Oremos por el Papa Francisco
En este tiempo de incertidumbre, el P. Antonio José Sarmiento, SJ, nos comparte un mensaje de esperanza en torno a la salud del Santo Padre y nos invita a orar por su pronta recuperación. Sigamos caminando como una Iglesia unida en la fraternidad del Señor.
Iniciamos el itinerario de formación 2025 de la Región Bogotá-Soacha
El pasado 12 de febrero, más de 200 jóvenes vinculados a las obras de la Compañía de Jesús en la región Bogotá-Soacha se reunieron en la Manzana Jesuítica de Bogotá para dar inicio al Itinerario de Formación Regional 2025. Este encuentro tuvo lugar en el marco del Día de las Manos Rojas, una jornada emblemática que busca sensibilizar y generar conciencia sobre la problemática del reclutamiento forzado de niños, niñas y adolescentes en el conflicto armado. Este año, nuestro itinerario regional se fundamenta en la cuarta opción fundamental del Plan Apostólico de Provincia, promoviendo una profunda articulación entre ecología integral, reconciliación y justicia social. Reconocemos que los desafíos socioambientales no pueden abordarse de manera aislada, ya que la crisis ecológica y la crisis humana están intrínsecamente conectadas. En un territorio caracterizado por su diversidad cultural, complejidades sociales y acelerado crecimiento urbano, acogemos el llamado del Papa Francisco a cuidar nuestra Casa Común, impulsando una conversión ecológica que coloque la dignidad humana en el centro de nuestras acciones. De esta manera, el itinerario regional no solo se concibe como un espacio de encuentro y formación, sino también como una oportunidad para que los jóvenes sean protagonistas del cambio. A través de una visión integral, podrán incidir en sus comunidades con un firme compromiso por la justicia, la solidaridad y el bien común. Estamos convencidos de que la transformación social comienza en cada uno de ellos y, por ello, reafirmamos nuestra vocación de acompañarlos en este camino de aprendizaje, reflexión y acción. El inicio de la jornada se llevó a cabo en el teatro del Colegio Mayor de San Bartolomé, donde el P. José Darío Rodríguez, SJ, ofreció una contextualización sobre el impacto del conflicto armado en las comunidades y el entorno natural. Posteriormente, el equipo de ReconoSiendo guió un espacio espiritual en la Iglesia San Ignacio de Bogotá, permitiendo a los participantes reflexionar sobre las consecuencias individuales, comunitarias y ambientales del reclutamiento forzado y la utilización de menores en el conflicto armado. En el cierre del encuentro, los jóvenes fueron invitados a interiorizar sus emociones y pensamientos a través de la palabra y la escucha activa. En un marco de conversación espiritual, compartieron sus vivencias y reconocieron los llamados del Dios de la vida y de la paz, que se manifiesta en todas las cosas. El Itinerario de Formación Regional se desarrollará a lo largo de 2025 mediante encuentros locales y regionales, talleres y espacios de acompañamiento que fortalecerán las capacidades de liderazgo y acción social de nuestros jóvenes en sus contextos. Nuestra próxima cita regional será el 9 de abril de 2025 en el Colegio San Bartolomé La Merced.
