¿Te encuentras en espera o esperanza?
Pienso en lo que le sucede a un recluso que se encuentra en su celda la víspera de ser colocado en la silla eléctrica. Es una persona que no tiene esperanza alguna, que está a la espera de ese día definitivo, fatal del cumplimiento de su pena de muerte. Es alguien que está a la espera. No seamos tan dramáticos. Pensemos en lo que significa estar a la espera de una noticia, o de una persona que debe llegar, de un nombramiento que se debe hacer. Hay tensión, el ambiente es cortante, frío, se perciben la angustia, el temor y quizás el miedo. A nadie le gusta estar en la situación de espera. Es algo negativo y angustiante. Qué diferente es la situación de la persona que mantiene en su corazón la esperanza de algo mejor. Es la actitud de la madre que está esperando un hijo, de alguien que desea y espera que las cosas cambien para bien, que las actitudes de las personas sean diferentes y que trabaja para que en Colombia haya paz. Todo esto está alimentado por la esperanza, es muy diferente a lo presentado en la actitud de espera, es el camino que conduce a la alegría. Lo que el tiempo de adviento, de preparación para la Navidad, quiere inculcarnos es la actitud de la esperanza, como medio para alcanzar lo que aguardamos. Es la actitud de alguien que se prepara para recibir con alegría lo que está por llegar. En nuestro caso es la venida del Dios hecho hombre, que se hace niño en el pesebre de Belén, que da comienzo a la historia de redención, que inaugura una nueva manera de presencia de Dios en la historia de la humanidad, haciéndose uno de nosotros, igual en todo, menos en el pecado. El cristiano es una persona invitada a vivir en la esperanza no en la espera. La fe nos anuncia lo que seremos, invitándonos al mismo tiempo a hacerlo realidad en lo ordinario de nuestra vida. Es lo que San Pablo llama el “ya pero todavía no”. Es una invitación a vivir en la esperanza de alcanzar la plenitud, pero haciendo presente esa misma plenitud en el ahora de lo corriente. Sin embargo, muchos cristianos, influenciados por personajes extraños, no viven en la esperanza, sino que lo hacen en una actitud de espera, generando tensión y angustia no solo en su interior, sino en la vida de quienes los rodean, haciendo que la vida misma se vuelva insoportable, pesada y poco llevadera. Te invito a formar parte del grupo de personas que vivimos en la esperanza, que hacemos todo lo que esté a nuestro alcance para no desalentarnos, para caminar seguros hacia la plenitud, sabiendo que las dificultades nos ayudan a madurar. Es la actitud adecuada para prepararnos y recibir la Navidad.
El reinado de la verdad
Hace pocos días culminó el reinado de Cartagena. Durante varias semanas recibimos noticias de lo que allí aconteció. Se eligió una nueva soberana. Unos pudieron quedar contentos, otros, tal vez, no tanto. Sin embargo, en el fondo, esa elección no cambió cosa alguna en nuestras vidas. Estamos acostumbrados a elegir reinas y reyes de muchas cosas. Me atrevería a decir que cada semana en algún rincón de la geografía colombiana se elige un rey o una reina. Lo anterior me permite hacerme la siguiente pregunta ¿Qué sentido y qué valor pueden tener para nuestra vida este tipo de elecciones? ¿Afectan en algo nuestra manera de ver y vivir la realidad? ¿Tienen implicaciones y consecuencias en cuanto a opciones de vida se refiere? Me atrevo a responder que no, que es parte de la cultura en la cual nos desenvolvemos y que la importancia que le damos no pasa de lo circunstancial y anecdótico. ¿Sucederá lo mismo cuando hablamos de Cristo Rey, cuya solemnidad celebramos este domingo? Me inclino a pensar que son dos realidades diferentes, que no tienen puntos comunes. La clave está en la conversación entre Jesús y Pilatos. Este le pregunta ¿con que tú eres rey? Jesús le contesta: “Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Lógicamente en el trasfondo hay otra pregunta que no aparece en este pasaje, pero está en el mismo contexto. Me refiero a la pregunta de Pilatos ¿Qué es la verdad? Cada uno de nosotros puede dar la respuesta que considere conveniente. El asunto es que sea la respuesta que sea, esta implica el sentido de la vida, porque está en juego lo que consideramos la verdad. ¿Qué sucede cuando se trata de una persona que es el testigo de la