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Nadie es profeta en su tierra

Qué difícil es realizar una misión en medio de personas que lo conocen a uno muy bien. Pienso en un médico que ejerce su profesión en un pueblo pequeño donde todos son conocidos y hay muchos familiares suyos. Me viene a la mente la imagen de un profesor que debe enseñar a sus propios parientes y no es fácil que los padres de esos niños comprendan la diferencia entre la exigencia de formación y preparación para la vida, y los vínculos familiares. Reflexiono sobre lo anterior y pienso en el ejercicio de mi sacerdocio. No es fácil desempeñarse adecuadamente cuando te encuentras rodeado de personas que te conocen desde niño, que han sido tus compañeros de juegos, que han estudiado contigo en el colegio, o has compartido con ellos la vida universitaria. Hay muchos aspectos de tu manera de ser que ellos no aceptan, otros que te critican y algunos que te censuran. Al leer el texto del Evangelio de este domingo, encuentro reflejada esta problemática, pero vivida en la persona de Jesús. Sus coterráneos, personas que habían compartido con Él su infancia, les llamaba la atención lo que hacía, les costaba ver y comprender los signos que realizaba. Sabían que era un niño común y corriente, un joven como todos. De pronto, se produce en esa persona un cambio radical, habla un lenguaje para ellos desconcertante, realiza unos signos que no saben por qué los hace. Las preguntas no se hacen esperar ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado?¿Y esos milagros de sus manos? El mismo texto nos da la respuesta “se extrañó de su falta de fe”. La razón es clara “no desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”. O como dice en otro lugar “nadie es profeta en su tierra”. Volviendo a lo que refería al comienzo de mi columna, es lo que le sucede al médico cuando debe opinar sobre algo que tenga que ver con la salud de un familiar, no le creen, se preguntan si sabrá o no, en fin, se tejen muchas dudas. Hay algo en el fondo que nos cuesta aceptar: la vida cambia, las personas van madurando, las realidades se transforman, no todo puede seguir siendo igual. Y dentro de eso, el hacer realidad la misión, la vocación a la cual alguien se ha sentido llamado es cuestión de fe. Así hayamos compartido con muchas de esas personas, podemos seguir siendo los mismos, aunque internamente ya no lo seamos. Si miro lo que sucedió en mi hace 48 años cuando recibí la ordenación sacerdotal, externamente puedo decir que nada cambió, pero internamente dejé de ser el que era. Eso le sucedió a Jesús. El bautismo y la misión recibida del Padre, lo cambiaron, lo hicieron una persona nueva, sin dejar de ser lo que había sido, era alguien diferente. Las acciones que realizaba, las palabras que decía, así lo confirmaban. Era su misión.

El valor de la equidad

Hay tres términos que consideramos como sinónimos cuando en realidad no lo son. Estos términos son: justicia, igualdad y equidad. Veamos lo que nos dice el diccionario. El término justicia se define como “acción por la que se reconoce o declara lo que pertenece o se debe a alguien”. Podemos colocarlo en la línea del respeto a los derechos de las personas; es lo que expresamos cuando decimos que algo es justo o injusto. En cuanto al término igualdad encontramos que se define como algo “proporcionado, en conveniente relación”. Finalmente, en cuanto al concepto de equidad se define como “cualidad que consiste a atribuir a cada uno aquello a lo que tiene derecho”. Quienes lean esta columna pueden estar pensando que les voy a dar una clase de derecho. Algo completamente ajeno a mi intención. Lo hago porque me llama la atención el texto de la segunda lectura de este domingo. Dice el apóstol Pablo “en el momento actual, vuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen; y un día, la abundancia de ellos remediará vuestra falta”. Más adelante cita un pasaje de la Escritura “al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba”. ¿Dónde está la clave? El núcleo de lo que quiero compartir con mis lectores es lo que dice el título de esta columna: el valor de la equidad. Porque se trata de atender a cada persona conforme a sus necesidades. No se trata de ser simplemente justo, porque dejaríamos las cosas como están actualmente, cada uno con lo suyo, con lo que le corresponde. Tampoco se trata de quedarnos en la igualdad, dando a todos lo mismo, indistintamente. Se trata de comprender las diversas necesidades que tienen las personas y de acuerdo a eso poder pensar en una mejor distribución de las cosas. Esto puede pensarse en diversos niveles. Desde el macro, donde los recursos económicos se dividen conforme a lo que tributan las entidades territoriales, como es el caso de nuestra realidad colombiana, pasando por el micro de la vida familiar, donde se pretende aplicar un criterio de igualdad. La invitación que nos hace el texto es a atender las diversas necesidades, o mejor, considerar a las personas en sus necesidades y proceder conforme a eso. Pienso que si aplicáramos este principio la realidad social de nuestros municipios, departamentos, nación y mundo sería muy distinta. Se trata de que no sobre ni falte. Es lo que nos cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles acerca de las primeras comunidades cristianas cuando nos dice “que no había pobres, porque a cada uno se daba según su necesidad”. Vale la pena preguntarnos en qué momento de nuestra historia se nos perdió este sentido de la equidad, que al ser aplicada en la realidad de nuestra vida, haría que los problemas fueran menores, o que muy seguramente no los hubiera, que los resentimientos y agresividades fueran cosas y actitudes del pasado y reinara la paz.