La regla de oro
Con frecuencia escuchamos frases como estas “el que la hace, la paga”, “en juego largo hay desquite”, “tranquilo, que yo sé cómo me la cobro”. Todas son expresiones que nos muestran el sentido de venganza que puede haber en el corazón de las personas, el deseo de hacer justicia por su propia cuenta, como si ese fuera el camino mejor para solucionar los problemas. Nos hemos acostumbrado a este tipo de reacciones y respuestas y, se ha vuelto algo ordinario ver cómo se siembra más violencia para responder a la violencia. El texto del evangelio de este domingo va en una línea completamente diferente: habla de perdón, de amor, de hacer el bien. Pero no con las personas que son nuestros amigos, familiares o quienes nos hacen bien. Es una invitación para actuar de esa manera con las personas que nos han ofendido, los que nos han causado daño, nos han hecho mal. Es casi un escándalo lo que nos propone Jesús para ser sus seguidores y parecernos a Él. El punto clave está en la reflexión que hace Jesús: si hacemos bien solo a los que nos hacen bien, no tenemos mérito alguno. Si amamos solo a los que nos aman tampoco tenemos mérito alguno. Tratemos a los demás como queremos que ellos nos traten, la medida que usemos, la usarán con nosotros. Esa es la regla de oro. Es la clave de las relaciones interpersonales, es el secreto para ir construyendo la felicidad. Qué diferente sería el panorama del mundo si esa regla de oro la aplicáramos en nuestra vida. Qué cantidad de problemas se resolverían por el camino sencillo del perdón y la reconciliación, de comprender que se falla por fragilidad más que por malicia. Cómo nos sentiríamos tan diferentes y distintos si la aplicáramos en las pequeñas y grandes cosas de la vida. Más aún, Jesús añade otros elementos que complementan y clarifican la regla de oro: “sean compasivos, no juzguen, no condenen, perdonen, den, les verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante”. Todo eso porque el amor no es solo para las personas que nos simpatizan, pues se nos invita a amar a nuestros enemigos, a hacer el bien a los que nos odian, a bendecir a los que nos maldicen, a orar por los que nos injurian. Todo esto, mirado humanamente, es escandaloso, no se entiende. La vida debe ser mirada desde el amor, el perdón, la bendición. Pienso que, siguiendo el ejemplo de Jesús, el camino que nos muestra; podemos afirmar que es todo un desafío para quien reconozca en su vida y en su corazón que ha fallado muchas veces en este campo. Pienso que todos, usted quien lee esta columna, yo que la escribo, las personas que nos rodean, hemos fallado y nos hemos equivocado. Es el momento de hacer vida esa regla de oro “trata a los demás como quieras que te traten”. Pregúntate qué debes cambiar y cómo puedes orientar tu vida de ahora en adelante, teniendo como criterio decisivo la regla de oro “la medida que usen la usarán con ustedes”.
La esperanza no defrauda
«Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha llenado con su amor nuestro corazón por medio del Espíritu Santo que nos ha dado» Romanos 5, 5 Comenzar un año es una oportunidad para revisar y actualizar nuestras metas. Hemos disfrutado de unos días de descanso, de encuentros informales con nuestras familias y con miembros de nuestras comunidades para nutrirnos afectivamente, recrearnos y fortalecernos. Nada más oportuno que este momento para acoger la invitación de la Iglesia a vivir un año santo en el que podamos fortalecer la esperanza. El Papa invita a toda la Iglesia a hacerse peregrinos de la esperanza. Hace muchos años le oí al P. João Batista Libânio, SJ, esta historia que nos regaló en el cierre del Congreso Continental de Teología en Porto Alegre, Brasil: Había una vez un niño llamado Daniel. Vivía en un pequeño pueblo de Brasil. No era muy juicioso que digamos, pero un año, al terminar sus clases recibió un regalo de su papá. Lo llevó a conocer Rio de Janeiro, una de las ciudades más hermosas de su país. Al llegar, lo primero que fueron a conocer fue el inmenso mar. Daniel estaba admirado por la belleza y la grandeza de ese horizonte sin límites que se abría ante sus ojos. Daniel pidió que pudieran entrar en el mar y se montaron en una barca para dar un paseo. Las olas crecían y el mar embravecido amenazaba la pequeña barca. Regresaron a la orilla y fueron a descansar. En la noche Daniel soñó que iba atravesando el mar en una barca y que el mar estaba embravecido. Daniel