El alimento para el camino de la vida
Hay momentos y circunstancias de la vida donde nos encontramos exhaustos, a punto de perecer. El alimento se nos ha agotado y tememos por nuestra vida, pensamos que la muerte puede llegar en cualquier momento. Son situaciones que podemos llamar límite. Vienen a mi mente, los rostros de personas secuestradas, de hombres y mujeres que no encuentran techo ni comida, de niños y jóvenes que andan desorientados por las calles de pueblos y ciudades. No es solo el hambre física sino también todo lo que produce hambre interior. Sin embargo, la pregunta es clara. ¿Cómo hacer para no ir hacia la destrucción, el caos y la muerte? ¿Cómo solucionar de manera radical los problemas que nos afectan como personas, como miembros de la sociedad, como gestores de un nuevo país? Son interrogantes que nos hacen dudar, particularmente, cuando debemos vivir situaciones de conflicto. Vienen a mi mente los nombres de personas que están trabajando por la paz desde diversas responsabilidades. Hombres y mujeres que arriesgan su vida a diario, porque creen que es algo que vale la pena. Es descubrir en la vida esa fuerza interior que nace de la acción del Espíritu en nosotros. Es encontrar que hoy como ayer, se nos dice como al profeta Elías en la primera lectura “levántate y come”. Al mismo tiempo, es la persona misma de Jesús, quien nos dice “yo soy el pan de vida, quien coma de este pan, vivirá para siempre, el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo”. Es el Dios que se compromete a caminar con nosotros, a ser nuestro alimento, a darnos fortaleza para el camino de la vida. Son palabras que escandalizan, para quienes no quieren oírlas con corazón de creyente. Y ¿qué significa esto? Sencillamente, que las cosas en la vida se pueden ver de dos maneras: una de ellas, es la simplemente humana, la de quienes se creen dioses de su propia historia, pagados de sí mismos, alejados de Dios porque, según ellos, no lo necesitan. La otra, la de aquellos que se consideran discípulos del Señor, necesitados de una luz en el camino, quienes reconocen su propia fragilidad y aceptan el pan de la palabra y el pan de la vida, alimento que se nos da en la Eucaristía, para recorrer el camino de la vida diaria, sabiendo que van a encontrar obstáculos y dificultades que pueden ser superados por la acción y la fuerza del Espíritu. En la medida en que nos relacionemos con el autor de la vida, tendremos la posibilidad de hacer que la vida surja en nuestro interior, que el camino de la vida se haga más llevadero y que tengamos nuestra esperanza puesta en quien es nuestra fortaleza. Él lo dijo “Yo soy el pan de la vida”. Acerquémonos a Él.
Actuar correctamente
Con frecuencia nos encontramos ante situaciones que nos cuestionan porque realmente no sabemos cómo debemos proceder, qué hacer o qué responder. Es la pregunta que los oyentes de Jesús le hacen en el pasaje evangélico de este domingo: “¿qué debemos hacer para actuar como Dios quiere?”. La respuesta no se deja esperar: “que crean en aquél que Él envió”. Se enfrascan en una discusión y, nuevamente le hacen una petición a Jesús: “Señor, danos siempre de ese pan”; una vez más la respuesta es clara: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed”. El que cada uno de nosotros se pregunte sobre lo que debe hacer para actuar como Dios quiere, es tratar de encontrar cuál debe ser el rumbo, la orientación, el sentido que debemos darle a la vida. Es el momento para preguntarse seriamente sobre lo que significa en la vida diaria, en lo cotidiano, el actuar como Dios quiere. Además, este compromiso tiene implicaciones en las actitudes de cada uno. No podemos pretender decir una cosa, pensar otra y actuar conforme a otra cosa. Esa división interior no es algo que podamos llevar fácilmente, que podamos soportar por mucho tiempo. Tarde o temprano tendremos que preguntarnos por el sentido de la vida y por la coherencia en nuestro actuar. Más aún, la invitación a creer en aquel que Dios envió es también un desafío. Nos lleva a pensar sobre el sentido de la fe, la relación entre esa fe y la manera como actuamos. Encontramos a muchas personas que viven de una manera diferente a la fe que dicen profesar, y pretenden hacer de su