En aquel tiempo, después de ser encarcelado Juan Bautista, Jesús fue a Galilea a anunciar la buena noticia de parte de Dios. Decía: «Ya se cumplió el plazo señalado, y el reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio». Jesús pasaba por la orilla del Lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano Andrés. Eran pescadores, y estaban echando la red al agua. Les dijo: “Síganme, y yo haré que ustedes sean pescadores de hombres”. Al momento dejaron sus redes y se fueron con él. Poco más adelante Jesús vio a Santiago y a su hermano Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en una barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos dejaron a su padre Zebedeo en la barca con sus ayudantes, y se fueron con Jesús. (Marcos 1, 14-20).
El Evangelio de Marcos, el primero en escribirse de los cuatro reconocidos por la Iglesia como inspirados, nos presenta hoy el comienzo de la vida pública de Jesús. Las otras lecturas [Jonás 3, 1.5- 10; Salmo 25 (24), 1 Corintios 7, 29-31] complementan nuestra reflexión sobre el mensaje central de este domingo: Jesús proclama la buena noticia de la cercanía del Reino de Dios, que para ser acogido por nosotros exige nuestra conversión, y para extenderse por el mundo cuenta con nuestra colaboración.
1.- “Se ha cumplido el plazo, el reino de Dios está cerca”
Esta es la primera frase que pronuncia Jesús al iniciar su predicación. Los profetas del Antiguo Testamento habían escrito que vendría un hombre ungido por Dios (“mesías” en hebreo, “cristos” en griego) para establecer su reinado en la tierra, es decir, para hacer presente en ella el poder del Amor – que es Dios mismo-, un amor capaz de liberarnos de cuanto nos impide ser verdaderamente felices si lo acogemos con fe y nos alineamos con su proyecto de construcción de una nueva forma de relacionarnos los unos con los otros, como hermanos, porque somos hijos e hijas del mismo Creador.
Lo que Jesús proclama es que el tiempo del cumplimiento de aquellas profecías ya ha llegado con Él mismo, lo cual es una buena noticia, que es lo que significa el término “Evangelio”. Pero, además, hay un detalle: Jesús proclama a un Dios que está cerca, muy diferente del distante y lejano que concebían la filosofía y las religiones paganas. En Jesús llega a su plenitud la manifestación personal del mismo Dios que doce siglos atrás se le había revelado a Moisés con el nombre Yahvé – “Yo soy”- para decirle que había “bajado” a liberar a su pueblo de la esclavitud (Éxodo 3, 7-8; 13-15), y que siete siglos también antes de Cristo había sido anunciado por el profeta Isaías como el Emmanuel o “Dios-con- nosotros” (7, 14).
2.- “Conviértanse y crean en el Evangelio”
Inmediatamente después de la proclamación de la cercanía del Reino de Dios, Jesús invita a sus oyentes a la conversión y a la fe en la “buena noticia”. Hay un contraste entre la predicación de Jonás en el Antiguo Testamento, que se presenta en la primera lectura de este domingo, y la predicación de Jesús en el Evangelio. Jonás exhorta a los habitantes de Nínive, la antigua capital del reino de Asiria, a que se conviertan a Dios bajo una amenaza de destrucción; Jesús en cambio, proclama la noticia alegre de un Dios cercano y misericordioso, que no amenaza, sino que invita. Si bien es cierto que el Dios manifestado simbólicamente en el relato de la predicación de Jonás, al haberse convertido los habitantes de Nínive “se arrepintió de la catástrofe con que había amenazado a la ciudad y no la ejecutó”, el Dios revelado por Jesús -que es el mismo del relato del libro de Jonás, pero ahora con un rostro humano de misericordia- ya no se presenta bajo el signo de la amenaza, sino invitando a reorientar la vida en función del reino de Dios, que es el poder del Amor.
La traducción del verbo griego “metanoeite” que emplea Jesús, varía según las distintas versiones de la Biblia: en unas es “conviértanse”, en otras “arrepiéntanse”. Pero en su sentido más completo se trata de la invitación a un cambio de mentalidad (“metanoia”), pasando de las actitudes egoístas y desviadas del camino del bien a una nueva forma de vida en la que le abramos libremente a Dios, en nuestra existencia personal y en nuestro entorno social, el espacio necesario para que el poder del Amor, que es Él mismo- actúe constructivamente en cada uno y cada una de nosotros y en nuestro entorno social.
3.- Les dijo “síganme”, y al momento dejaron sus redes y se fueron con Él
El Evangelio nos cuenta asimismo el llamamiento que Jesús les hizo a cuatro pescadores: primero a Simón y su hermano Andrés, y luego a Juan y su hermano Santiago. Los tres primeros ya habían comenzado a conocerlo, como lo relata el pasaje del Evangelio de Juan que leímos el domingo pasado, después de que otro Juan, el Bautista, les había dicho “ese es el Cordero de Dios”. Ahora, Jesús llama a aquellos cuatro pescadores diciéndoles “Síganme”. Como en su exhortación inicial a la conversión, se trata también de una invitación. Y la frase que agrega – “y los haré pescadores de hombres”- simboliza lo que sería la misión de sus primeros discípulos, a quienes luego llamaría “apóstoles”, es decir, “enviados” a atraer a la mayor cantidad de gente posible a la causa del Reino de Dios.
Esos pescadores fueron de tal modo atraídos por la invitación de Jesús, que “inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”. También nosotros somos invitados por el Señor a seguirlo en un estado de vida específico para contribuir al establecimiento del Reino de Dios en nuestra vida personal y en nuestro entorno social. Para que ese seguimiento sea una realidad, tenemos que “dejar las redes”, es decir, deshacernos de todo cuanto nos “en-reda” y por lo mismo nos impide emprender el camino que Dios nos indica como el que nos conduce a la verdadera realización del sentido de nuestra existencia.
Pidámosle entonces al Señor que nos dé la disposición necesaria para no ser sordos a su llamamiento, sino prontos y diligentes en atender la invitación que nos hace a convertirnos y a colaborar con Él en la proclamación, el establecimiento y el desarrollo del reino de Dios -es decir, del poder del Amor- en nuestra vida personal, en nuestros hogares, en nuestros lugares de trabajo, en todas las circunstancias de nuestra existencia. E invoquemos para ello la intercesión de María santísima, quien cumplió a cabalidad su vocación y misión de ser la Madre del Mesías, la Madre de Dios hecho hombre, y por lo mismo la Madre de la Iglesia, nuestra Madre. Así sea.
Preguntas para la reflexión:
- ¿Qué sentimientos o mociones espirituales suscita en mí este pasaje del Evangelio?
- ¿Cómo considero que puedo aplicar a la situación social en que vivo estas palabras de Jesús?
- ¿De qué manera percibo la misión que yo también he recibido de Jesús, y cómo debo orientar o reorientar mi vida para realizarla?