pidió a Dios que le diera la posibilidad de cruzar el mar y las dificultades de la vida. La respuesta de Dios fue: “cree, espera y ama”. El segundo día, Daniel fue con su papá a Botafogo, el barrio donde se levanta el cerro del Corcovado, sobre cuya cima está el Cristo Redentor que identifica a la ciudad. Esa mañana, sucedió un fenómeno extraordinario. Las nubes cubrían el cerro y el Cristo parecía volar allá en lo alto, sin ningún soporte ni pedestal. Daniel quedó deslumbrado con la belleza de este espectáculo. Esa noche, cuando fue a dormir, soñó que veía el gran Cristo volando en medio del cielo y le pidió a Dios que le regalara una escalera para subir hasta el cielo y así estar con Dios. La respuesta de Dios fue: “cree, espera y ama”. El tercer día Daniel fue con su papá al centro de la ciudad y conocieron iglesias y museos. Al regresar a la casa, el papá de Daniel no podía abrir la puerta. La cerradura se había dañado y la llave no servía. Por fin, luego de muchos esfuerzos, lograron entrar. Esa noche Daniel soñó que estaba frente a la gran puerta del cielo. Una puerta enorme, cerrada con una chapa muy grande y fuerte. Y Daniel le pidió a Dios que le regalara la llave para poder abrir la puerta del cielo y entrar allí, donde Dios lo esperaba. La respuesta de Dios fue: “cree, espera y ama”. Daniel somos cada uno de nosotros. El Papa Francisco dice en la bula con la que convoca al Año Santo: “He aquí porqué esta esperanza no cede ante las dificultades: porque se fundamenta en la fe y se nutre de la caridad, y de este modo hace posible que sigamos adelante en la vida. San Agustín escribe al respecto: «Nadie, en efecto, vive en cualquier género de vida sin estas tres disposiciones del alma: las de creer, esperar, amar»” (Spes non confundit, 3). Leyendo un libro del filósofo coreano Byung-Chul Han, El espíritu de la esperanza, me sorprendió descubrir que, para algunos, la esperanza es contraria a la acción. Dice Han: “Desde la Antigüedad, siempre se ha considerado que la esperanza es opuesta a la acción. La consabida crítica dice que la esperanza se resiste a actuar porque le falta la resolución para hacerlo, que quien tiene esperanza no actúa y cierra los ojos a la realidad. Haciéndonos concebir ilusiones, la esperanza nos distraería del tiempo presente, de la vida aquí y ahora” (Han, 37). Sin embargo, la esperanza cristiana, que se fundamenta en la fe y se nutre en la caridad nos anima siempre a afrontar el presente con la mirada puesta en el futuro. “Un presente que no sueña tampoco genera nada nuevo. Un presente así no tiene pasión por lo nuevo, entusiasmo por lo posible ni ganas de comenzar algo nuevo. Si no hay futuro, es imposible apasionarse”, nos recuerda Han en su libro (Han, 43). Acompañemos a toda la Iglesia a vivir este Año Santo renovando nuestra esperanza y dando razón a los que nos pregunten por ella, tal como lo pide el apóstol Pedro: “Estén siempre preparados a responder a todo el que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen” (1 Pedro 3, 15). Y no olvidemos a san Ignacio que en la décima parte de las Constituciones nos invita a poner solo en Dios nuestra esperanza: “Porque la Compañía, que no se ha instituido con medios humanos, no puede conservarse ni aumentarse con ellos, sino con la mano omnipotente de Cristo Dios y Señor nuestro, es menester en Él solo poner la esperanza de que Él haya de conservar y llevar adelante lo que se dignó comenzar para su servicio y alabanza y ayuda de las ánimas” (Constituciones, 812). Quiero invitarlos a iniciar el año renovando el ánimo y la esperanza. Una esperanza que tiene bien puestos sus fundamentos en la fe y que cultiva y se expresa en obras de amor. Invito a todo el cuerpo apostólico a mirar al futuro con la confianza de sentirnos en las manos de Dios. La esperanza no defrauda. Nuestros sueños y nuestra esperanza en un futuro distinto se alimentan en el amor de Dios que nos sostiene. Hermann Rodríguez Osorio, SJ Provincial Bogotá, 20 de enero de 2025
Vivimos en un mundo de contrastes