Jornada de gratuidad y evaluación: reafirmando lazos comunicativos

El 18 y 19 de junio, el equipo de la Oficina Provincial de Comunicaciones se encontró en la finca San Claver en Santandercito, para revisar el proceso de planeación propuesto para este año y seguir fortaleciendo la colaboración con la Red Juvenil Ignaciana (RJI), la Misión Vocacional y el Centro Ignaciano de Reflexión y Espiritualidad (CIRE). El encuentro fue acompañado por el P. Antonio José Sarmiento Nova, SJ, socio del P. Provincial, y responsable del equipo de comunicaciones. Durante el primer día, el equipo de comunicaciones participó en una charla sobre discernimiento y planeación, orientada por Laura Perdigón, secretaria ejecutiva de planeación. Esta sesión permitió a los participantes reflexionar sobre las estrategias implementadas y alinear sus esfuerzos con la visión de la Provincia. También se llevaron a cabo dos talleres centrados en la sinergia del equipo que fomentaron la colaboración y la unión de ánimos de la oficina. La jornada cerró con un espacio dedicado a la gratitud reafirmando el compromiso de trabajar juntos, incrementar la escucha y la comunicación asertiva. El 19 de junio, a la jornada se unieron el Hno. Rafael Hernández, SJ, director de la Promoción Vocacional; el P. Nilson Castro, SJ, delegado vocacional a nivel nacional; y Natalia González, coordinadora de la Red Juvenil Ignaciana. Junto a ellos, se evaluaron los avances del proceso articulado durante el primer semestre de 2024, destacando los logros obtenidos gracias a la iniciativa de trabajo colaborativo promovida por el P. Provincial. Los avances en la integración de los esfuerzos, las dinámicas de trabajo, la claridad en la comunicación de la OPC y el seguimiento de la articulación fueron puntos clave de la evaluación. También se discutieron los desafíos asociados a los proyectos imprevistos y la necesidad de expandir el equipo de comunicaciones para la Misión Vocacional y la RJI, debido al aumento en el volumen de trabajo. Aunque en la planificación estratégica no se consideró el apoyo a las comunicaciones del CIRE, después de seis meses de trabajo en equipo se ha desarrollado una perspectiva de acompañamiento y se desarrolla en una propuesta comunicativa conjunta. El encuentro también facilitó la generación de ideas para promover la espiritualidad ignaciana. Estos momentos de reflexión y conexión son vitales para que cada integrante del equipo revise su vocación y renueve su dedicación a la labor comunicativa que está al servicio de la Provincia. Este encuentro resultó muy fructífero; permitió evaluar integralmente los procesos y las cargas de trabajo, y ofreció una oportunidad para expresar gratitud por los significativos progresos alcanzados en esta colaboración comunicativa que ha generado numerosos avances.   De izquierda a derecha: María Alejandra Rojas Matabajoy – coordinadora de comunicaciones, Nilson Castro, SJ – delegado vocacional, Natalia González – coordinadora RJI; Karen Forero – profesional comunicaciones RJI Y MV, Valentina Souza – profesional Diseño, Imagen y Producto, Alix Niño – profesional Comunidades Digitales; Silvana Osma – comunicadora CIRE, Rafael Hernández, SJ –  director de la Promoción Vocacional y Antonio José Sarmiento, SJ – socio y delegado de comunicaciones.  