verdad, que nos invita a seguirla, a arriesgar la vida por esa verdad, a ser coherentes en nuestra manera de actuar con esa verdad, que no es una simple teoría, una idea o algo semejante? Aceptar y asumir en la vida ese reinado de Cristo, que no crea dependencia, que transforma y libera, es asumir la radicalidad del seguimiento de Jesús con todas sus consecuencias, es hacer de nuestra vida un testimonio vivo y eficaz que invita al compromiso real y efectivo. No es comprometerse con una ideología, es apostarle a vivir el amor y el servicio como expresiones de esa verdad que es la persona de Jesús. Es construir el “reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, del amor y de la paz”. Siempre me he preguntado por qué Pilatos no recibió respuesta de Jesús a su pregunta sobre la verdad. Me atrevo a dar una respuesta: era una pregunta formal, donde no había el compromiso real de la búsqueda de la verdad, no había un corazón bien dispuesto y por eso, el silencio fue la respuesta. No estaban dadas las condiciones para que se asumiera la respuesta que encontramos en el capítulo 14 del mismo evangelio de Juan: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Ahí está la clave. Pregúntate cuál hubiera sido tu respuesta a la pregunta de Pilatos ¿Qué es la verdad?
Interpretar los signos de los tiempos
Cada uno de nosotros es experto en leer e interpretar determinados signos. Un médico, puede interpretar una radiografía, unos exámenes de laboratorio, una escanografía. Un ingeniero, puede interpretar adecuadamente unos planos eléctricos o hidráulicos. Un arquitecto interpreta correctamente un diseño. Los agricultores saben interpretar cuándo va a llover o cuando va a hacer sol. Conocen cuándo deben sembrar, cuándo abonar. Esto en las actividades ordinarias de la vida. Pasemos ahora al campo de nuestra experiencia de fe. También hay signos que debemos interpretar y las lecturas de este domingo nos invitan a ello. Analicemos. Cada vez que nos acercamos a determinados ciclos del año, por ejemplo, fin y comienzo de un milenio o de un siglo, hay personas que hacen profecías, que anuncian calamidades, que nos hablan del fin de los tiempos. Si lo que predicen se cumpliera el mundo se habría acabado varias veces. Hemos visto películas que nos hablan de todas esas situaciones y de lo que, según los realizadores, va a suceder. Creo que nadie puede aventurarse a hacer ese tipo de anuncios, pues como dice el poeta “hermano, que morir tenemos; el cómo y el cuándo no lo sabemos”. Es una verdad de esas que podemos llamar “de a puño”, porque nos hace ser muy realistas, no ir más allá de lo que razonablemente se puede prever. Me parece importante que no seamos trágicos, que coloquemos las cosas en su justo lugar, y que hagamos realidad lo que nos dice el evangelio de este domingo “nadie conoce el día ni la hora. Ni los ángeles del cielo ni el hijo; solamente el Padre”. Hay que saber entender lo que se nos dice al comienzo del texto evangélico “cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá”. La clave de interpretación la da el mismo Jesús “cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta”. Por eso, la actitud de discernimiento y de interpretación de los signos de los tiempos es clave para el creyente. Las cosas se deben ver y leer desde la fe. El profeta Daniel en la primera lectura nos dice “será aquel un tiempo de angustia, como no lo hubo desde el principio del mundo… los guías sabios brillarán como esplendor del firmamento, y los que enseñan a muchos la justicia, resplandecerán como estrellas por toda la eternidad”. Más aún, en el salmo responsorial repetimos “enséñanos, Señor, el camino de la vida”. Esto es lo que queremos expresar cuando decimos que interpretemos los signos de los tiempos. Como la madre que sabe lo que le sucede a su hijo enfermo, aunque no sepa de medicina, lo que le acontece a su hijo triste, aunque no sea psicóloga. Sabe leer e interpretar los signos porque tiene lo que llamamos “un sexto sentido”, una intuición o instinto maternal. Qué diferente sería nuestra vida si aprendiéramos a leer e interpretar los signos que van apareciendo en el acontecer diario de nuestra vida. Creo que allí está uno de los secretos para lograr la meta que tiene todo ser humano: ser verdaderamente feliz. ¿Por qué no lo intentas de ahora en adelante?