La afirmación que me sirve de título a la columna de esta semana no es algo novedoso. Nos lo dicen los sociólogos, los psicólogos, los estudiosos de la realidad humana desde el punto de vista personal y social. No es novedoso, porque es lo que encontramos todos los días, por donde quiera que caminemos. Son esos contrastes que nos sacuden en lo más profundo, sobre todo cuando no encontramos respuesta lógica, sino que debemos asumir una actitud casi que de conformismo, porque la solución no está al alcance de nuestras manos. El texto de Lucas que se nos presenta en el Evangelio es un ejemplo de esos contrastes a los que me he referido más arriba. Está presentado en clave de felicidad y desgracia. Son los criterios del mundo, de lo fácil, de aquello que la gente busca como su satisfacción y meta en la vida. Contrasta con lo que Jesús propone como el camino de la felicidad. Es lógico que el ambiente en el cual nos movemos no entienda esa dinámica porque no está de acuerdo con lo que se nos está vendiendo e inculcando de diversas maneras. Al fin de cuentas, es cuestión de opciones, de decisiones y entra en el campo de la libertad de cada persona. Veamos lo que es popular, lo que llama la atención. Se habla de “los ricos, de los que están satisfechos, de los que ríen y de quienes son alabados por todo el mundo”. Ante estas cuatro actitudes Jesús exclama “ay de ustedes, porque ya tienen su consuelo, porque tendrán hambre, porque llorarán de pena, porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas”. En síntesis no todo lo que brilla es oro, como dice el refrán, la felicidad no está en el tener, no es ese el camino que Jesús propone. Sin embargo, hay muchas personas para quienes la riqueza, el prestigio y otras cosas se constituyen en valores fundamentales. Por otro lado, en la primera parte del texto aparece el contraste “dichosos ustedes los pobres, los que ahora tienen hambre, los que ahora lloran, cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre” es lo que propone Jesús a sus discípulos y, en ellos a nosotros. Las razones son claras “de ustedes es el reino de Dios, serán saciados, al fin reirán, alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Pues así trataron sus padres a los profetas”. Es un camino muy distinto, es un nadar contra la corriente, por decirlo de alguna forma. Eso no es popular, no es atractivo. Es el camino de la verdadera felicidad, la que se construye sobre la base del ser y no del tener. Claro está que esto corresponde a las opciones y decisiones personales. Es cuestión de cada uno. Vale la pena preguntarse ¿sobre qué base está construida nuestra vida? ¿Cuáles son los valores que la orientan? ¿Qué consideramos como prioridad? y ¿Por cuáles valores estamos dispuestos a jugarnos el todo por el todo?. Esa es la clave y ahí está el secreto para ser capaces de superar esos contrastes, esas contradicciones existenciales que nos afectan y que no podemos ignorar o pretender acallar. ¿Cuál es tu respuesta? ¿Dónde está tu corazón?
XXVI Inmersión Ignaciana: Conversión Ecológica
Con una invitación a vivir “este momento como una oportunidad para una conversión”, inició la XXVI Inmersión Ignaciana. El tema central de este encuentro fue la Conversión Ecológica y el llamado del Santo Padre a escuchar el “grito de la tierra” y realizar acciones concretas por el cuidado de la Casa Común. El Instituto Mayor Campesino -IMCA- fue el encargado de acoger a cerca de 70 personas del Cuerpo Apostólico; líderes de obras, jesuitas y colaboradores interesados en trabajar por la Creación. «El tema de la conversión, diría el padre Baena es “enderezar lo torcido”(…) Se necesita muchas veces retomar el camino y enderezar la vida. Lo que queremos proponer en este ejercicio espiritual, comunitario y de reflexión conjunta, es preguntarnos cómo hacemos para vivir un proceso de conversión ecológica. A este encuentro venimos a pensar cómo hacer para vivir y ayudar a los que trabajan o viven con nosotros a caminar en la dirección a una conversión ecológica», indicó el P. Hermann Rodríguez, SJ, Provincial. Los conversatorios, oraciones matutinas y el compartir fraterno permitió conocer el panorama actual de la Provincia y las nuevas apuestas regionales, así como generar consciencia sobre la importancia de actuar en la preservación de la vida y la biodiversidad. Este espacio creado por el P. Julio Jiménez, SJ, en 1999, nos congrega como comunidad y es una oportunidad para conocer hacia donde se dirige la Provincia cada año. Este 2025 es el año de la esperanza y la oportunidad para conectarnos con la obra divina de Señor, reconociéndonos como criaturas hermanas de la tierra que nos cobija. Los invitamos a sumarse a las iniciativas que se desarrollan en cada una de las obras y comunidades. Próximamente estaremos compartiendo más información sobre la apuesta ecológica de la Provincia.
