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¿Guerra justa?

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Por: Francisco de Roux, S.J.Abril 14, 2016 Por otra parte, en la dimensión institucional, el Ejército de Colombia, como todos los ejércitos de la ‘civilización cristiana’, fundamenta su moral en la teoría de la guerra justa. Hay una formulación de las armas nucleares justas, y Hitler se apoyó en esta idea para cooptar a la Iglesia oficial de Alemania. La guerra justa está todavía en el catecismo católico. Pero este pensamiento tiene como intención restringir la guerra y no resaltarla. La única condenación del Concilio Vaticano II fue contra las armas de destrucción masiva. Juan XXIII, en ‘Pacem in Terris’, n.° 27, afirma que la guerra no es hoy una forma aceptable de restaurar los derechos violados, y aunque Paulo VI y Juan Pablo II todavía ven el derecho a la resistencia armada en situaciones extremas, todos los papas, desde el Concilio, han denunciado el salvajismo de la guerra. Francisco la rechaza en todas las formas, incluida la guerra por la justicia, y solo acepta la acción militar suficiente para detener al agresor, no para desbaratarlo. Sin embargo, la ambivalencia del mensaje ha dado lugar a grandes barbaries, y la discusión se da en todo el mundo cristiano. El Consejo Mundial de Iglesias se ha apartado totalmente de la guerra justa; y está reunida en Roma, esta semana, una conferencia del Consejo Pontificio de Justicia y Paz y Pax Christi Internacional, con la propuesta de ‘paz justa’ como paradigma que se aparta de la ‘guerra justa’. Los participantes, de todos los continentes, muestran que la guerra, diferente según las culturas y lugares, no tiene justificación en el Evangelio; y que Jesús, viviendo en medio de la violencia extrema, predicó el Reino de un Dios desarmado, que nada tiene que ver con el Dios de los ejércitos. Cuatro años antes de su nacimiento, el general Varus crucificó cerca de Nazaret a dos mil judíos, en una masacre que estaba en la memoria del pueblo, como cuenta Josefo. Jesús conoció las arbitrariedades de los romanos y la extorsión de los sacerdotes del templo, y allí invitó a amar a los enemigos y a transformar a los agresores. Si hubiera sido un guerrero, las palabras de la Última Cena no hubieran sido “les entrego mi cuerpo y mi sangre”, sino “tráiganme los cuerpos y la sangre de todos los opresores romanos y de los colaboradores judíos”. Muchos cristianos fueron martirizados por no aceptar ser parte del ejército romano, hasta que Constantino, en 313, hizo bautizar a sus soldados y dio pie al paradigma de la guerra justa, que Agustín justificó para establecer la paz, limitándola a que se hiciera por amor; y Tomás de Aquino la defendió, bajo condiciones, para proteger el bien común. A partir de allí, el cristianismo quedó atrapado en un paradigma ambiguo que justificó violencias terribles. Francisco, dando claridad a las cosas, ha dicho que la fe y la violencia son incompatibles, que la guerra nunca es necesaria y nunca es inevitable, y que hablar de paz mientras se sigue en la guerra es hipocresía. ¿Acaso en Colombia no es el momento de dejar el paradigma de la ‘guerra justa’, que desde todos los lados produjo millones de víctimas, y dedicarnos, desde las diversas posiciones, a construir la ‘paz justa’?

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