¿Eres realmente solidario?
Me llama la atención la manera como algunas personas hablan de su sentido de solidaridad. Me gustaría preguntarles qué entienden por esa palabra., como viven esa realidad y si pueden considerarse verdaderamente solidarios. Casi siempre, el término solidaridad lo unimos con otro muy parecido: caridad. Pensamos que cuando hacemos obras de caridad, estamos siendo solidarios. Me atrevo a pensar que no es exactamente así. La razón es sencilla: la solidaridad va más allá, pues busca que la persona solidaria se desprenda aun de aquello que necesita para vivir. Los ejemplos de la viuda de Sarepta en la primera lectura y la viuda pobre del evangelio nos muestran esta realidad. Ambas se desprenden, en un gesto generoso, de aquello que les quedaba para vivir, lo necesitaban y lo entregan con generosidad. No hubo en ellas ostentación o alarde de cosa alguna. Solo Dios, en la intimidad del corazón, iba a reconocer su gesto. El elogio que Jesús hace es elocuente “esa mujer dio más que todos. Los demás han echado de lo que les sobraba; pero esta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir”. Es lo que le dice el profeta a la mujer de Sarepta en la primera lectura “la tinaja de harina no se vaciará, la vasija de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra”. Y así sucedió. Esta mujer esperaba la muerte después de consumir lo que le quedaba. La generosidad fue recompensada. Creo que así entendemos mejor lo que debe ser la verdadera solidaridad. Es cuestión de ir más allá de compartir lo que nos sobra o no necesitamos. Vale la pena compartir lo que dice el Papa Benedicto XVI en su última encíclica “Caridad en la Verdad” cuando afirma “la ética cristiana nace en el corazón de la sociedad que se perfila solidaria con las necesidades de todos los hombres; busca que la utilidad de la economía favorezca a todos;” que los banqueros y los empresarios ojalá puedan pensar como la viuda de Sarepta, o la viuda que depositó su limosna en el cepillo del templo. Dar con generosidad nos permite recibir con generosidad. Podemos pensar que la actitud de los creyentes ante las necesidades de los demás debe estar marcada por la generosidad, donde se entrega todo, incluso la propia vida, al estilo de Jesús, como nos lo presenta la segunda lectura de este domingo “Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos”. Eso es ser solidario hasta las últimas consecuencias. Hoy, en un mundo marcado por diversas formas de individualismo también encontramos hombres y mujeres que son testimonio y ejemplo de solidaridad verdadera, que lo sacrifican todo ante las necesidades de sus hermanos y hermanas, que no miden esa generosidad, sino que es algo que los desborda. No porque tengan mucho sino porque su corazón está marcado por el amor, por el profundo sentido de fraternidad que les permite pensar primero en los demás y en sus necesidades antes que en ellos mismos. Eso es ser verdaderamente solidario. ¿Tú, cómo te defines en cuanto a solidaridad se refiere? ¿Puedes considerarte un ejemplo de solidaridad para los demás?