Confiar en la palabra
Estamos tan acostumbrados a oír expresiones como las siguientes “te doy mi palabra”, “confía en mi palabra” que no creemos que eso corresponda a la verdad. La razón es muy sencilla: la gente no cumple la palabra empeñada. Vivimos en un mundo del cumplimiento (cumplo – y – miento). No sucede lo que acontecía en tiempo de nuestros mayores, especialmente nuestros abuelos, cuando la palabra empeñada era sagrada, se cumplía lo prometido, no había necesidad de hacer documentos escritos, porque la palabra tenía valor, era respaldada por las acciones, y si no se cumplía, podía llegar incluso hasta costarle la vida a la persona que había faltado a su palabra. Quienes leen esta columna pueden pensar cuál es el sentido de mi escrito de esta semana. La razón es clara: en el Evangelio de este domingo encontramos que Pedro le dice a Jesús después de haber estado toda la noche en una pesca infructuosa “por tu palabra echaré las redes”. Era una invitación, no era una orden. Todo podía haber seguido igual, habrían regresado desalentados, sin haber pescado cosa alguna. Pero hay algo en el interior de Pedro que lo mueve a hacer lo que están diciendo: confía en la palabra de Jesús. Hace lo que Él le dice y la recompensa es grande “hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red”. Confiar en la palabra de alguien, significa creer en esa persona, descubrir que tiene algo importante para decirnos, que no podemos desoír esa invitación. Significa también tomar la decisión de hacerse vulnerable, de permitir que esa otra persona entre en nuestra vida y su palabra se convierta en luz para nuestro camino. Eso en el plano de las personas semejantes a nosotros. Y cuando se trata de Jesús, ¿por qué no hacemos lo mismo, por qué dudamos, por qué no confiamos si Él nos está mostrando el camino para seguirlo de manera incondicional? Estamos acostumbrados a buscar las evidencias, las pruebas de todo, nos obsesiona la certeza y la seguridad. Eso podemos dejarlo al campo científico. Pero no podemos hacer lo mismo en el campo de lo espiritual, de las relaciones interpersonales. Si lo hacemos así, corremos el riesgo de aislarnos de las personas, de no encontrar caminos adecuados para interactuar, porque siempre tendremos la sospecha de que nos pueden estar engañando, de que no son honestos y sinceros con nosotros. Todo esto nos sucede porque no confiamos en la palabra, no creemos en el otro. Recuperar el valor y el sentido de la palabra es el reto que tenemos de ahora en adelante. Hemos vivido la experiencia de tener que asegurarlo todo con contratos, documentos escritos, testimonios y pruebas. Todo porque dejamos que la palabra perdiera su valor y su significado como compromiso sagrado. La palabra tiene la fuerza de exteriorizar lo que somos en lo más íntimo y profundo de nuestro ser. Démosle ese sentido, no la desvirtuemos, recuperemos su valor y tengamos presente que cuando empeñamos la palabra, estamos invitando a la otra persona a que confíe en nosotros. No traicionemos esa confianza y respaldémosla con hechos de vida.