Reencuentro en la Finca San José de Potosí: un vínculo perdurable

En el bullicio de la ciudad, donde el ritmo de la vida se acelera y las responsabilidades pesan sobre los hombros, a menudo buscamos refugio en los recuerdos de tiempos más simples y amistades duraderas. Para aquellos que tuvimos el privilegio de estudiar en el Colegio San Bartolomé y otros colegios Ignacianos en Bogotá, la finca de San José de Potosí en Villeta se convirtió en un oasis de nostalgia y camaradería, un lugar donde los recuerdos de la juventud se entrelazó con la calidez del presente. Cada año, al aproximarse el fin de semana, un grupo selecto de antiguos alumnos de los colegios Ignacianos espera con ansias la oportunidad de reunirse en la Finca San José de Potosí. Para nosotros, esta finca no es solo un lugar, sino un santuario de amistad y camaradería que se ha mantenido a lo largo de los años. Aquí, entre los árboles de naranja y mandarina que perfuman el aire, la magia de nuestra infancia cobra vida una vez más. El aroma a azahar nos da la bienvenida mientras recorremos los senderos que conocemos tan bien como las páginas de nuestros libros de texto. Las risas y las conversaciones animadas llenan el aire, mientras nos sumergimos en los recuerdos de nuestras travesuras juveniles en el colegio. En la piscina, donde pasamos interminables horas de diversión y risas, compartimos historias de nuestras vidas adultas, reflexionando sobre cómo hemos cambiado y crecido, pero también sobre cómo algunos aspectos de nosotros permanecen inalterados por el tiempo. Las canchas de fútbol son testigos de nuestras acaloradas disputas amistosas, donde la competencia se mezclaba con la camaradería y el espíritu deportivo. Aquí, entre patadas y goles, forjamos lazos que perduran más allá de los años y las distancias, recordándonos la importancia de mantener vivos los lazos que nos unen. Pero lo que realmente hace especial a la Finca San José de Potosí es la calidad de las personas que la atienden. Desde el personal que nos recibe con sonrisas cálidas y hospitalidad genuina hasta los cocineros que nos deleitan con deliciosos manjares, todos contribuyen a crear un ambiente acogedor y familiar que nos hace sentir como en casa. En cada visita a la Finca San José de Potosí, nos damos cuenta de que no solo estamos reviviendo viejos recuerdos, sino que también estamos creando nuevos momentos de felicidad y conexión. Aquí, en medio de la belleza natural y la compañía de amigos queridos, encontramos un refugio donde el tiempo se detiene y los lazos de amistad perduran para siempre. En la Finca San José de Potosí, el tiempo se convierte en un eco de nuestra juventud, recordándonos la importancia de mantener vivos los recuerdos y las amistades que dan forma a nuestras vidas. En cada reunión, celebramos la alegría de la amistad y la gratitud por los momentos compartidos, sabiendo que, aunque el tiempo avance y los caminos se separen, siempre tendremos un lugar donde volver y unirnos una vez más. Y así, entre los árboles de naranja y mandarina, en la calidez acogedora de la Finca San José de Potosí, encontramos un lugar donde los recuerdos se entrelazan con el presente, creando un vínculo perdurable que nos une como amigos y compañeros de vida.

