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El obispo rojo

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Por: Gustavo Jiménez Cadena, S.J.Agosto 17, 2017 También llamaron “obispo rojo” al gran apóstol brasileño, Dom Helder Cámara, un obispo pobre y para los pobres, quien, por defender los derechos de los débiles tuvo que enfrentarse muchas veces con el régimen militarista y dictatorial de su país. Decía con humor: “Cuando les doy de comer a los pobres me llaman santo. Pero cuando pregunto por qué los pobres pasan hambre, me dicen que soy un comunista”. También al Papa Francisco le han hecho acusaciones parecidas. “Es extraño –dice el pontífice- si hablo de justicia social, para algunos resulta que el Papa es comunista”. Durante el Concilio Vaticano, Gerardo Valencia participó en el Pacto de las Catacumbas: el compromiso de 40 obispos de impulsar una Iglesia servidora y pobre. Vivió como un pobre entre los pobres: su vestido, su comida, su tenor de vida. Renunció a los títulos episcopales: nada de “Excelencia” y “Monseñor”:, simplemente Gerardo. “Su Excelencia es sólo para Cantinflas”, decía. No se impregnó, como lo pediría el Papa Francisco, del olor de sus ovejas. Por la simple razón de que ni en el Vaupés ni en Buenaventura había ovejas. Pero sí se impregnó del penetrante y fastidioso olor a pescado, de tanto visitar los ranchos de sus amigos pescadores y salir a pescar en sus canoas con ellos, vestido de pantaloneta. Cuando la draga de Puertos de Colombia empezó a derribar los tugurios de sus hermanos afro, el obispo se plantó para impedir el desalojo, junto a ellos, con el barro a las rodillas. No quiso moverse: “Tendrán que pasar sobre mi cadáver”. Los bomberos tuvieron que sacarlo a la fuerza. A la mañana y a la noche se escuchaba todos los días la voz del obispo por la radio. Sus mensajes evangélicos traían enseñanzas sociales que sacudían las conciencias de los poderosos y animaban a los excluidos a organizarse y reclamar sus derechos. Fue apóstol de la no violencia activa. Aunque se reunió con el grupo sacerdotal de Golconda y apoyó sus ideales de cambio social, siempre rechazó la violencia. Cuando alguien habló de tomar las armas y unirse a la guerrilla, el obispo se puso de pie y, alzando la biblia, dijo con energía: “¡Esta es mi única arma!”. A la muerte del padre Camilo Torres, el obispo le escribió a una sobrina suya, gran admiradora del sacerdote guerrillero: “No creo que tú me ganes en amor por este infortunado hermano mío en el sacerdocio. Ojalá me ganes. Pero fíjate que tu modo de pensar no está de acuerdo con el evangelio de Cristo y mucho menos con su táctica de redención del mundo”. Gerardo Valencia murió al desplomarse el avión entre los Farallones de Cali. En el ambiente quedó flotando la sospecha de que fuera un accidente provocado por los poderosos, a quienes molestaba su presencia sacerdotal.

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