Amar es el principal mandamiento
Si analizamos lo que nos entregan las canciones, lo que expresan los poetas y los literatos, lo que dicen los enamorados, encontramos que la palabra más común es amor: te amo, ámame y cosas semejantes. ¿Qué tanto hay de fondo en esto? No lo sé. Veamos. Si midiéramos el nivel de amor entre los seres humanos por la cantidad de canciones compuestas con este tema, todo el mundo viviría de una manera cordial, habría excelentes relaciones entre las personas, nadie maltrataría a otro ser humano, no habría violencia, muerte o destrucción. Todo sería un paraíso. La realidad nos muestra algo diferente. De la misma manera, si leemos lo que se ha escrito en cuanto a poemas y novelas se refiere, no nos alcanzaría la vida para leer toda esa literatura. Pero, lo que encontramos en la vida diaria es diferente. Las parejas se separan o divorcian, las relaciones de pareja se alteran, la infidelidad camina por nuestras calles vestida elegantemente, entra en nuestros hogares con toda naturalidad por medio de la televisión, internet y demás medios de comunicación. Le abrimos la puerta y podemos decir que la sentamos a la mesa. ¿Qué expresa ese te amo que suelen decirse los enamorados? ¿Hay allí la expresión de un verdadero amor, o son frases para endulzar el oído de la pareja? ¿Qué tan estable y firme puede ser un amor construido sobre bases inestables, sobre caprichos y sobre falsas promesas? ¿Por qué hay tanta ruptura matrimonial en las parejas actuales? ¿Acaso el matrimonio es algo desechable? Así parece, por lo que vemos y nos rodea. Debemos ir más allá. No podemos quedarnos en lo analizado hasta ahora. El amor como precepto fundamental se refiere también al amor a Dios vivido en el amor al hermano, al prójimo, al que está más cerca de mí. Ese amor también ha sido trivializado en los poemas, las canciones y la literatura. Pero, cuando es verdadero, es un amor que lleva a dar la vida por quien se ama, porque es el reflejo del amor de Dios hacia la humanidad y el amor de cada ser humano a Dios. ¿Realmente estoy dispuesto a dar la vida por la persona a quien amo? No se trata, dice san Ignacio de Loyola, de hablar sino de actuar, pues el amor se muestra no tanto en las palabras cuanto en las obras. Por esto, me debo preguntar si en mi vida hay obras, acciones, hechos concretos que expresen el amor a Dios vivido en el amor a los seres humanos, rostros concretos, que tienen sus problemas y angustias, que están a mi lado como imágenes de Dios.
Los predilectos de Jesús
Todos tenemos personas que están más cerca de nuestro corazón. Esto se da por diversas razones. Puede ser por afinidad o cercanía, debido a vínculos familiares o a lazos de amistad. Otras veces, puede ser por conveniencia, dado lo que esas personas pueden representar en el futuro para el logro de nuestros intereses o propósitos. En otras circunstancias puede ser porque son personas vulnerables, necesitadas, carentes de todo y a quienes queremos dedicar nuestra atención de una manera especial. Si analizamos estas diversas razones y maneras de tener nuestros predilectos podemos afirmar que lo primero es absolutamente válido, más aún es algo natural y comprensible. ¿Quién no tiene cerca de su corazón a los más cercanos? Solo si hay razones externas o situaciones complejas. No me refiero a este grupo de personas. El segundo, donde priman las conveniencias y los intereses, me atrevo a afirmar que no son propiamente predilectos sino personas que las mantenemos cerca porque podemos utilizarlas en determinado momento. Qué triste decirlo, pero es una realidad que se da con mayor frecuencia de lo que podemos pensar. Pienso que el tercer grupo es el que podemos llamar “los predilectos de Jesús”, aquellos a quienes Él amó con todo el corazón, a quienes consideró los mejores receptores de su mensaje. Fueron a quienes llamó “los pobres en el espíritu, los que lloran, los pacíficos”. La escena del evangelio de este domingo nos lo presenta de una manera sencilla. “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí” es el grito de este hombre ciego. A los discípulos les pareció que importunaba y por eso lo reprendían, pero él gritaba más fuerte. Jesús pide que lo llamen. La pregunta de Jesús lo dice todo “¿Qué quieres que haga por ti?”. La respuesta es sencilla: “Maestro, que pueda ver”. La respuesta, nuevamente, es sencilla, “vete; tu fe te ha salvado”. Si leemos con cuidado el texto de la primera lectura allí encontramos que nos dice “retorna una gran multitud; vienen llorando, pero yo los consolaré y los guiaré; los llevaré a torrentes de agua por un camino llano en el que no tropezarán. Porque yo soy para Israel un padre y Efraín (refiriéndose al pueblo de Israel) es mi primogénito”. Por lo tanto, en la comunidad de creyentes y en sus asambleas no puede haber marginados, excluidos, discriminados. A cada uno de nosotros se nos invita a tomar conciencia de lo que somos, reconocer que Jesús puede cambiar nuestra situación, que debemos romper con las ataduras de la vida pasada, reconocer la novedad que surge en nuestra vida al acercarnos a Jesús y seguirlo libremente. Es el camino que recorre el ciego: consciente de su situación, no solo externa sino interna, necesidad de buscar un salvador, un liberador, es lo que expresa su ruego, búsqueda de lo nuevo y, finalmente, adhesión a la persona de Jesús “al momento recobró la vista y comenzó a seguirlo por el camino”. ¿Quiénes son nuestros predilectos?
