fbpx

Una obra de puertas abiertas

Artículo extraído de la edición Junio de Noticias de Provincia, la publicación mensual de Jesuitas Colombia. ___________________________________________________________________________________ Fotografía: Equipo de la Oficina Nacional del JRS – COL, Bogotá – 2024. ___________________________________________________________________________________ A finales de la década de los 90s, producto de la violencia, la inseguridad y las disputas políticas, el país experimentó un aumento significativo en el desplazamiento interno de personas. Desde el inicio del conflicto con los grupos armados, Colombia pasó de tener una población urbana del 30.9% (1938) al 72.3% (1994)[1] debido a la llegada masiva de población rural a las capitales. Esta migración forzada aumentó las problemáticas sociales y humanitarias debido a la falta de acceso a servicios públicos y la insatisfacción de las necesidades básicas de la población. Como respuesta a la coyuntura del momento, en 1995, el Servicio Jesuita a Refugiados comenzó su operación en el país acompañando inicialmente a las comunidades del Magdalena Medio. “La obra fue una forma en la que la Provincia se comprometió a trabajar más activamente por las personas que estaban sufriendo el conflicto armado, sobre todo en temas de desplazamiento forzoso”, comenta el P. Juan Enrique Casas, SJ, actual director del JRS Colombia. A nivel internacional, esta organización fue fundada el 14 de noviembre de 1980 por el P. Pedro Arrupe[2] quien conmovido por la difícil situación de los boat people (refugiados vietnamitas que buscaban asilo a bordo de precarias embarcaciones) animó a las provincias jesuitas del mundo a coordinar una respuesta humanitaria global: “No podemos ignorar -esta situación- si queremos seguir siendo fieles a los criterios que ha señalado San Ignacio para nuestro celo apostólico”, decía el P. Arrupe en su carta “La Compañía y el problema de los refugiados”. Actualmente, está presente en más de 60 países en todo el mundo trabajando por diversas comunidades, algunas de ellas en guerra como es el caso de Sudán, Siria, Irak y la crisis humanitaria en Venezuela.[3] Desde que inició su labor en Colombia, el JRS se ha encargado de acompañar, servir y defender a las personas en situación de refugio, migración, desplazamiento, confinamiento, y a las comunidades receptoras[4]. Casi 30 años de camino ininterrumpido son una muestra del compromiso que mantiene la esperanza a pesar del dolor y una respuesta a las crisis que afectan al mundo.  De acuerdo con el P. Casas, durante el 2023 prestaron 35 mil servicios en el país, esto en promedio equivale a 95,8 por día y 205,8 por colaborador, si se tiene en cuenta que el JRS tiene alrededor de 170 colaboradores apostólicos distribuidos en sus oficinas territoriales en el Magdalena Medio, sur de Bolívar, Soacha, Ibagué, Nariño, Norte de Santander, Valle del Cauca, Eje Cafetero y Cartagena. Su trabajo se despliega a través de cinco áreas misionales en las que desarrollan programas de acompañamiento, construcción y fortalecimiento de redes comunitarias, así como capacidades de agenciamiento en las personas y procesos acompañados. En el área de protección prestan asesoría jurídica, atención psicosocial y apoyo para el acceso a derechos fundamentales desde una perspectiva dignificadora. En la integración comunitaria despliegan mecanismos y alianzas con entidades públicas y privadas para favorecer la empleabilidad y la visibilización de los emprendimientos personales y comunitarios; ejemplo de ello es la marca delAlma, una iniciativa institucional que destaca la contribución social y económica de personas que han experimentado movilidad humana forzada[5]. La educación es otra de las áreas en las que han generado importantes acciones hacia la construcción de un futuro esperanzador, entendiendo que la formación académica aporta al pleno desarrollo y la autosuficiencia de la población. Otra de las áreas es la incidencia que a través de acciones y procesos políticos, sociales y de opinión pública responden al llamado del Padre General Arturo Sosa, SJ; lo anterior, junto a distintos programas estratégicos, permiten “hacer una planificación estratégica en profundidad, reaccionar con agilidad ante la novedad de las situaciones y mejorar la capacidad de administrar responsablemente los recursos económicos y humanos”.[6] Gracias a esto, han podido influir directamente en sentencias y reglamentaciones en la Corte Constitucional, el Senado de la República y las Asambleas Departamentales. Por último, están las comunicaciones que permiten dar visibilidad a los procesos y fortalecer las capacidades de agenciamiento por medio de la comunicación para el cambio social. El 1 de julio de 2022, el liderazgo de la obra fue asumido por el P. Juan Enrique Casas Rudbeck, SJ, después de trabajar como académico del Centro Universitario Ignaciano en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO) en Guadalajara, México. En esta misión que hoy desempeña reconoce un regalo que ha podido desempacar “de la mano de hombres y mujeres que caminan juntos y juntas donde los mueva el corazón”. “El jesuita no debe caminar solo, porque esa no es la misión. El liderazgo es construir juntos y reconocer que la verdadera sabiduría está en los equipos”, explica. Igualmente, esta labor es una confirmación de su Principio y Fundamento que ha implicado “redoblar la oración para saber hacia dónde caminar”. En el corazón del JRS Colombia están sus equipos, sus momentos cotidianos de profunda reflexión y discernimiento, así como su espíritu de unidad.  “Tenemos en nuestro horizonte dos cosas: la reconciliación, como el volver a estar juntos representado en el sol de justicia que brilla para todos y todas, y por otro lado, la hospitalidad como la luna en la noche, en el sentido de la sagrada familia que va buscando acogida”, afirma el P. Casas. En este marco, el trabajo lo desarrollan bajo varios enfoques, entre ellos el de género, retomando el decreto 14 de la Congregación General 34 sobre el rol de la mujer en la sociedad y la Iglesia; el enfoque diferencial que reconoce la diversidad étnica, cultural y social del cuerpo apostólico y de las comunidades acompañadas, la rendición de cuentas articulada con las personas que reciben los servicios humanitarios y, al interior de la obra, la identidad y la misión teniendo en cuenta la invitación de la Congregación General 36 a asumir el apostolado como un estilo