Una obra de puertas abiertas

Artículo extraído de la edición Junio de Noticias de Provincia, la publicación mensual de Jesuitas Colombia. ___________________________________________________________________________________ Fotografía: Equipo de la Oficina Nacional del JRS – COL, Bogotá – 2024. ___________________________________________________________________________________ A finales de la década de los 90s, producto de la violencia, la inseguridad y las disputas políticas, el país experimentó un aumento significativo en el desplazamiento interno de personas. Desde el inicio del conflicto con los grupos armados, Colombia pasó de tener una población urbana del 30.9% (1938) al 72.3% (1994)[1] debido a la llegada masiva de población rural a las capitales. Esta migración forzada aumentó las problemáticas sociales y humanitarias debido a la falta de acceso a servicios públicos y la insatisfacción de las necesidades básicas de la población. Como respuesta a la coyuntura del momento, en 1995, el Servicio Jesuita a Refugiados comenzó su operación en el país acompañando inicialmente a las comunidades del Magdalena Medio. “La obra fue una forma en la que la Provincia se comprometió a trabajar más activamente por las personas que estaban sufriendo el conflicto armado, sobre todo en temas de desplazamiento forzoso”, comenta el P. Juan Enrique Casas, SJ, actual director del JRS Colombia. A nivel internacional, esta organización fue fundada el 14 de noviembre de 1980 por el P. Pedro Arrupe[2] quien conmovido por la difícil situación de los boat people (refugiados vietnamitas que buscaban asilo a bordo de precarias embarcaciones) animó a las provincias jesuitas del mundo a coordinar una respuesta humanitaria global: “No podemos ignorar -esta situación- si queremos seguir siendo fieles a los criterios que ha señalado San Ignacio para nuestro celo apostólico”, decía el P. Arrupe en su carta “La Compañía y el problema de los refugiados”. Actualmente, está presente en más de 60 países en todo el mundo trabajando por diversas comunidades, algunas de ellas en guerra como es el caso de Sudán, Siria, Irak y la crisis humanitaria en Venezuela.[3] Desde que inició su labor en Colombia, el JRS se ha encargado de acompañar, servir y defender a las personas en situación de refugio, migración, desplazamiento, confinamiento, y a las comunidades receptoras[4]. Casi 30 años de camino ininterrumpido son una muestra del compromiso que mantiene la esperanza a pesar del dolor y una respuesta a las crisis que afectan al mundo.  De acuerdo con el P. Casas, durante el 2023 prestaron 35 mil servicios en el país, esto en promedio equivale a 95,8 por día y 205,8 por colaborador, si se tiene en cuenta que el JRS tiene alrededor de 170 colaboradores apostólicos distribuidos en sus oficinas territoriales en el Magdalena Medio, sur de Bolívar, Soacha, Ibagué, Nariño, Norte de Santander, Valle del Cauca, Eje Cafetero y Cartagena. Su trabajo se despliega a través de cinco áreas misionales en las que desarrollan programas de acompañamiento, construcción y fortalecimiento de redes comunitarias, así como capacidades de agenciamiento en las personas y procesos acompañados. En el área de protección prestan asesoría jurídica, atención psicosocial y apoyo para el acceso a derechos fundamentales desde una perspectiva dignificadora. En la integración comunitaria despliegan mecanismos y alianzas con entidades públicas y privadas para favorecer la empleabilidad y la visibilización de los emprendimientos personales y comunitarios; ejemplo de ello es la marca delAlma, una iniciativa institucional que destaca la contribución social y económica de personas que han experimentado movilidad humana forzada[5]. La educación es otra de las áreas en las que han generado importantes acciones hacia la construcción de un futuro esperanzador, entendiendo que la formación académica aporta al pleno desarrollo y la autosuficiencia de la población. Otra de las áreas es la incidencia que a través de acciones y procesos políticos, sociales y de opinión pública responden al llamado del Padre General Arturo Sosa, SJ; lo anterior, junto a distintos programas estratégicos, permiten “hacer una planificación estratégica en profundidad, reaccionar con agilidad ante la novedad de las situaciones y mejorar la capacidad de administrar responsablemente los recursos económicos y humanos”.[6] Gracias a esto, han podido influir directamente en sentencias y reglamentaciones en la Corte Constitucional, el Senado de la República y las Asambleas Departamentales. Por último, están las comunicaciones que permiten dar visibilidad a los procesos y fortalecer las capacidades de agenciamiento por medio de la comunicación para el cambio social. El 1 de julio de 2022, el liderazgo de la obra fue asumido por el P. Juan Enrique Casas Rudbeck, SJ, después de trabajar como académico del Centro Universitario Ignaciano en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO) en Guadalajara, México. En esta misión que hoy desempeña reconoce un regalo que ha podido desempacar “de la mano de hombres y mujeres que caminan juntos y juntas donde los mueva el corazón”. “El jesuita no debe caminar solo, porque esa no es la misión. El liderazgo es construir juntos y reconocer que la verdadera sabiduría está en los equipos”, explica. Igualmente, esta labor es una confirmación de su Principio y Fundamento que ha implicado “redoblar la oración para saber hacia dónde caminar”. En el corazón del JRS Colombia están sus equipos, sus momentos cotidianos de profunda reflexión y discernimiento, así como su espíritu de unidad.  “Tenemos en nuestro horizonte dos cosas: la reconciliación, como el volver a estar juntos representado en el sol de justicia que brilla para todos y todas, y por otro lado, la hospitalidad como la luna en la noche, en el sentido de la sagrada familia que va buscando acogida”, afirma el P. Casas. En este marco, el trabajo lo desarrollan bajo varios enfoques, entre ellos el de género, retomando el decreto 14 de la Congregación General 34 sobre el rol de la mujer en la sociedad y la Iglesia; el enfoque diferencial que reconoce la diversidad étnica, cultural y social del cuerpo apostólico y de las comunidades acompañadas, la rendición de cuentas articulada con las personas que reciben los servicios humanitarios y, al interior de la obra, la identidad y la misión teniendo en cuenta la invitación de la Congregación General 36 a asumir el apostolado como un estilo