vida algo distinto a lo que debe ser. Vale la pena que revisemos nuestra manera de creer y la forma como la vivimos. La petición va orientada para que Jesús les dé siempre de ese pan del que les ha hablado. Porque lo consideran diferente, porque acaba de hacer el signo de la multiplicación de los panes, porque tienen otros intereses, otras inquietudes, otras prioridades en la vida. No siempre podemos pensar que las cosas se dicen de una manera transparente. Hay muchas cosas que las enturbian y contaminan. Sin embargo, cuando una petición sale del corazón, con profunda honestidad, podemos estar seguros de ir en el camino adecuado, de dar la orientación necesaria a la vida. Por eso, la respuesta de Jesús es clara “yo soy el pan de vida, quien viene a mí no tendrá hambre, quien cree en mí no tendrá sed”. El mundo en el cual vivimos nos ha convertido en seres profundamente aferrados a lo seguro, a lo que la ciencia puede comprobar, a lo que puede ser demostrable. Dar el paso al terreno de lo intangible nos crea muchas inseguridades y desconfianzas. Por eso, la aventura de lo trascendente es para quienes deciden acoger el mensaje de Jesús con total apertura. Esa es la clave.
Estampilla conmemorativa por el Centenario de la Compañía de Jesús en Colombia
Con motivo de la celebración de los 100 años de la Compañía en el país, el Ministerio TIC, a través de la Resolución No. 1369 del 24 de abril de 2024, autorizó una emisión filatélica, como «reconocimiento a la labor y aportes a la cultura, la educación y servicio comunitario realizados por la orden religiosa en el país». El diseño se compone de varios elementos representativos de la historia de la Compañía en el país: la Capilla San José, como memoria y recuerdo de la presencia y labor de los Jesuitas en Bucaramanga, ciudad donde se realizó el lanzamiento de la estampilla; la planta de café , símbolo de la contribución agrícola de los jesuitas y la imagen de san Ignacio de Loyola, que hace parte de los vitrales del Templo del Sagrado Corazón, diseñada por el P. Joaquin Emilio Sanchez, SJ. El diseño, producción y puesta en circulación de las estampillas estuvo a cargo del Operador Postal Nacional 4-72. Se imprimieron 40.000 unidades, cada una con un costo de 500 pesos. Fuente: Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones de Colombia y Colegio San Pedro Claver de Bucaramanga
El descanso es necesario
El ritmo de la vida moderna es acelerado. Casi no hay tiempo para nada. La obsesión de la productividad, la eficiencia y el rendimiento es algo que amenaza seriamente la salud de las personas, la estabilidad emocional y familiar. Todo porque vamos de prisa, muchas veces sin saber hacia dónde, pero debemos llegar lo más pronto posible. Nos negamos el descanso, lo que los antiguos llamaban el ocio, contrapuesto a lo que es el negocio –negar el ocio- pues es lo que cuenta y por lo que ordinariamente somos medidos y evaluados. Qué distinta es la actitud de Jesús ante la urgencia apostólica de sus discípulos, que por estar en las tareas del anuncio del evangelio no les queda tiempo para el descanso. Por eso los invita a que “vayan con él a un lugar solitario para que tengan un poco de descanso”. Sin embargo, la gente se da cuenta, llegan primero al lugar donde iban a descansar y nos dice el texto que “Jesús sintió compasión de ellos porque los vio como ovejas sin pastor”. Hay una dinámica interna en este texto que nos permite descubrir por un lado, la actitud profundamente humana y comprensiva de Jesús que ve que sus discípulos están cansados por el trabajo apostólico y por otro lado, la exigencia de la gente, el querer escuchar la palabra de Jesús, los signos que hacía. Esto me lleva a pensar en lo que es nuestro trabajo hoy en día. Son horarios extenuantes, jornadas de nunca acabar, no hay tiempo para lo personal, lo social, lo familiar. Se resienten los miembros de la familia porque no encuentran espacios y tiempos para compartir con quienes trabajan. El trabajo y las responsabilidades afines se han convertido en la primera, principal y casi única prioridad en la vida de muchos esposos, padres, madres, jefes de hogar, profesionales. Solo tenemos tiempo para el trabajo, lo demás pasa a segundo, tercer o cuarto plano, si