Lecturas
- Ezequiel 33: 7 – 9
- Salmo 94: 1 – 9
- Romanos 13: 8 – 10
- Mateo 18: 15 – 20
La fe en Dios, con la implicación existencial que la acompaña, es una opción personal e intransferible, en la que el sujeto creyente se compromete a tener una existencia coherente con aquello que profesa. Esa coherencia es el lenguaje de nuestra fidelidad a Dios y al prójimo. De aquella deriva una consecuencia eclesial y social, eso que aquí llamamos ética de la projimidad. El OTRO irrumpe en nuestra vida como la gran demanda ética: el otro sufriente, el otro abandonado, el otro enfermo, el otro migrante, el otro condenado y excluido, el otro fracasado, el otro que también falla e incurre en la ruptura de su relación con Dios, con los demás; es decir, la pecaminosidad. [1]
Todo ese universo de otredades son clamor que confronta nuestra sensibilidad y pide de nuestra parte cercanía, solidaridad, compasión, ejercicio de la misericordia. Esta es una tarea permanente, son multitud los seres humanos que aguardan respuestas humanas y humanizantes, algunas de ellas revestidas de una fraternal y rigurosa exigencia, en el mejor sentido de esta expresión. Jesús nos exige ser corresponsables los unos de los otros. En la sacramentalidad de la Iglesia estamos llamados a significar esa preocupación sincera por cada ser humano.
Cuando un miembro de la comunidad cristiana falta gravemente a sus compromisos como seguidor de Jesús también afecta negativamente a todo el cuerpo de la Iglesia, su pecado resta gracia y santidad a todos los cristianos. De la misma manera, la vida limpia y evangélica de los creyentes se traduce en incremento de vitalidad espiritual y de participación del dinamismo teologal para cada bautizado. Cuando hablamos de comunidad cristiana nos referimos a la Iglesia universal y particular, también a la familia, a los diversos grupos eclesiales a los que pertenecemos, a la congregación religiosa, a la diócesis, a la parroquia. Estas comunidades son ricas, profundas, santas, si sus integrantes lo son; [2] son deficientes, mediocres, frías, si los que hacemos parte de ellas nos dejamos llevar por el mal espíritu, por el egoísmo, por la desmotivación. [3]
El pecado individual tiene repercusiones sociales. Cuando los Obispos de América Latina, en su II asamblea general, [4] reunida en Medellín en agosto de 1968, hablaron de “situación de pecado”, de “violencia institucionalizada”, de “pecado estructural”, se refirieron en plan de denuncia profética a las muchas injusticias sociales manifestadas en pobreza, marginalidad, exclusión social, falta de oportunidades para millones de hombres y mujeres en el continente, manifestación de la incoherencia entre una región del mundo mayoritariamente cristiano – católica, pero con una práctica religiosa individualista, formal, de ritos sin implicación en la vida, y desentendida de estas graves problemáticas. En América Latina el cristianismo sigue siendo la religión mayoritaria de sus habitantes, tanto el cristianismo católico como el protestante-evangélico; pareciera que sigue modelando a las personas individuales, en quienes encontramos inmensos valores y grandes niveles de coherencia, pero en el plano estructural-social las cosas no resultan tan claras. Fenómenos como la reiterada injusticia social, también la corrupción en muchos ámbitos del ejercicio político, en la empresa privada, y la desafortunada cultura del dinero fácil siguen vigentes y afectan con extrema gravedad el tejido social y la esperanza de vida digna de millones de latinoamericanos. [5]
Esta pecaminosidad social no es fruto de fuerzas indeterminadas, detrás de ella hay personas con intenciones concretas y deliberadas para generar este estado de cosas. Corresponde a los cristianos comprometidos, claros en su opción fundamental, ejercer una misión profética para hacer conscientes a todos de estas inconsistencias, contrarias al proyecto de plenitud y fraternidad que es sustancial en la voluntad del Padre de Jesús. A esto alude la primera lectura de hoy, del profeta Ezequiel, con su referencia al “centinela”, al que alerta la comunidad: “A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabras de mi boca, les darás la alarma de mi parte”. [6] El profeta anuncia el nuevo orden de cosas en Dios, vida, libertad, dignidad, justicia, y ejerce la corrección fraterna y comunitaria llamando la atención con rigor de todo aquello que atenta contra el proyecto de Dios, desacatos contra sus creaturas los seres humanos.