El Dios siempre presente

Las situaciones de la vida nos colocan en circunstancias que nos interrogan, nos cuestionan y exigen de nosotros una respuesta adecuada. Pensemos en lo que sucede cuando muere un ser querido, cuando tenemos una grave dificultad económica, cuando las relaciones con alguna persona querida se alteran. No entendemos lo que sucede, nos sentimos angustiados e intranquilos. Y si esto nos sacude interiormente, en lo más profundo de nuestro ser, las cosas se hacen más complejas. Analicemos y veamos por qué. Más de uno de nosotros se puede haber encontrado en una situación semejante a la que nos narra el Evangelio de este domingo. Repentinamente surge una tempestad que amenaza con hundir la barca, el viento es fuerte, “un huracán”. Todos los que van en la barca se atemorizan. Jesús duerme. Lo despiertan y le reclaman “¿no te importa que nos hundamos?”. Jesús calma el viento. Ellos quedan sorprendidos y surge la pregunta “Pero, ¿quién es este?”. Ellos no comprenden lo que ha sucedido, solo que han recuperado la calma. El peligro ha pasado. El Señor está siempre presente en las diversas situaciones y circunstancias de nuestra vida. El camina a nuestro lado, comparte nuestra situación. Es el Dios que se ha hecho uno de nosotros, que sabe del dolor y el sufrimiento humanos. Nos enseña la manera de hacer frente a esas situaciones, a descubrirlo presente y actuante en nuestra cotidianidad. Es hacer vida la escena del Evangelio. Una noche cualquiera, un viaje en barca, una tempestad que aparece imprevistamente. Es posible que creamos que Él está dormido, que se ha alejado, que está muy ocupado. Realmente no es así y no debe serlo. ¿Somos capaces de descubrir al Señor siempre presente en los diversos momentos y circunstancias de la vida? Vale la pena analizar la manera como reaccionamos ante esos imprevistos que nos desacomodan, nos inquietan y nos hacen perder la paz interior. El mensaje de este domingo es una invitación a ser capaces de reconocer en lo ordinario de la vida a ese Dios siempre presente, a no dejarnos intimidar por la dificultad que pueda surgir en un determinado momento. Quizás es para cada uno de nosotros el reclamo que Jesús hace a los discípulos “¿aún no tienen fe?”. Es la manera de decirnos y de invitarnos a revisar las actitudes que tenemos en la vida. Las cosas no suceden gratuitamente. Hay una enseñanza para la vida en cada una de ellas. Necesitamos saber leer, saber discernir, saber analizar. Eso se va aprendiendo con el paso del tiempo y con la actitud que asumamos ante cada una de las cosas y circunstancias. Nuestros miedos son más resultado de nuestras inseguridades que realmente inquietantes. Por eso, si estamos atentos a esos signos y a su lectura, podremos caminar con mayor seguridad en ese sendero de seguimiento de Jesús, que es la esencia de nuestro ser como cristianos.