Cristo, luz del mundo
La Virgen de las Candelas, de la Candelaria, Nuestra Señora de la Luz. Todos son nombres para hacer referencia a la celebración de este día, en el cual se nos recuerda la celebración de la Presentación del Señor en el Templo y la Purificación de la Virgen María. Es, ante todo, una fiesta del Señor que la piedad popular la ha volcado hacia la Santísima Virgen. Cuestiones de la religiosidad de nuestro pueblo pero que nos ayudan en el crecimiento de la fe. El hecho del nacimiento del Señor, celebrado hace cuarenta días, fue algo que cambió el curso de la historia porque Dios se metió para siempre en nuestro diario caminar al hacerse uno de nosotros, igual en todo, menos en el pecado. Por esa razón, fiel a las costumbres y a la ley del pueblo judío, debe cumplir por medio de sus padres lo que la tradición señala. Así, ellos llegan al templo para cumplir sus deberes como creyentes. El centro de la celebración es recordar a los creyentes que Jesús es la luz del mundo, pues así lo ha llamado el anciano Simeón a la entrada del Templo. Es el anticipo de lo que debemos celebrar en la noche de Pascua cuando se proclama a Cristo como la luz, por su muerte y resurrección. Hoy, desde su infancia, Cristo sigue proclamándose a sí mismo como la luz que ilumina a todo ser humano que llega a la existencia. Seguir a Cristo, que es la luz, es caminar por senda segura, es reconocer que por difíciles que sean los senderos que debemos recorrer, podemos sentirnos tranquilos porque el Señor nos ilumina, como lo proclaman las palabras de Simeón. Hoy, como ayer, es necesario proclamar ante el mundo que quienes tenemos fe, reconocemos a Cristo como luz, que deseamos que dicha luz brille en nuestro interior para así transitar por el sendero recto. El mundo en el cual vivimos es complicado, vive en las tinieblas, se encuentra a veces perdido y desorientado. La razón de esto es la carencia de luz, la que se ha rechazado muchas veces y que hemos pretendido ocultar o esconder. Abrir el corazón, dejar que la luz entre en nuestro interior, es aceptar a Cristo como razón y sentido de nuestras vidas. Por otro lado, la luz en la persona de Jesús nos llegó por medio de María, quien aceptó ser la madre de Jesús, del Dios hecho hombre. Por eso considero que la piedad cristiana y la tradición popular no están demasiado alejadas de la verdad, al contrario, están muy enfocadas, porque se hace realidad lo que decía un autor «a Jesús se llega por María». Dejemos que ella nos guíe para alcanzar la luz. Dejemos que Cristo ilumine el camino de nuestra vida, permitamos que María sea la maestra que nos lleve a Él. Que la luz de Cristo nos ilumine.
La misión de Jesús de Nazaret
¿Qué haría cada uno si alguien nos pidiera que pusiéramos por escrito nuestra experiencia de encuentro y conocimiento con alguna persona especialmente significativa? Y ¿qué sucedería si esa persona tan especial fuera el Señor Jesús, el Dios hecho hombre en quien creemos? ¿Qué diríamos, qué escribiríamos, qué consideraríamos importante? ¿Cuál sería el eje central de nuestro testimonio? La respuesta a todas esas preguntas las encontramos en el Evangelio escrito por Lucas. Él nos dice al comienzo del texto lo que ha querido hacer: “yo, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido”. Habla sobre las tradiciones transmitidas por quienes primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la palabra. Es la doble dimensión de quienes han dado ese testimonio: testigos y predicadores. Dan fe con su palabra de lo que vieron y oyeron. Son testigos de primera mano que han querido compartir su experiencia con Jesús de Nazaret. Experiencia que para ellos significó el encuentro del sentido de su vida. A continuación, el texto del Evangelio de este domingo pasa a narrar la experiencia de Jesús de Nazaret en la sinagoga de su pueblo. Allí expresa cuál es su misión “el Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio (Buena Noticia) a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”. Es un texto tomado del profeta Isaías. La clave para entender este pasaje la da el mismo Jesús cuando a renglón seguido afirma: “Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír”. Al leer cuidadosamente este texto comprendemos que la misión de Jesús no está relacionada con las cosas temporales, no tiene nada que ver con la reconstrucción del reino de Israel, no es cuestión de poder, de prestigio o de influjo. En eso los judíos se equivocaron, no comprendieron lo que siglos antes había anunciado el profeta Isaías y que ahora se veía cumplido en la persona de Jesús. Era, ante todo, una misión orientada hacia los necesitados, los desposeídos, los marginados. Era para todos los que se reconocían necesitados del amor de Dios, que abrían su corazón a la acción salvadora y liberadora de un Dios que ama y que perdona. Hoy, cuando el mundo se mueve con criterios que tienen que ver con la eficiencia, con el uso del poder y el prestigio, estamos invitados a hacer realidad la misión de Jesús. En el contexto de un mundo marcado por lo material, donde lo espiritual corre el peligro de ser visto como algo innecesario, como algo fuera de contexto; esa misión de Jesús tiene pleno sentido y nosotros estamos llamados a hacerla realidad.
