Por: Gustavo Jiménez Cadena, S.J.Junio 16, 2016 Hoy, el pluralismo religioso es un hecho jurídico reconocido por la constitución colombiana que declara a todas las confesiones religiosas e iglesias igualmente libres ante la ley. Además de jurídico, es un hecho social, manifestado en la multitud de pequeñas iglesias y centros de culto de las más variadas creencias, tanto en las ciudades como en los pueblos y veredas: pentecostales, anglicanos, asambleas de Dios, cuadrangulares y miles más. Hay en Colombia alrededor de 5.000 iglesias distintas registradas. ¿Cuál es, según las altas autoridades de la Iglesia Católica, la actitud oficial frente a las iglesias y agrupaciones de cristianos no católicos? ¿Es de oposición, de hostilidad y de lucha? ¿Aprueba la Iglesia que sus fieles se enfrenten con los seguidores de otros credos en luchas rivales o hechos de intolerancia? Nada de eso. La Iglesia Católica, en fidelidad a las enseñanzas de Jesús, considera a los cristianos no católicos como hermanos. Hermanos de verdad, aunque lamentablemente estemos separados. La voluntad expresa de Cristo es que quienes creemos en Él, y lo reconocemos como nuestro Dios y Salvador, nos mantengamos en perfecta unidad. Aunque estemos separados, existen múltiples títulos que nos obligan a una cordial cercanía con todos los que se honran con el nombre de cristianos: unidos por el bautismo, por conservar la Sagrada Escritura como norma de fe, por el amor a Dios Padre y al Hijo de Dios, por la acción del Espíritu que reconocemos en ellos y en nosotros. Son muchas las cosas que nos unen, aunque algunas nos separan. El Concilio Vaticano II es muy claro en defender el derecho a la libertad religiosa, tanto de los individuos como de las agrupaciones religiosas. Por consiguiente, a los católicos se nos pide ser muy respetuosos de las leyes colombianas que garantizan el ejercicio de la libertad religiosa. Este respeto no va reñido con la obligación que tenemos los fieles católicos de conocer cada día mejor la verdad que la Iglesia ha recibido de Cristo, de anunciarla fielmente y defenderla con valentía (Vat. II). Terminaré parodiando el famoso discurso de Martin Luther King en su marcha hacia Washington. Tengo un sueño. Sueño con el día en que todos los que nos reconocemos como cristianos nos unamos en oración al Padre del cielo. Sueño con el día en que, aunque separados por diferencias de doctrina y liderazgo, Colombia nos vea muy unidos, marchando hombro a hombro como hermanos, en la lucha por defender valores auténticamente cristianos como la paz, el perdón, la defensa de la vida, de los pobres y excluidos, la protección de la familia. Mi visión final es un sueño dentro de otro sueño, el sueño de Jesucristo: el amanecer glorioso del día en que formemos un único rebaño con un solo pastor.