Feliz día del padre

Una nueva celebración nos llega este domingo. Es parte de las celebraciones que desde hace algún tiempo, no sé exactamente cuántos años, nos llega por aquello del comercio, la sociedad de consumo y demás promociones y campañas. Esto no lo podemos negar. Sin embargo, vale la pena aprovechar la oportunidad para pensar un poco más a fondo el mensaje que nos puede dejar, tomando las cosas con un sentido de reflexión. Desde hace muchos años, casi un siglo, surgió el día de la madre, merecido, por cierto. El mundo vive de celebraciones, las necesita para romper la rutina, para salir de lo ordinario. De allí han ido surgiendo los diferentes días que son promocionados y anunciados como ocasiones especiales. No nos quedemos en lo externo y comercial.  Pensemos que bien vale la pena dedicar un espacio en nuestro diario vivir, unos minutos a reflexionar sobre lo que significa el ser padre dentro del contexto de nuestra vida. Llegamos a la vida por la decisión de un hombre y una mujer. Ellos, con el paso del tiempo, nos van formando, nos dan su amor, van haciendo de nosotros personas con un sentido de la vida y una misión en el mundo. Sobre la madre se ha hablado y escrito mucho. Normalmente, no sucede lo mismo con el padre. Es alguien que juega un papel importante en nuestro desarrollo, aunque su misión pueda estar más orientada hacia fuera del hogar, por su mismo trabajo, es alguien que tiene una tarea y una misión hacia el interior de la familia. Es la persona que ofrece la seguridad, que complementa la misión de la madre, que debe convertirse en amigo de sus hijos, que estos lo busquen en los momentos más importantes de su vida, en la toma de decisiones. El padre no puede ser únicamente el proveedor de lo material, quien vela por el sustento, porque nada falte. Ser papá es asumir el compromiso de formar esos seres que Dios le dio, sus hijos e hijas, preparándolos para la vida, para enfrentar los desafíos y retos que la misma vida les va colocando. Pienso en los adolescentes y jóvenes de nuestro mundo y de nuestro país, pienso en sus temores y ansiedades, en sus dudas y preguntas, en sus incertidumbres y pasos vacilantes. ¿Dónde deben encontrar el apoyo, el consejo y la orientación? En su padre, en la persona que, por la experiencia de la vida puede ser ese guía y consejero. Sin embargo, la realidad nos muestra algo diferente. El gran vacío de comunicación que hay entre papás e hijos. No sucede lo mismo, ordinariamente con las mamás. Hay en ellas una mayor cercanía y confianza con sus hijos. Qué bueno que hoy, al caer en la cuenta de la misión de ser papá, cada uno de mis lectores que lo son o están en camino de serlo comprendan el llamado que la vida misma les hace para que sean en verdad padres para sus hijos, ante todo con el ejemplo de vida, con los valores y actitudes que deben ser para los hijos; testimonio de un camino seguro que se ha de recorrer en la vida. Acuérdate, papá que lees esta columna, que no te puedes quedar solo en lo material y económico, que debes ir más allá y darle sentido a la vocación de ser padre. Por eso, feliz día del padre para todos los papás en su día.

