La vida de los primeros jesuitas hace 480 años podría, en un primer momento, no parecerse mucho a la vida de la actual Compañía de Jesús. En aquel tiempo, el viejo mundo compite por la conquista de nuevas tierras, hay reformas al interior y exterior de la Iglesia, y la sociedad está en pleno renacimiento artístico y cultural. Entre profundos cambios culturales, Ignacio y los primeros compañeros, fielmente unidos en espíritu y carisma, desean consolidar la Compañía buscando y hallando la voluntad de Dios en muy variados ministerios y en una primera dispersión apostólica que los llevó a tierras lejanas.
Este pequeño grupo distinguido con el nombre de Jesús, empezaba a comprender aquello que los definía en su modo de proceder y, a medida que ello ocurría, se escribían los documentos fundacionales que han marcado su identidad al paso del tiempo. Fue una época de profundo discernimiento para entender a qué los llamaba Dios y de qué maneras responder. Su quehacer fue el descubrimiento en la cotidianidad de los llamados que sentían para “ayudar a las personas a conseguir una relación siempre mejor con Dios. Buscaban ser mediadores de una experiencia inmediata de Dios que les conduciría a un cambio interior de corazón o a profundizar el sentido religioso ya existente” (1), y esto lo hacían a través de innumerables ministerios y trabajos.
Ahora, en la actualidad, vemos la vida de la Compañía de un modo distinto, organizada en Conferencias, Provincias y Regiones, y desplegando su actividad en Obras e iniciativas cuya misión y objetivos intentan responder a los llamados a contribuir a la Misión de Dios en los distintos contextos mundiales. Es una Iglesia, ciertamente diferente, e inmersa en una sociedad ya conocida pero siempre cambiante.
Lo cierto es que San Ignacio, sus primeros compañeros y nosotros ahora –hombres y mujeres que pertenecemos al Cuerpo Apostólico de la Compañía de Jesús–, tenemos más en común de lo que parece. Todos y todas colaboramos en la misión de Dios. Misión que vamos descubriendo en las realidades que vivimos y en las que sabemos… “Dios acontece siempre”.
Si bien el contexto y la Iglesia misma ahora son distintas a aquella época, colaborar con Dios ha exigido y exige siempre profundos y constantes discernimientos para entenderlo, confianza para seguirlo y fe para anunciarlo. Es una búsqueda permanente para responder a esos llamados permanentes, que son acogidos desde una experiencia de misión particular: la de San Ignacio de Loyola. Y es este mismo carisma que lo inspiró, el que nos moviliza ahora como cuerpo apostólico a comprender nuestra propia identidad de compañeros que están permanentemente en la búsqueda de nuestro modo de contribuir a la Misión de Dios. Es, por tanto, fundamental que nos sigamos formando en esto que somos y en el modo como llevamos nuestro humilde aporte como Cuerpo Apostólico.
Seguirnos formando o, tal vez, volver continuamente a las fuentes inspiradoras de nuestra identidad y misión, es una invitación que no podemos desoír. No se trata, simplemente, de algunos programas o cursos de formación académica o técnica, que, sin duda, tienen su importancia, sino de alimentar nuestra identidad en aquello que nos constituye como Cuerpo Apostólico.
Este Cuerpo Apostólico, animado siempre por los retos que trae cada situación, no puede renunciar a tener espacios vitales para seguirse formando. De muchas maneras y con iniciativas llenas de creatividad y entusiasmo, las regiones de esta Provincia buscan continuar o comenzar procesos de formación para la colaboración en la misión. Desde el Equipo de Colaboración de la Provincia, los animamos a emprender con confianza y decisión estos procesos que, sin duda, serán espacios de Gracia y crecimiento y contribuirán a sentirnos fortalecidos y convencidos de aquello que en cada porción de la Viña nos pide el Señor.
(1) John W. O’Malley S.J. Los primero Jesuitas. Ed. Mensajero, Sal Terrae. Pág. 36.
*Este artículo fue publicado en la Revista Jeusitas Colombia. Consulta el número completo.