24 de octubre de 2021
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Todos tenemos personas que están más cerca de nuestro corazón. Esto se da por diversas razones. Puede ser por afinidad o cercanía, debido a vínculos familiares o a lazos de amistad. Otras veces, puede ser por conveniencia, dado lo que esas personas pueden representar en el futuro para el logro de nuestros intereses o propósitos. En otras circunstancias puede ser porque son personas vulnerables, necesitadas, carentes de todo y a quienes queremos dedicar nuestra atención de una manera especial.
Si analizamos estas diversas razones y maneras de tener nuestros predilectos podemos afirmar que lo primero es absolutamente válido, más aún es algo natural y comprensible. ¿Quién no tiene cerca de su corazón a los más cercanos? Solo si hay razones externas o situaciones complejas. No me refiero a este grupo de personas. El segundo, donde priman las conveniencias y los intereses, me atrevo a afirmar que no son propiamente predilectos sino personas que las mantenemos cerca porque podemos utilizarlas en determinado momento. Qué triste decirlo, pero es una realidad que se da con mayor frecuencia de lo que podemos pensar.
Pienso que el tercer grupo es el que podemos llamar “los predilectos de Jesús”, aquellos a quienes Él amó con todo el corazón, a quienes consideró los mejores receptores de su mensaje. Fueron a quienes llamó “los pobres en el espíritu, los que lloran, los pacíficos”. La escena del evangelio de este domingo nos lo presenta de una manera sencilla. “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí” es el grito de este hombre ciego. A los discípulos les pareció que importunaba y por eso lo reprendían, pero él gritaba más fuerte. Jesús pide que lo llamen. La pregunta de Jesús lo dice todo “¿Qué quieres que haga por ti?”. La respuesta es sencilla: “Maestro, que pueda ver”. La respuesta, nuevamente, es sencilla, “vete; tu fe te ha salvado”.
Si leemos con cuidado el texto de la primera lectura allí encontramos que nos dice “retorna una gran multitud; vienen llorando, pero yo los consolaré y los guiaré; los llevaré a torrentes de agua por un camino llano en el que no tropezarán. Porque yo soy para Israel un padre y Efraín (refiriéndose al pueblo de Israel) es mi primogénito”.
Por lo tanto, en la comunidad de creyentes y en sus asambleas no puede haber marginados, excluidos, discriminados. A cada uno de nosotros se nos invita a tomar conciencia de lo que somos, reconocer que Jesús puede cambiar nuestra situación, que debemos romper con las ataduras de la vida pasada, reconocer la novedad que surge en nuestra vida al acercarnos a Jesús y seguirlo libremente. Es el camino que recorre el ciego: consciente de su situación, no solo externa sino interna, necesidad de buscar un salvador, un liberador, es lo que expresa su ruego, búsqueda de lo nuevo y, finalmente, adhesión a la persona de Jesús “al momento recobró la vista y comenzó a seguirlo por el camino”. ¿Quiénes son nuestros predilectos?