Diciendo y haciendo

Siempre he pensado que la realidad de la vida nos enseña que no se trata solamente de hablar, de decir cosas. Se trata de hacer realidad en la cotidianidad de la vida lo que expresamos con nuestras palabras, lo que dice el adagio popular “diciendo y haciendo”. Quizás mis lectores se pregunten por qué afirmo lo que digo. Trataré de explicarlo. En el pasaje del Evangelio de este domingo le cuentan a Jesús que su madre y sus parientes lo están esperando. Hace una pregunta ¿quiénes son mi madre y mis parientes?  Luego, mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios”. En otra versión dice: “el que escucha la palabra de Dios y la cumple”. El sentido es el mismo. Se trata de cumplir lo que expresamos con nuestras palabras. Se trata de lo que podemos llamar coherencia de vida. Que nuestras acciones respalden  nuestras palabras. O como dice el adagio “obras son amores y no buenas razones”. La coherencia de vida es garantía de asumir un compromiso real y efectivo, de respaldar el discurso  con las obras. Pienso que la realidad de nuestra vida sería muy distinta si cada uno de nosotros hiciera realidad el decir y hacer. Que fuéramos más cautos en las palabras pues deben ir respaldadas por las obras. Otra sería la vida si cumpliéramos lo que prometemos. Desafortunadamente, muchas veces el cumplimiento se vuelve cumplo y miento, es decir aparentemente cumplo, pero interiormente sé que eso es de dientes para afuera, como decimos. Nos falta  asumir el compromiso serio de respaldar con obras la palabra empeñada. El papel aguanta todo, cuando se trata de textos escritos; el viento se lleva las palabras como el humo. La insistencia de Jesús en decir y hacer es clara. De nosotros depende que la asumamos como un compromiso de vida, como la garantía de empeñar nuestra palabra como algo sagrado, como lo era para nuestros mayores pues ellos todo lo hacían basados en el carácter sagrado de la palabra empeñada. No se necesitaban documentos adicionales, los negocios se hacían con la palabra como garantía. Hoy, nos encontramos ante una realidad muy distinta. A pesar de los documentos firmados, los compromisos se quebrantan, los pactos se trasgreden, la palabra no se cumple. Por eso, andamos como andamos. La credibilidad de las personas se ha ido perdiendo; lo mismo sucede con las instituciones. Todo tiene una razón de ser: no se cumplen las promesas hechas y esto trae consecuencias serias, a veces graves, para la convivencia entre personas, grupos, naciones y en el mundo. Los invito para que hagamos un esfuerzo de darle sentido a lo que decimos siendo coherentes con lo que hacemos. Que lo uno sea respaldo de lo otro. Que seamos ejemplo de lo que expresa el titular de esta columna “diciendo y haciendo” o como dice el refrán popular “más pica y menos pico”. La coherencia es una garantía de credibilidad.

Signo de unidad, vínculo de caridad

Decía el adagio “los jueves grandes en el año tres son, jueves santo, de corpus y de la ascensión”. Por esas cosas de los lunes festivos (en cuanto a lo civil) y de la supresión del precepto o fiesta de guarda (en cuanto a lo religioso) solo queda uno de esos jueves, el santo. Los otros dos pasaron al domingo (en lo religioso) y al lunes siguiente (en cuanto al festivo civil). Celebramos este domingo la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Esta fiesta está en íntima conexión y relación con la celebración del jueves santo, solo que la fiesta que nos ocupa está totalmente centrada en la eucaristía como el modo que Jesús instituyó para quedarse con nosotros y ser nuestro alimento espiritual. Ya lo había dicho Él mismo “quien come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en él y tendrá vida eterna”. La Eucaristía es regalo y es don porque nos fortalece, nos da sentido de unidad y fraternidad. Reunirnos en torno a la mesa del Señor para partir el pan eucarístico es construir unidad, es crear comunidad. Es sentirnos llamados a hacer de nuestra vida un testimonio de esa unidad que surge del partir y compartir el pan en la mesa del Señor. Es, al mismo tiempo, vínculo de caridad porque el compartir el pan nos lleva a hacer realidad en la vida diaria el sentido profundo de solidaridad con el más débil y el más necesitado que debe brotar de la mesa eucarística. No podemos, como nos lo dice el apóstol Pablo, compartir la mesa del Señor, partir el pan, si tenemos conciencia de que hay hermanos nuestros que pasan hambre, que tienen necesidad y que nosotros somos para ellos hermanos en la fe, en la esperanza y en el amor. Ha de ser un amor hecho vida, en las situaciones particulares y concretas de cada uno. Reunirnos a escuchar la palabra del Señor, a partir el pan, es también sentirnos convocados para ser solidarios, para ejercer el ministerio de caridad con nuestros hermanos, rostros vivientes de Cristo en el mundo y el momento actual. Pensamos con frecuencia, especialmente los varones, que la Eucaristía es asunto de ancianos, señoras y niños. No hemos caído en la cuenta de que todos, no importa la raza, el género, la edad, el nivel social, tenemos necesidad de fortalecer nuestra vida espiritual para ser capaces de hacer frente a los desafíos del tiempo presente. Desafíos que son cada vez más complejos, más agobiantes y, para lo cual, necesitamos fortaleza interior para afrontarlos. Ahí, la Eucaristía tiene un profundo sentido de alimento y sostén. Construir unidad y crear vínculos de caridad es algo que todos necesitamos en nuestro diario caminar como creyentes. Quiero invitar a todas las personas que lean esta columna a hacer un compromiso serio de participar más frecuentemente en la Eucaristía, de recibir el cuerpo y la sangre del Señor como ese alimento esencial en la vida.

