Salvador. Sígueme. Salamanca, 2010. MAIER, Martin. Teología del martirio en Latinoamérica. En https://www.repositorio.comillas.edu/xmlui/bitstream/handle/11531/36733/Octubre.04.pdf?sequence=1 TOJEIRA, José María. El martirio ayer y hoy. Testimonio radical de fe y justicia. UCA Editores. San Salvador, 2012.
[9] Mateo 16: 22
[10] Mateo 16: 23
[11] Mateo 16: 25-26
[12] MARTÍN VELASCO, Juan de Dios. Ser testigos: comunidades de testigos y profetas. Aula de Teología de la Universidad de Cantabria. Santander, 27 de abril de 2010. PRADES LÓPEZ, Javier María. La categoría de testigos desde el Concilio Vaticano II. En Scripta Fulgentina, año XXXIII, número 45-46, páginas 39-73. Instituto Teológico San Fulgencio. Murcia, 2013. KUNG, Hans. Existencia cristiana. Trotta. Madrid, 2012. MARTÍNEZ DÍEZ, Felicísimo. ¿Ser cristiano hoy? Jesús y el sentido de la vida. Verbo Divino. Estella, 2009.
[13] Mateo 16: 25
[14] Romanos 12: 1