Al caminar junto a los migrantes, “el amor se ha de poner en las obras más que en las palabras”

Inspirados en la máxima de nuestro fundador, la Casa de Ejercicios de San Ignacio ha llevado a la acción el apoyo a la población migrante, a través de una ayuda de alimentación. _________________________________________________________________________________________________________________ La Casa de Ejercicios San Ignacio, en coherencia con la historia de la Compañía de Jesús, ha tenido como orientación particular la dignidad del ser humano, partiendo de la formación integral hasta el desarrollo de procesos de espiritualidad profundos y sinceros, esto con el fin de glorificar a Dios y caminar por el sendero de la segunda preferencia apostólica que la Compañía de Jesús nos invita: “A caminar junto con los pobres, los descartados del mundo, los vulnerados en su dignidad  en una misión de reconciliación y justicia”. De esta forma, estamos convencidos de que si las palabras no van seguidas de acción, no son profundas y no llegan al corazón, es por esto que desde el 1 de junio del 2020 se viene atendiendo a un grupo de migrantes venezolanos, un trabajo que lleno de pasión, entrega, cuidado y respeto por su dignidad humana está liderado por Héctor Manuel Londoño, S.J., director de la Casa. La obra, en la cual estamos comprometidos actualmente, se orienta a la atención de grupos de migrantes venezolanos, apoyando con alimentación (específicamente con el almuerzo) a 90 de ellos, entre los que se encuentran niños, mujeres embarazadas, jóvenes y adultos, siendo prioritario para nosotros los niños y mujeres adolescentes embarazadas. Dicha atención se realiza de lunes a viernes. Esta labor que nos inspira, nos anima y nos lleva a seguir a Jesús de una manera más humana, más humilde y de un mayor servicio ha sido posible gracias a las donaciones de personas de un corazón generoso y anónimo, así como también al trabajo incansable, comprometido y entregado de todo el personal que labora en la Casa de Ejercicios San Ignacio. No podemos ver a los migrantes como personas aisladas y marginadas, sino, por el contario, deben ser vistos como los seres humanos que son, personas que por las determinadas circunstancias han debido abandonar su país, su familia, sus trabajos, sus tierras. Personas que requieren ser miradas con compasión y tratadas con el respeto que se merecen. Con esta labor no buscamos ningún tipo de reconocimiento, solo poder suplir una comida diaria a quienes la necesitan que sea de calidad, balanceada, caliente y, más aún, que sea preparada con esmero y amor. Para todo el equipo de trabajo es muy satisfactorio ver el agradecimiento de este grupo de migrantes, especialmente el de los niños, manifestado en una sonrisa, en un “gracias, el almuerzo estaba rico…”; nada más hermoso que ver en sus rostros la alegría de saber que tuvieron la oportunidad de disfrutar una comida que tal vez sea la única que tengan en el día.

Ir al contenido