Por: Gustavo Jiménez Cadena, S.J.Agosto 5, 2016 La Aurora y San Ignacio: dos barrios que enorgullecen a la ciudad de Pasto. Estos dos barrios y sus edificaciones emblemáticas -el nuevo Colegio San Francisco Javier y la Casa de Ejercicios de San Ignacio- existen gracias a la generosidad de una dama pastusa, la señorita Raquel Astorquiza. El vidente del Apocalipsis imaginó a la nueva ciudad de Jerusalén como una novia engalanada para su esposo. La Casa de Ejercicios de San Ignacio no es una quinceañera. Según la partida de bautismo, está cumpliendo 63 años. Pero, sorpresivamente, hoy sale de su vieja alacena (¡digo “alacena”, porque en su tiempo no había closets!). Sale llena de juventud, luciendo vestido nuevo: una verdadera joya arquitectónica remozada que ha empezado tirando por los suelos el cascarón de ladrillos sucios que la aprisionaba por los cuatro costados, para dejarse ver de los transeúntes en toda la esbeltez coqueta de sus perfiles coloniales. Una placa de mármol, colocada a la entrada de la casa, atestigua que la obra se inició el 19 de julio de 1953, por iniciativa del padre Celestino Redín. Se terminó el 8 de diciembre de 1957 y la primera tanda de ejercicios espirituales se dio el 10 de febrero de 1958. Los costos de la casa fueron muy elevados: $600.000 de aquel tiempo. Suma imposible de conseguir sin las ayudas generosas de la señorita Raquel Astorquiza. Un recuerdo agradecido merecen los vecinos de Mocondino quienes, siguiendo una tradición de ayuda a las obras de la Compañía de Jesús, abrieron y fundieron los cimientos de la mitad de la casa. Estas buenas gentes habían colaborado en anteriores mingas generosas para cavar los cimientos del Colegio Javeriano del centro de la ciudad y del templo de Cristo Rey. La joya de la corona de la casa de ejercicios es sin duda su capilla, obra del arquitecto doctor Carlos Santacruz. De él da este testimonio el padre Redín: “Le rindo a este queridísimo amigo el testimonio del agradecimiento más sincero, por la incondicional y gratuita ayuda que nos prestó durante todo el período de construcción de la casa y principalmente de la capilla”. A través del tiempo la casa se ha ido enriqueciendo con importantes mejoras, realizadas por varios de sus directores. En los últimos tiempos vale la pena mencionar la notable remodelación llevada a cabo por el padre Eduardo Valencia. Y en nuestros días, la ampliación y bella remodelación promovida por el padre José Alejandro Aguilar, director de la Misión Regional de la Compañía de Jesús y el padre Rafael Villota, director de la casa. La culminación de esta obra arquitectónica plantea a la Compañía de Jesús un reto. Las paredes de ladrillo, los grandes paneles de vidrio y los espaciosos salones no hacen apostolado. El anuncio de Cristo y de su evangelio lo realizamos los humanos, como instrumentos de Dios. A los jesuitas y a nuestros colaboradores nos queda una tremenda responsabilidad: hacer que en esta casa florezca de verdad el apostolado de los ejercicios de San Ignacio.