Por: Gustavo Jiménez Cadena, S.J.Mayo 26, 2017 Fue la época por antonomasia de las persecuciones contra el cristianismo. Sin embargo, lo que no sabe nuestro público actual -por un silencio cómplice de los medios de comunicación- es que hoy hay más mártires que en los primeros siglos de la Iglesia. Sí, en los últimos 30 años ha habido muchos más martirios que en todos los tres primeros siglos: hombres, mujeres y niños asesinados por ser seguidores de Jesucristo. Hace un mes, el 22 de abril, el Papa Francisco visitó la basílica de San Bartolomé en la Isla Tiberina, donde se honra a los mártires de ayer y de hoy: “A tantos cristianos -dice el Papa- asesinados por las absurdas ideologías del siglo pasado y asesinados también hoy por ser discípulos de Jesús (…) Ellos tuvieron la gracia de confesar a Jesús hasta el final, hasta la muerte. Sufrieron, dieron la vida, y nosotros recibimos la bendición de Dios por su testimonio”. Las cifras, por grandes que sean, no impresionan psicológicamente. Quizás nos quedemos emocionalmente fríos cuando nos informamos de que el Imperio Otomano hizo matar más de un millón de cristianos armenios a comienzos del siglo veinte y de que el régimen comunista de Corea del Norte ha eliminado alrededor de 300.000 cristianos. Más nos impresionan los casos concretos; a veces un solo caso conocido en detalle. El Papa Francisco en su homilía contó el caso de una mujer mártir: “No sé su nombre, pero ella nos mira desde el cielo. Estaba yo en Lesbos, saludaba a los refugiados y encontré un hombre de 30 años con tres niños que me dijo: Padre yo soy musulmán, pero mi esposa era cristiana. A nuestro país vinieron los terroristas, nos vieron y nos preguntaron cuál era la religión que practicábamos. Vieron el crucifijo, y nos ordenaron tirarlo al piso. Mi mujer no lo hizo y la degollaron delante de mí. ¡Nos amábamos tanto!”. Comenta luego el Papa: “Este hombre no tenía rencor. Era musulmán y tenía esta cruz de dolor llevada sin rencor. Se refugiaba en el amor hacia su mujer, agraciada con el martirio”. En su reciente viaje a Egipto el Papa recordó los martirios realizados pocos días antes, el domingo de ramos: 27 cristianos coptos asesinados mientras se celebraba misa en la catedral de san Jorge de Tanta y otros 16 en la catedral de San Marcos de Alejandría. Estaba fresco el caso de los 21 cristianos egipcios degollados en una playa de Libia. Y los casos se multiplican: en Arabia Saudí, Afganistán, Siria y varios países más. La Iglesia necesita los santos de la fidelidad de todos los días, fidelidad a la que todos estamos llamados, y también la de aquellos que tienen la valentía de aceptar la gracia de ser testigos hasta el final, hasta la muerte.