Vocación misionera
Hoy, como todos los años en octubre, es la jornada mundial de oración por las misiones. ¿Qué significa esto en nuestro contexto y para nosotros que vamos avanzando en el camino del siglo XXI? ¿Tendrá sentido que nos hablen de misiones, de oración, de solidaridad y de apoyo económico? Hay todavía muchos lugares en los cuales el anuncio del evangelio aún no ha llegado, no conocen a Cristo el Señor y, por lo tanto, es necesario buscar caminos para ese anuncio. Desde el momento en que fuimos bautizados adquirimos el compromiso de ser misioneros, anunciadores de los gozos y esperanzas que conlleva el conocimiento del evangelio y de la persona de Jesús. Es parte de nuestra vocación. Para eso no necesitamos irnos a países lejanos, aprender lenguas extrañas, cambiar de cultura y de costumbres, como lo solíamos pensar hace algunos años. Ser misionero es algo que podemos realizar desde lo ordinario de nuestras actividades cotidianas, desde la vida profesional o de trabajo que cada uno tiene. Ser misionero es algo que podemos y debemos vivir en la propia familia. Yo, tú, cada uno de nosotros, podemos ser misioneros, allí donde estamos, con las personas que nos rodean y que nos son más cercanas y queridas. ¿Qué testimonio de vida les estamos ofreciendo? ¿Qué imagen de Jesús perciben por medio de nuestra manera de vivir y de hablar? Al mismo tiempo, hay personas que asumen la vocación, como llamado especial, de irse a anunciar el evangelio en los llamados territorios de misión, en culturas que no han recibido el influjo de nuestra visión cristiana de la vida. Personas que asumen el desafío de la inculturación en ambientes ajenos y extraños, asumiendo el desafío de aprender una nueva lengua o varias, de unas costumbres, usos y tradiciones que son desconocidos para el misionero. Todo eso que hacen los misioneros, lo realizan de una manera generosa, por vocación para el amor y el servicio. Nuestra solidaridad comienza por la oración solidaria y pasa por el apoyo económico a las llamadas Obras Misionales Pontificas, que desarrollan su labor en diferentes partes del mundo. Es otra manera de expresar ese compromiso bautismal. Lo uno, el ser misionero, no puede estar desconectado de lo otro, apoyar el trabajo de los misioneros en tierras lejanas. Es la manera de armonizar fe y obras, como nos lo indica el apóstol Santiago en su carta. No podemos quedarnos solo en las palabras, decir que somos creyentes, que somos bautizados y no llevar eso al campo de la vida, de la práctica, de las obras. Tú, que lees esta columna: has visto que el compromiso cristiano no es algo desconectado de la realidad de la vida diaria, por el contrario, lo uno con lo otro adquiere pleno sentido. Ser misionero es algo que cada uno puede vivir en sus ocupaciones diarias. Santa Teresita del Niño Jesús, es patrona de las misiones, nunca salió de su convento de clausura, todo lo ofreció por las misiones. ¿Qué vas a hacer?