queda algo de tiempo. Qué importante es el tiempo de descanso, de recreación, de ocio, de vacaciones. Son períodos necesarios en la vida de toda persona, porque permiten recuperar las fuerzas perdidas, las energías consumidas, los afectos y lazos familiares descuidados u olvidados. No es solo cuestión de legislación laboral, es asunto de necesidad de la persona por salud mental, por tantos motivos que nos permiten reconocer dicha necesidad. Bien sabia es la legislación cuando solo en situaciones especiales permite que al empleado se le compense el tiempo de vacaciones en dinero. Todos, absolutamente todos, necesitamos el ocio, el recrearnos, el descansar. No es algo que signifique pérdida de tiempo como algunos pueden pensar. Si no, analicemos cómo llegamos renovados a asumir nuestras responsabilidades después de un tiempo de descanso. Hay oxigenación. El descanso es necesario para todos. No lo desaprovechemos y que sea renovador.
¿Qué es ser profeta?
La vocación es ante todo un don de Dios. No es algo que dependa completamente de nuestra libre decisión. Se mezclan la acción de la gracia y la respuesta de la persona. Sin embargo, la misión es la que el Señor quiere confiarle a quien es escogido. La tarea es aquella que el Señor le tiene preparada. De cada persona depende la respuesta y la manera de realizarla. Es el caso de Amós, en la primera lectura de este domingo, lo es también en el pasaje del Evangelio que se nos ofrece para nuestra consideración. El llamado del Señor se va repitiendo a lo largo de la historia, pues Él necesita de personas concretas, con características propias, con una historia particular vivida en un contexto específico. Cada uno de nosotros tiene un llamado especial para una tarea particular. Son la vocación y la misión. La una va unida a la otra. Se interrelacionan y se integran. Vocación sin misión es tan solo algo abstracto. Misión sin vocación es algo incomprensible, por decir lo menos. La vocación es para una misión. Es el caso del profeta Amós. Llega a responder “no soy profeta ni hijo de profeta. Soy pastor y cultivador de higos”. El Señor le dice “ve y profetiza a mi pueblo de Israel”. Llamado y enviado. En el Evangelio sucede algo semejante. El Señor llama a los doce y los envía de dos en dos. Son los mismos verbos “llamar y enviar en misión”. Hay unos signos que acompañan el envío y unas actitudes que garantizan el cumplimiento de la misión. Todo esto se expresa en señales que la gente percibe y por lo tanto confirma la misión de quienes han sido enviados. Hoy, cuando el mundo se ha tecnificado, cuando las distancias se han acortado, cuando el progreso es una de las características de nuestro tiempo, podemos preguntarnos si esos dos elementos, vocación y misión se dan también. La respuesta es clara: sí. Lo que sucede es que las cosas se dan de manera diferente. El llamado y el envío se dan dentro del contexto del momento actual para responder a necesidades concretas conforme a la situación que se vive. Podemos decir que ser profeta o apóstol, en pleno siglo XXI, es diferente a lo que podía ser en los tiempos de Amós el profeta o en la época de Jesús. Sin embargo, el mundo sigue teniendo necesidad de hombres y mujeres que asuman la tarea de ser profetas, de ser voz de los que no tienen voz; que asuman el desafío de ser apóstoles, enviados, en un mundo que no tiene oídos bien dispuestos para escuchar su mensaje. A pesar de todo, el mensaje debe ser anunciado, el pecado debe ser denunciado y la esperanza deber ser proclamada. Son hombres y mujeres que se la juegan toda, incluso la vida, para cumplir la misión que se les ha confiado al ser llamados y enviados. Me pregunto si somos conscientes, todos y cada uno de los bautizados de lo que significa la vocación a la que hemos sido llamados. Si estamos dispuestos a asumir la tarea, a realizar la misión, que se nos ha confiado. Es cierto que debemos tener en cuenta los cambios históricos, los contextos diferentes, en los cuales se deben realizar y vivir nuestros compromisos. De todas maneras, no podemos olvidar que ser cristiano no es solo ir a misa, orar personalmente o en familia, leer la palabra de Dios. Es algo más, es dar lo mejor de nosotros mismos para cumplir la misión que tenemos.