Cómo guiar esta sociedad a una situación de gracia? [7] Cómo reflejar en el funcionamiento de nuestros países los valores del Evangelio en términos del respeto a la dignidad de las personas, de posibilitar un modelo económico de raigambre humanista, de crear unas condiciones contundentes para la honestidad y la transparencia? En qué formas concretas los cristianos participamos en la configuración de las políticas públicas, en las grandes decisiones del estado? Cómo aportamos a un clima constante y creciente de respeto a cada persona, de reconocimiento de la diversidad y pluralidad de estilos de vida, de las convicciones ideológicas, de las identidades culturales, de las creencias religiosas? En suma, cómo depositar las semillas del Evangelio en la modelación de las relaciones sociales? [8]
Se trata de ser testigos de Dios, en estas condiciones: la de los que, desde su honda experiencia del Señor, tienen la disposición para interpretar los signos de los tiempos, en tónica de discernimiento, invitando a todos a detectar las evidencias del mal, de lo que se opone a los deseos de plenitud que el Padre tiene dispuestos para todos. La misión profética es incómoda, resulta desagradable para muchos a quienes se pone el dedo en la llaga, porque pone en evidencia las causas y las consecuencias del mal, explícita a los responsables, cuestiona la discontinuidad que hay entre una vida pretendidamente religiosa pero simultáneamente injusta y deshonesta.
No es cansina repetición insistir en que tenemos como misión “arreglar el mundo”, comprometernos con pasión en la generación de un modo de vida que tenga en cuenta a cada ser humano en sus necesidades, en su derecho legítimo a vivir con sentido y con dignidad. Para ello se impone el recurso permanente a la condición profética, lo que demanda a la Iglesia un talante de configuración total con Jesús. El proyecto cristiano es una permanente y creciente acción de gracia para configurar al ser humano en su dignidad, en su rectitud y transparencia, en su vida plenamente asumida por Dios, ser humano nuevo según el Señor Jesús. [9]
Una aplicación práctica nos la presenta el evangelio de hoy con su enseñanza sobre la corrección fraterna que, si bien se presenta inicialmente como un ejercicio individual, también conecta con la misión social del profetismo cristiano. El texto surge en el contexto de unos conflictos que se presentaron en la comunidad de Mateo, tiene una explícita evidencia de misericordia y compromiso con la verdad, siguiendo el ejemplo de Jesús que es solidario con el pecado, no con el pecador. La invitación que se nos hace es a llamar la atención al prójimo que está fallando sin exponerlo al escarnio público ni condenarlo con agresividad, como suele suceder en muchos ámbitos de las relaciones personales y sociales: “Si tu hermano te ofende, ve y amonéstalo, tú y él a solas. Si no te hace caso, hazte acompañar de uno o dos, para que el asunto se resuelva por dos o tres testigos”. [10]
Tenemos que corregirnos unos a otros, con vigoroso y exigente amor, con espíritu de crítica constructiva y creadora de modos saludables de convivir entre nosotros. San Ignacio de Loyola llama a esto “salvar la proposición del prójimo”: [11]“Para que así, el que da los ejercicios espirituales, como el que los recibe, más se ayuden y se aprovechen: se ha de presuponer que todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo que a condenarla; y si no la puede salvar, inquiera cómo la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve”. [12]
La corrección fraterna, en esta perspectiva social y estructural, nos compromete a estar abiertos a la gracia de Dios para que ella – con el concurso de nuestra libre respuesta – erradique de nosotros esas motivaciones, intenciones, y actitudes egocéntricas, ambiciosas, y genere en nosotros una nueva manera de ser, enraizada en el “conocimiento interno de Jesús”, que ella tenga inspiración en estas palabras de Pablo: “Que la única deuda que tengan con los demás sea la del amor mutuo”. [13]
Bibliografía:
[1] LAÍN ENTRALGO, Pedro. Teoría y realidad del otro. Revista de Occidente. Madrid, 1968. NAVARRO, Olivia. El rostro del otro: una lectura de la ética de la alteridad en Emmanuel Lévinas. En Contrastes Revista Internacional de Filosofía, volumen XIII, páginas 177-194. Universidad de Málaga, Facultad de Filosofía y Letras. Málaga, 2008. LEVINAS, Emmanuel. Totalidad e infinito: ensayo sobre la exterioridad. Sígueme. Salamanca, 2020; De otro modo que ser o más allá de la esencia. Sígueme. Salamanca, 2021; La huella del otro. Taurus. Ciudad de México, 2000. GIANNINI, Humberto. La metafísica eres tú: una reflexión ética sobre la intersubjetividad. Catalonia. Santiago de Chile, 2007. RUIZ DE LA PRESA, Javier. Alteridad: un recorrido filosófico. ITESO. Guadalajara, 2005. FRANKL, Viktor. El hombre doliente. Fundamentos antropológicos de la psicoterapia. Herder. Barcelona, 2004.
[2] PELLITERO, Ramiro. Santidad y edificación de la Iglesia. En https://www.core.ac.uk/download/pdf/83558136.pdf PAPA FRANCISCO. Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate sobre la vocación universal a la santidad. Librería Editrice vaticana. Ciudad del Vaticano, 2018. VALADIER, Paul. La condición cristiana. Sal Terrae. Santander, 2005. GONZALEZ FAUS, José Ignacio. Plenitud humana. Reflexiones sobre la bondad. Sal Terrae. Santander, 2022.