El seguimiento de Jesús
Me he preguntado en diversas ocasiones qué sucedería si un joven de nuestra época se encontrara con Jesús. ¿Cuál sería la pregunta que le haría? ¿Cómo seria ese diálogo? Me gustaría dejar volar la imaginación para encontrar algunos elementos de ese diálogo. Fácilmente podría transcurrir de esta manera: Maestro, qué debo hacer para ser un chico in. Quiero ser feliz, sentirme aceptado en los diversos ambientes sociales, estar en los mejores clubes, aparecer en las revistas y periódicos, en los noticieros y en la televisión. Tengo muchos valores y cualidades por los cuales puedo ser reconocido. Muy seguramente la respuesta de Jesús estaría en estos términos: “Si quieres ser feliz cumple lo que el evangelio señala como el camino de seguimiento a ejemplo mío. Más aún, renuncia a los lujos y comodidades que tienes, deja a un lado todo lo externo, todo lo que te hace estar in, busca los valores auténticos, no seas superficial, descubre mi presencia y mi rostro en las personas que sufren y en las que tienen necesidades”. Suena un poco extraño, pero creo que Jesús se colocaría al nivel de un joven actual, le hablaría en su lenguaje, usando sus expresiones. Como lo hizo en el pasaje que encontramos en el evangelio de este domingo. Pasaje que nos muestra lo que es fundamental para la vida de la persona en la búsqueda de la felicidad, en lo que el texto llama “alcanzar la vida eterna” que no es otra cosa que darle sentido a la vida, sentirse plenamente realizado. Hoy, todos, jóvenes y personas mayores, por el ambiente en el cual vivimos, tenemos demasiadas seguridades, muchas comodidades, que nos impiden correr el riesgo, vivir la aventura de asumir los grandes desafíos de la vida. Es más cómodo quedarse en la casa frente a la pantalla gigante del televisor que pensar en compartir con personas que necesitan nuestro amor, nuestra solidaridad y comprensión. Pienso que lo que Jesús afirmó cuando aquel joven rico se alejó pesaroso “qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios” se podría aplicar a muchos de nosotros con una expresión semejante a esta “cómo les cuesta a las personas del siglo XXI dejar a un lado las seguridades que les brinda la tecnología y el avance de la ciencia”. La invitación para un auténtico seguimiento de Jesús es a asumir una actitud de desprendimiento afectivo de las cosas, a no crearnos seguridades artificiales que nos limitan y nos frenan. Es una invitación a hacer realidad lo que Jesús afirma cuando Pedro le dice “ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” prometiéndole que recibirá cien veces más lo que haya dejado en términos de personas y de bienes, pues así podrá lograr la vida eterna. Entendamos, la felicidad, la plena realización, el sentido de la vida.
Hombre y mujer, Dios los creó
La realidad de la vida nos muestra elementos que nos permiten reflexionar sobre lo que es la pareja humana. Todo se puede resumir en la frase que nos presenta la primera lectura de este domingo, tomada del libro del Génesis “por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos un solo ser”. El sentido de complementariedad de la pareja humana queda expresado en esa frase. Es algo que no podemos ignorar y que nos permite acercarnos a lo que vivimos en el mundo actual. Es, ante todo, una afirmación de lo incompletos que somos como varones y como mujeres y la necesidad del aporte de cada uno de los géneros a la plenitud del ser humano. Todo el conjunto del relato del Génesis nos presenta la creación como la obra del amor de Dios para el hombre “pues cada ser vivo llevaría el nombre que el hombre les pusiera”. Pero de todos los seres de la creación “no hay ninguno como el hombre que le ayudase”. Es la reflexión que el autor del texto sagrado coloca en labios del Señor “no está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude”. La vocación de la pareja humana es para amarse y ayudarse. El sentido de la misión se expresa también en aquella expresión “lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. En el texto del evangelio se enfatiza en el sentido de la unión indisoluble, con un fuerte rechazo a la disolución de la unión, el divorcio. Afirma que “Moisés dejó escrito ese precepto por la terquedad