El Dios en quien creemos

Más de una vez me han preguntado ¿tú crees en Dios? ¿Cómo puedes demostrarlo? Y siempre he respondido: Yo creo en Dios, para creer en Él, me basta mirar hacia mi interior y allí lo descubro. Por las acciones que Él realiza, por la manera cómo actúa por medio de su Espíritu, por el amor que me muestra al haber entregado a su Hijo para salvar a la humanidad y liberarla del pecado. Yo creo en Dios y me siento feliz de poder decirlo y compartirlo con las personas que leen esta columna. Es una fe que me llena de gozo y que le da sentido a mi vida. Si a usted, la persona que lee esta columna, le hicieran las mismas preguntas, ¿qué respuesta daría? ¿Cuál sería su experiencia de Dios y cómo la compartiría? Quiero invitar a cada una de las personas que leen esta columna a dedicarse unos minutos y responder esas dos preguntas. Hágalo con total sinceridad, sin buscar respuestas prefabricadas. Le doy algunas pistas: mire su existencia, descubra en ella las huellas del paso de Dios por su vida, identifique lo que puede considerar que son regalos del amor de Dios, que son manifestaciones de su bondad. Celebra la Iglesia la solemnidad de la Santísima Trinidad. Es la fiesta de nuestra fe, por expresarlo de una manera sencilla. Es el día en el cual reconocemos a ese Dios que se nos manifiesta, el Dios en quien creemos, un Dios que son tres personas distintas y un solo Dios, como decimos desde niños cuando lo aprendimos en el catecismo. Todo eso, es algo que debe llenarnos de una profunda seguridad interior y que nos permite exclamar con san Agustín “oh dicha tan antigua y tan nueva, cuán tarde te conocí… eres más íntimo a mi mismo que mi propio ser”. Reconocer nuestra fe en un Dios que es Padre, creador, es descubrir el amor hecho vida y manifestación de la bondad. Confesarlo como un Dios que es Hijo, nos invita a proclamar la cercanía y el compromiso de ese mismo Dios con la historia de la humanidad, haciéndose uno de nosotros, compartiendo las situaciones y circunstancias de la vida. Es expresar la acción de un Dios amor, que por la fuerza del Espíritu, es santificador, es consolador, es acción. Todo esto lo encuentro expresado en el Credo cuando manifestamos “creo en un solo Dios, Padre… Hijo… y Espíritu Santo”. Hay algo más. Esa fe la vivimos en la Iglesia, es la reunión de la comunidad de creyentes donde se comparte el pan de la palabra, el pan de la eucaristía, donde se celebran los sacramentos que son los canales como la gracia de ese mismo Dios nos llegan a nosotros los cristianos. Todos los sacramentos son administrados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Alabamos a Dios en la oración dirigiéndonos al Padre, por el Hijo, en el Espíritu. Es lo que cantamos y proclamamos en la liturgia de las horas y en todas las celebraciones. Dios es el compañero inseparable de nuestras vidas. Un Dios así es el Dios en quien usted y yo creemos y de quien queremos dar testimonio en nuestra vida. Un Dios que ama, que libera y santifica. El Dios que da sentido a mi vida.

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