[3] GONZÁLEZ FAUS, José Ignacio. La inhumanidad. Reflexiones sobre el mal moral. Sal Terrae. Santander, 2021. SOBRINO, Jon. Pecado personal, perdón y liberación. En https://www.redicces.org.sv/jspui/bitstream/10972/1041/1/RLT-1988-013-B.pdf GIL ESPINOSA, María Isabel. Conciencia de pecado y sentimiento de culpa. En Cuestiones Teológicas volumen 36, número 86, páginas 303-326. Universidad Pontificia Bolivariana. Medellín, junio-diciembre 2009.
[4] Los obispos católicos de América Latina han realizado cinco asambleas generales, a saber. Río de Janeiro (1955), Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992), Aparecida (2007). Son asambleas sinodales de las que emana un magisterio que orienta e inspira el quehacer eclesial, a partir de una interpretación evangélica de los signos de los tiempos, con recurso a les mediaciones analíticas de las ciencias sociales y humanas. La II asamblea, la realizada en Medellín en agosto de 1968, fue especialmente determinante para marcar un punto de quiebre con el cristianismo ritual e individualista abriéndose a la dimensión social de la evangelización y de la acción pastoral de la Iglesia. Esta asamblea introdujo las categorías de pecado estructural, situación social de pecado, para referirse a las grandes injusticias y exclusiones de la sociedad latinoamericana.
[5] II CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO. La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio Vaticano II. Consejo Episcopal Latinoamericano CELAM. Indo American Press Service. Bogotá, 1969. GONZÁLEZ FAUS, José Ignacio. Pecado estructural, pecado del mundo. En https://www.redicces.org.sv/jspui/bitstream/10972/1002/1/RLT-1986-007-C.pdf VIDAL, Marciano. Moral de Actitudes; volumen III Moral Social. Perpetuo Socorro. Madrid, 1979. MIFSUD, Tony. Moral Social. Lectura solidaria del continente. Consejo Episcopal Latinoamericano CELAM. Bogotá, 2001. GALINDO GARCÍA, Angel. Moral socioeconómica. Biblioteca de Autores Cristianos BAC. Madrid, 1997. SANZ DE DIEGO, Rafael María. Moral Política. Biblioteca de Autores Cristianos BAC. Madrid, 2012. COMBLIN, Joseph; GONZALEZ FAUS, José Ignacio; SOBRINO, Jon. Cambio social y pensamiento cristiano en América Latina. Trotta. Madrid, 1993.
[6] Ezequiel 33: 7
[7] MOLINS, Xavier. La experiencia de Dios en la acción social. Facultat de Teologia de Catalunya. Barcelona, 1998. ALFARO, Juan. Esperanza cristiana y liberación del hombre. Herder. Barcelona, 1975. BOFF, Leonardo. La Trinidad, la sociedad y la liberación. Paulinas. Madrid, 1987. RUBIO, Miguel Angel; CALLEJA, José Ignacio. Moral social cristiana. Presupuestos y claves para un modelo crítico. Perpetuo Socorro. Madrid, 2003. NETWORK ADVOCATES FOR JUSTICE INSPIRED BY CATHOLIC SISTERS. Guía de reflexión sobre la justicia social católica. En https://www.networklobby.org/wp-content/uploads/2021/01/CSJ-Reflection-Guide-Spanish-Final.pdf JARAMILLO RIVAS, Pedro. La injusticia y la opresión en el lenguaje figurado de los profetas. Verbo Divino. Estella, 1992.
[8] PAPA PABLO VI. Exhortación apostólica post sinodal El anuncio del evangelio hoy. Evangelii Nuntiandi. Librería Editrice Vaticana. Ciudad del Vaticano, 1975. Este documento pontificio es un texto clave del magisterio de Pablo VI, es fruto de la III asamblea general del Sínodo de los obispos celebrado entre septiembre y octubre de 1974. Un elemento central del texto es la dimensión social de la evangelización. Su contenido es de total vigencia en nuestro tiempo.
[9] GELABERT BALLESTER, Martin. Salvación – humanización. Esbozo de una teología de la gracia. Paulinas. Madrid, 1985. GONZALEZ FAUS, José Ignacio. La Humanidad Nueva. Ensayo de Cristología. Sal Terrae. Santander, 2016. URIBARRI BILBAO, Gabino. Contemporaneidad de Cristo en la carne, condición del encuentro y de nuestra divinización. En Revista Teología y Catequesis número 141, páginas 13-35. Universidad San Dámaso. Madrid, 2018. GALLI, Carlos María. Jesucristo, camino a la dignidad y a la comunión. Ágape Libros. Buenos Aires, 2010. SCHYLLEEBECKX, Edward. Cristo y los cristianos. Gracia y liberación. Cristiandad. Madrid, 1982.
[10] Mateo 18: 15
[11] LOPEZ, Francisco. Salvar la proposición del prójimo. En Reflexiones Ignacianas número 10, páginas 24-37. Centro Ignaciano de Espiritualidad. Ciudad de México, 2014. MARTÍNEZ DÍEZ, Felicísimo. Corregir al que yerra. San Pablo. Madrid, 2016.
[12] SAN IGNACIO DE LOYOLA. Ejercicios Espirituales, número 22.
[13] Romanos 13: 8