del pueblo de Israel”, no porque así hubiera sido desde el principio de la creación. Es posible que esto le suene extraño a la gente de nuestro mundo porque lo que hoy encontramos es una realidad diferente, donde las uniones o matrimonios se dan de muchas maneras y formas, entre las cuales una de las características es la disolubilidad y temporalidad. No se asumen compromisos estables, mucho menos la exclusividad. Parece ser algo fuertemente instalado en el pensamiento del mundo contemporáneo. Sin embargo, no solo en el aspecto de la pareja sino como responsables de la célula llamada familia, es necesario el carácter de estabilidad, exclusividad y fidelidad para garantizar el desarrollo armónico de la familia, del crecimiento sano de los hijos y de unas relaciones maduras entre todos los miembros que la conforman. Es lógico que comprendamos las dificultades que se presentan en la vida y en la relación de pareja. Es también sensato que busquemos caminos de solución y de diálogo a esas dificultades y obstáculos. Debemos partir de un criterio sano de realidad: quienes toman la decisión de comprometerse y compartir la vida con otra persona, son personas maduras, que han analizado las razones a favor y en contra de esa decisión, las consecuencias que ello implica. La certeza absoluta nunca se tiene, siempre hay factores de riesgo, los cuales deben ser reducidos a lo mínimo para vivir como verdadera pareja.
¿A favor o en contra de Jesús?
La vida nos coloca en situaciones en las cuales debemos definir de qué lado estamos. A veces pensamos que lo mejor es mantener una actitud de imparcialidad o de neutralidad, porque creemos que así es mejor. Casi siempre esa actitud lo que busca es que no nos compliquemos la vida, que no nos metamos en problemas, porque preferimos permanecer de esa manera. Sin embargo, al leer los textos de este domingo encontramos que hay momentos y situaciones que exigen asumir posiciones o cómo se dice en el lenguaje popular “debemos tomar partido”. En la primera lectura encontramos una sencilla historia: el Espíritu del Señor viene sobre dos personas que no estaban reunidas con los demás, pero que eran del grupo y sobre ellos desciende el espíritu y comienzan a profetizar. Algunos se dan cuenta, se quejan y, sin embargo, Moisés no se lo prohíbe. Mas aún, desea que todo el pueblo reciba el espíritu para que pueda profetizar. Dios no es exclusividad de persona alguna, no es propiedad de nadie. La realidad de la vida puede llevarnos a sentirnos superiores a los demás, a creer que merecemos mas que otros por diversas razones. La manera de ver las cosas desde el lado de Dios es diferente, él no tiene acepción de personas, no discrimina, no excluye. Jesús lo demuestra en el pasaje del evangelio de este domingo. El anuncio del evangelio con los signos que lo acompañan no es exclusividad de los discípulos pues “todo aquel que no está contra nosotros, está a favor nuestro” dice Jesús. El segundo elemento que nos presenta el texto en mención se refiere al escándalo que podemos dar a otros con nuestra manera de proceder, con nuestras actitudes y nuestras acciones. Por eso dice Jesús “al que sea ocasión de pecado para esta gente sencilla que cree en mi, más le valdría que le pusieran al cuello una de esas enormes piedras de molino y lo arrojaran al mar”. El daño que se hace a otras personas con los malos ejemplos es grave, es algo irreparable. Me viene a la memoria una sencilla historia que leí o escuché hace tiempo; realmente, no recuerdo eso. La historia es más o menos esta: “un hombre que era muy chismoso acude a visitar al maestro y le pide que le ayude a corregir ese defecto. El maestro le pregunta si tiene en casa una almohada de plumas. Ante la respuesta afirmativa, el maestro le pide que la traiga. Cuando llega con la almohada, le pide que rompa el forro y esparza las plumas. Al hace esto, el viento se las lleva. Luego le pregunta al maestro qué más debe hacer. El maestro lo manda a recoger las plumas de la almohada. El que las había echado al viento le dice que eso es imposible. El maestro le responde que es mas fácil que logre reunir las plumas de nuevo que reparar el daño causado con los comentarios que hace”. Hasta ahí la historia. ¿Moraleja?