Dos importantes celebraciones en el Noviciado San Estanislao de Kostka
La semana pasada, en Medellín, la comunidad del Noviciado San Estanislao de Kostka celebró dos acontecimientos que son motivo de alegría para todo el Cuerpo Apostólico. El martes 2 de julio, el novicio de segundo año Dayán Ospino Larrotta emitió sus votos del bienio en una eucaristía presidida por el P. Provincial, y con la compañía de jesuitas, familia y amigos. Dayán continuará su formación en la ciudad de Bucaramanga, donde finalizará sus estudios de Historia. Al día siguiente, el miércoles 3 de julio, la comunidad recibió a seis jóvenes que previamente habían sido admitidos al noviciado por el P. Provincial. Llegados de Bogotá, Barranquilla, Floridablanca, Cali y Medellín, los pre-novicios de la Compañía de Jesús estarán viviendo, hasta el próximo 19 de julio, la experiencia de Primera Probación. La comunidad del Noviciado agradece las expresiones de felicitación y cercanía que ha recibo a razón de estas celebraciones, y continúa invitando a unirse con sus oraciones por las vocaciones y la formación de los nuestros. A continuación un sencillo testimonio de Dayán Ospino, SJ respecto a lo que ha significado esta ocasión de la emisión de los votos del bienio: De la misma manera que trata un maestro de escuela a un niño. “En este tiempo le trataba Dios de la misma manera que trata un maestro de escuela a un niño, enseñándole” [Autobiografía de San Ignacio de Loyola #27]. «Esta experiencia (la emisión de los votos del bienio) fue para mí un momento muy consolador y lleno de la presencia de Dios, ya que, en esta ceremonia tan especial para nosotros, los jesuitas, vinieron a mi mente rostros concretos llenos de sonrisas, que son la misma sonrisa de Dios. Recordé a las valientes mujeres indígenas que me acompañaron en mi mes de misión en Dabeiba, a las enfermeras de Barranquilla que me enseñaron a tratar con cariño a los enfermos del Hogar San José, y a los jóvenes de las comunas populares del Valle de Aburrá que, con su energía, me llevaron a soñar, junto con otros, lo imposible. Hoy, días después de haber hecho esta promesa a Dios, me siento animado por Él y por mis compañeros de comunidad. Con su mano y su cercano acompañamiento, me llevan de la misma manera que un maestro de escuela lleva a un niño, enseñándole y ayudándole a descubrir la nueva etapa de la vida que enfrenta. En mi caso, es la etapa de escolar jesuita que día a día voy descubriendo, en circunstancias atípicas, pero con la plena seguridad de sentir a toda la Compañía caminando a mi lado y ayudándome a dejarme moldear por el Señor, así como lo hizo en estos dos maravillosos años de noviciado. Quiero agradecer de manera especial a mis hermanos jesuitas y compañeros (as) en la misión que, a pesar de la distancia, me acompañaron y continúan haciéndolo con sus oraciones y buenos deseos. Les pido que sigan orando por mí para que, con la gracia de Dios, pueda seguir respondiendo con generosidad a este llamado del Señor a ser un hombre para los demás en esta etapa de mi formación como escolar. A todos y todas, un abrazo cariñoso en el Señor Jesús».
