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«El pan que voy a dar es mi carne, para la vida del mundo»

El mensaje del domingo

XIX Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B – Agosto 11 de 2024

Lecturas bíblicas: 1 Reyes 19, 4-8; Salmo 34 (33); Efesios 4, 30 – 5, 2; Juan 6, 41-51

Estando en la sinagoga de Cafarnaúm, los judíos empezaron a criticar a Jesús porque había dicho que él era el pan bajado del cielo, y decían: – ¿Éste no es Jesús, el hijo de José? Nosotros sabemos quiénes son su padre y su madre. ¿Cómo dice ahora que bajó del cielo? Jesús les respondió: -No critiquen entre ustedes. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió, y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: “Todos serán instruidos por Dios”. Todo el que escucha al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Esto no quiere decir que alguien haya visto al Padre fuera del que procede de Dios; sólo él ha visto al Padre. Yo les aseguro: el que cree tiene vida eterna. Sus antepasados comieron el maná en el desierto, y sin embargo murieron. El pan que baja del cielo es el que no deja morir al que lo come. Yo soy el pan vivo bajado del cielo, quien coma de este pan vivirá eternamente. Y el pan que voy a dar es mi carne, para la vida del mundo (Juan 6, 41-51).

 

1. Los judíos empezaron a criticar a Jesús

Hoy el Evangelio nos trae la continuación del Discurso del Pan de Vida, pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm después de la multiplicación de los panes y los peces, del cual escuchamos el domingo pasado una primera parte, y los dos próximos escucharemos las que siguen. Lo que dice Jesús de sí mismo provoca la reacción crítica de los opositores de Jesús, a los que el Evangelio según san Juan llama “judíos”. No todos los judíos se opusieran a Jesús. Él mismo, su familia y sus primeros discípulos eran judíos. Sin embargo, entre quienes lo escuchaban había escribas o doctores de la ley judaica transmitida a partir de Moisés desde doce siglos atrás.

A estos es a los se refiere Juan como “los judíos” que critican a Jesús, quien para ellos era simplemente el hijo de un carpintero y una campesina de la aldea insignificante de Nazaret. Ellos además pertenecían al partido religioso y político de los “fariseos”, que tenían una concepción legalista de la relación con Dios al aferrarse a la letra de la ley en lugar de vivir su espíritu.

2. “Yo les aseguro: el que cree tiene vida eterna”

“Creer”, en el lenguaje bíblico, es acoger la Palabra de Dios que nos manifiesta su cercanía y nos invita a abrirnos a la revelación de sí mismo en la persona de Jesús, para que su Espíritu nos anime y nos llene de la vida que sólo Él nos puede dar. Esta fe, a la cual estaban cerrados sus opositores, es a la que Jesús mismo se refiere y a la que nos invita para que, alimentándonos de Él, que es la Palabra de Dios hecha carne, tengamos vida eterna.

La primera lectura (1 Reyes 19, 4-8) nos cuenta cómo el profeta Elías, quién vivió unos ocho siglos antes de Cristo, fue alimentado por Dios para que no desfalleciera en su camino. Este alimento venido del cielo, que le dio fuerzas para caminar y subir al monte Horeb -también llamado Sinaí-, lugar simbólico de la revelación del Señor, era una prefiguración de la Eucaristía, en la cual nosotros recibimos su propia vida como alimento espiritual que nos fortalece para recorrer durante esta existencia presente el camino hacia el encuentro con Dios en la eternidad.

 

3. “Yo soy el pan vivo bajado del cielo, quien coma de este pan vivirá eternamente

Jesús les recuerda a sus interlocutores cómo sus antepasados, mientras iban por el desierto hacia la tierra prometida, habían sido nutridos por Dios con el alimento milagroso llamado maná (que en hebreo significa “¿esto qué es?” porque los israelitas, al ver que en la madrugada había caído del cielo una especie de polvillo o escarcha similar a la harina de trigo, hicieron esta pregunta, y Moisés les contestó: “Este es el pan que el Señor les da como alimento”: Éxodo 16, 1-15). Y lo que dice Jesús al final del pasaje evangélico de hoy – “el pan que voy a dar es mi carne, para la vida del mundo”- equivale a lo que la primera carta de san Pablo a los Corintios y los tres primeros Evangelios cuentan que dijo en la última cena con sus discípulos la víspera de su pasión: “Tomen y coman, esto es mi cuerpo entregado por ustedes”.

Es una invitación a comer (y también a beber: “Tomen y beban, esto es mi sangre, derramada por ustedes y por muchos”). Por lo tanto, no basta con “oír Misa” -como dice en su formulación tradicional el antiguo catecismo al referirse a los mandamientos de la Iglesia-, y tampoco con verla por televisión o internet. A lo que nos invita Jesús, a no ser que haya un verdadero impedimento, es a participar físicamente en ella alimentándonos de su cuerpo y su sangre. En ambas especies consagradas de pan y de vino está Él realmente presente para comunicarnos su vida entregada y resucitada. Y para vivir plenamente la Eucaristía, tampoco basta con recibir la comunión; tenemos que llevar a la práctica lo que con este rito significamos. En la segunda lectura (Efesios 4, 30; 5, 2), san Pablo exhorta a los primeros cristianos de la ciudad de Éfeso a que vivan en el amor, como Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros. Por tanto, el sentido pleno de la Eucaristía como sacramento del amor de Dios que nos alimenta con la vida de Jesús, implica a su vez para nosotros la identificación con Él, llevando a la práctica su mandamiento del amor.

Sea esta además la ocasión, al recordar la institución de la Eucaristía anunciada en su Discurso del Pan de Vida, de reafirmar nuestra fe en este santísimo sacramento, que ha sido ofendido recientemente en la inauguración de las olimpíadas de París con la parodia blasfema de la Última Cena del Señor, y de pedirle a Dios Padre que, al compartir el Pan de Vida que es su Hijo Jesucristo, la comunión con su cuerpo y sangre nos dé la energía necesaria para el camino hacia la felicidad eterna, y nos disponga a compartir lo que somos y tenemos construyendo comunidad, para que así, en nuestra vida cotidiana, se realice cada día más plenamente la presencia del Amor, que es la de su Hijo en la unidad que forma con Él y el Espíritu Santo. Amén.

 

Preguntas para la reflexión
  1. ¿Qué mociones o sentimientos suscita en mí lo que me dice la Palabra de Dios en las lecturas bíblicas de este domingo?
  2. ¿Cómo percibo en el Discurso del Pan de Vida de Jesús la relación entre “creer” en la Palabra de Dios y tener “vida eterna”?
  3. A la luz de lo que me dice hoy la Palabra de Dios, ¿cómo siento que debo vivir el sacramento de la Eucaristía?
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