La solidaridad hecha vida
La escena que nos presenta el texto del evangelio de este domingo es ampliamente conocida por todos nosotros. Es una celebración de la vida que tiene una características que nos ayudan a comprender lo que significa la presencia de Jesús en estas bodas. Es algo normal contar a María entre los invitados, lo mismo que estén Jesús y sus discípulos. Sin embargo, el regalo de Jesús es poco usual y se sale de lo común que se acostumbra en dichas ocasiones. La clave está en la frase de María “hagan lo que Él les diga”. Ella, como buena madre y observadora de lo que acontece, se ha dado cuenta de que “no tienen vino” y se lo manifiesta a Jesús. Es bueno entender que la celebración de las bodas entre los judíos, en tiempos de Jesús, tomaba varios días. Había que atender a los invitados. Por eso, la situación de la carencia del vino. Hubiera sido una situación embarazosa que quienes asistían a la fiesta se hubieran dado cuenta de la falta del vino. Al mismo tiempo, permite que Jesús realice el primer signo mostrando lo que es la solidaridad hecha vida. Siente que puede hacer algo por esta pareja, les puede ayudar, puede atender su necesidad. Vale la pena que nos preguntemos cómo actuamos cuando las personas cercanas a nosotros están en apuros, tienen alguna necesidad no prevista. Cabe también preguntarnos sobre el vino y su significado. Me atrevo a pensar que tiene que ver con el amor, con lo que alimenta la relación de pareja entre un hombre y una mujer, lo que da sentido al compromiso que asumen ante el Señor por medio del sacramento del matrimonio. Puede ser eso y mucho más. Es mostrar cómo lo ordinario se puede convertir en algo extraordinario cuando el amor es el que nutre y alimenta la relación. Es un mensaje positivo y alentador para las parejas que toman la decisión de unir sus vidas para siempre. Siempre me ha llamado la atención la actitud de María, la Madre del Señor. No se deja vencer ante la primera dificultad, expresada en la respuesta de Jesús “todavía no ha llegado mi hora”. Insiste y hace que Jesús realice este gesto de solidaridad y se convierte como lo dice el mismo texto “en el primer signo que realizó Jesús” y tuvo su efecto en los discípulos que “creyeron en Él”. Más aún, produjo su efecto en los recién casados, pues aunque el texto no lo dice, lo podemos suponer, y su preocupación se transformó en alegría y gozo. Es lo que sucede cuando hacemos nuestras las necesidades e inquietudes de los demás, cuando la solidaridad se vuelve para nosotros una actitud de vida y nos lleva a asumir compromisos que van en beneficio de los demás. La escena en Caná de Galilea puede ser la de cualquiera de nuestras ciudades, la de cualquiera de los barrios de las mismas, le puede suceder a cualquier pareja que se encuentra en dificultades. La solidaridad se hace vida y ese es nuestro compromiso. Vivámosla.