100 años de Misión Ignaciana. Episodio 12: jesuitas y laicos en la misión
📻#Estreno ¡Los invitamos a escuchar el episodio doce de 100 años de Misión Ignaciana! En la celebración del Centenario de la Provincia, agradecemos por la colaboración entre jesuitas y laicos en la misión confiada por el Señor a la Compañía. Laura Perdigón Clavijo, secretaria ejecutiva de planeación y el P. Luis Felipe Navarrete, SJ, asistente para la formación nos comparten una reflexión sobre el cuerpo apostólico y nos invitan a orar agradeciendo por la historia compartida que ha permitido a la Provincia «Soñar Juntos lo Imposible». Anfitriones P. Luis Felipe Navarrete, SJ Asistente para la formación del cuerpo apostólico de la Provincia Laura Perdigón Clavijo Secretaria Ejecutiva de Planeación Idea Original Antonio José Sarmiento Nova, SJ Realización Centro Ático Pontificia Universidad Javeriana Voz en off de introducción y despedida María Alejandra Rojas Matabajoy Diseño gráfico Laura Valentina Souza García Daniela Alzate Férez Comisión liturgíca Conmemoración 100 años Antonio José Sarmiento Nova, SJ Enrique Alfonso Gutiérrez Tovar, SJ José Rafael Garrido Rodríguez, SJ Miguel Navarrete Tovar ©2023
100 años de Misión Ignaciana. Episodio 11: Jesuitas en la investigación, docencia y publicación en Teología
Alberto Múnera, SJ, profesor de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana, nos comparte un recorrido histórico de la actividad investigativa y docente en estos 100 años de la Provincia y eleva una oración de agradecimiento por todos los docentes que marcaron el pensamiento teológico en el país. Anfitrión P. Alberto Múnera, SJ Profesor de la Facultad de Teología de la PUJ Idea Original Antonio José Sarmiento Nova, SJ Realización Centro Ático Pontificia Universidad Javeriana Voz en off de introducción y despedida María Alejandra Rojas Matabajoy Diseño gráfico Laura Valentina Souza García Daniela Alzate Férez Comisión litúrgica Conmemoración 100 años Antonio José Sarmiento Nova, SJ Enrique Alfonso Gutiérrez Tovar, SJ José Rafael Garrido Rodríguez, SJ Miguel Navarrete Tovar ©2023
Nadie es profeta en su tierra
Qué difícil es realizar una misión en medio de personas que lo conocen a uno muy bien. Pienso en un médico que ejerce su profesión en un pueblo pequeño donde todos son conocidos y hay muchos familiares suyos. Me viene a la mente la imagen de un profesor que debe enseñar a sus propios parientes y no es fácil que los padres de esos niños comprendan la diferencia entre la exigencia de formación y preparación para la vida, y los vínculos familiares. Reflexiono sobre lo anterior y pienso en el ejercicio de mi sacerdocio. No es fácil desempeñarse adecuadamente cuando te encuentras rodeado de personas que te conocen desde niño, que han sido tus compañeros de juegos, que han estudiado contigo en el colegio, o has compartido con ellos la vida universitaria. Hay muchos aspectos de tu manera de ser que ellos no aceptan, otros que te critican y algunos que te censuran. Al leer el texto del Evangelio de este domingo, encuentro reflejada esta problemática, pero vivida en la persona de Jesús. Sus coterráneos, personas que habían compartido con Él su infancia, les llamaba la atención lo que hacía, les costaba ver y comprender los signos que realizaba. Sabían que era un niño común y corriente, un joven como todos. De pronto, se produce en esa persona un cambio radical, habla un lenguaje para ellos desconcertante, realiza unos signos que no saben por qué los hace. Las preguntas no se hacen esperar ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado?¿Y esos milagros de sus manos? El mismo texto nos da la respuesta “se extrañó de su falta de fe”. La razón es clara “no desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”. O como dice en otro lugar “nadie es profeta en su tierra”. Volviendo a lo que refería al comienzo de mi columna, es lo que le sucede al médico cuando debe opinar sobre algo que tenga que ver con la salud de un familiar, no le creen, se preguntan si sabrá o no, en fin, se tejen muchas dudas. Hay algo en el fondo que nos cuesta aceptar: la vida cambia, las personas van madurando, las realidades se transforman, no todo puede seguir siendo igual. Y dentro de eso, el hacer realidad la misión, la vocación a la cual alguien se ha sentido llamado es cuestión de fe. Así hayamos compartido con muchas de esas personas, podemos seguir siendo los mismos, aunque internamente ya no lo seamos. Si miro lo que sucedió en mi hace 48 años cuando recibí la ordenación sacerdotal, externamente puedo decir que nada cambió, pero internamente dejé de ser el que era. Eso le sucedió a Jesús. El bautismo y la misión recibida del Padre, lo cambiaron, lo hicieron una persona nueva, sin dejar de ser lo que había sido, era alguien diferente. Las acciones que realizaba, las palabras que decía, así lo confirmaban. Era su misión.
El valor de la equidad
Hay tres términos que consideramos como sinónimos cuando en realidad no lo son. Estos términos son: justicia, igualdad y equidad. Veamos lo que nos dice el diccionario. El término justicia se define como “acción por la que se reconoce o declara lo que pertenece o se debe a alguien”. Podemos colocarlo en la línea del respeto a los derechos de las personas; es lo que expresamos cuando decimos que algo es justo o injusto. En cuanto al término igualdad encontramos que se define como algo “proporcionado, en conveniente relación”. Finalmente, en cuanto al concepto de equidad se define como “cualidad que consiste a atribuir a cada uno aquello a lo que tiene derecho”. Quienes lean esta columna pueden estar pensando que les voy a dar una clase de derecho. Algo completamente ajeno a mi intención. Lo hago porque me llama la atención el texto de la segunda lectura de este domingo. Dice el apóstol Pablo “en el momento actual, vuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen; y un día, la abundancia de ellos remediará vuestra falta”. Más adelante cita un pasaje de la Escritura “al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba”. ¿Dónde está la clave? El núcleo de lo que quiero compartir con mis lectores es lo que dice el título de esta columna: el valor de la equidad. Porque se trata de atender a cada persona conforme a sus necesidades. No se trata de ser simplemente justo, porque dejaríamos las cosas como están actualmente, cada uno con lo suyo, con lo que le corresponde. Tampoco se trata de quedarnos en la igualdad, dando a todos lo mismo, indistintamente. Se trata de comprender las diversas necesidades que tienen las personas y de acuerdo a eso poder pensar en una mejor distribución de las cosas. Esto puede pensarse en diversos niveles. Desde el macro, donde los recursos económicos se dividen conforme a lo que tributan las entidades territoriales, como es el caso de nuestra realidad colombiana, pasando por el micro de la vida familiar, donde se pretende aplicar un criterio de igualdad. La invitación que nos hace el texto es a atender las diversas necesidades, o mejor, considerar a las personas en sus necesidades y proceder conforme a eso. Pienso que si aplicáramos este principio la realidad social de nuestros municipios, departamentos, nación y mundo sería muy distinta. Se trata de que no sobre ni falte. Es lo que nos cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles acerca de las primeras comunidades cristianas cuando nos dice “que no había pobres, porque a cada uno se daba según su necesidad”. Vale la pena preguntarnos en qué momento de nuestra historia se nos perdió este sentido de la equidad, que al ser aplicada en la realidad de nuestra vida, haría que los problemas fueran menores, o que muy seguramente no los hubiera, que los resentimientos y agresividades fueran cosas y actitudes del pasado y reinara la paz.