Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ.
En aquel tiempo les dijo Jesús a sus discípulos estas otras parábolas: (1) “El reino de los cielos es como un tesoro escondido en un terreno. Un hombre encuentra el tesoro, y lo vuelve a esconder allí mismo; lleno de alegría, vende todo lo que tiene y compra ese terreno. (2) Sucede también con el reino de los cielos como con un comerciante que andaba buscando perlas finas; cuando encontró una de mucho valor, vendió todo lo que tenía y compró esa perla. (3) Ocurre asimismo con el reino de los cielos como con la red que se echa al mar y recoge toda clase de pescado. Cuando la red se llena, los pescadores la sacan a la playa, donde se sientan a escoger el pescado; guardan el bueno en canastas y tiran el malo. Así también sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles a separar a los malos de los buenos, y echarán a los malos en el horno de fuego. Entonces vendrán el llanto y la desesperación. ¿Entienden ustedes todo esto?” “Sí”, contestaron ellos. Entonces Jesús les dijo: (4) “Cuando un maestro se instruye acerca del reino de los cielos, se parece al dueño de una casa, que de lo que tiene guardado sabe sacar cosas nuevas y cosas viejas”.
Los domingos anteriores leímos en el Evangelio de Mateo varias de las llamadas parábolas del Reino de Dios, con las que Jesús nos invita a disponernos para que el poder del Amor, que es Dios mismo, obre en nosotros: la del sembrador, la de la cizaña, la del granito de mostaza y la de la levadura. Veamos cómo podemos aplicar a nuestra vida las otras cuatro parábolas que trae hoy el Evangelio, teniendo en cuenta también las demás lecturas [1 Re 3, 5.7-12; Sal 119 (118); Ro 8, 28-30].
1.- El tesoro escondido y la perla fina
El tesoro y la perla simbolizan al valor del reino de Dios, es decir, del poder transformador del Amor -que es Dios mismo-, cuya cercanía había proclamado Jesús desde el inicio de su predicación invitando a sus oyentes a convertirse, es decir, a orientar sus vidas hacia a Él para que ese mismo poder los transforme. Podría resumirse el sentido de ambas parábolas en dos palabras: prioridad y oportunidad.
- “Amar a Dios sobre todas las cosas” -como se suele enunciar el primer mandamiento- implica reconocer la prioridad del fin sobre los medios. San Ignacio de Loyola dice al comienzo de sus Ejercicios Espirituales que el fin para el cual somos creados es amar y servir a Dios y así ser eternamente felices, de modo que “las cosas” son medios que podemos usar tanto cuanto nos ayudan para ello, solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce a este fin [Ejercicios Espirituales, No. 23]. En definitiva, se trata de reconocer como nuestra prioridad a Dios, y por lo tanto a Jesús, Dios hecho, hombre, en quien se nos manifiesta encarnado el Reino de Dios, es decir el poder del Amor.
- El Reino de Dios se nos ofrece además como una oportunidad. De cada quien depende aprovecharla. San Ignacio dice que es un insensato quien quiere encontrar a Dios y “no pone los medios hasta la hora de la muerte” [EE, No.153].
Quien descubre el tesoro escondido y adquiere el terreno, y quien encuentra la perla fina y la compra, simbolizan, pues, a quienes saben reconocer las prioridades y aprovechar las oportunidades. Para obrar nosotros de igual modo, necesitamos el don que, según lo que nos cuenta el libro de los Reyes en la primera lectura, le pidió Salomón a Dios: la sabiduría para discernir entre el bien y el mal, y elegir lo que nos conviene para lograr la verdadera felicidad, viviendo, como dice el Salmo, de acuerdo con la voluntad de Dios.
2.- La red repleta de pescados
El mensaje de la red llena de pescados, unos buenos y otros malos, es similar al de la parábola de la buena semilla y la cizaña del domingo pasado. La acción paciente de Dios al ofrecer a todos en el tiempo presente la oportunidad de convertirse y de acoger su Reino, es también justa y esa justicia se manifestará cuando al fin le corresponda a cada cual rendir cuentas ante el Señor.
La imagen del horno encendido se refiere al infierno, que no es un lugar físico, sino el estado de infelicidad eterna que padecerán quienes se hayan encerrado en su egoísmo prefiriendo el reino del odio al del amor, el reino de la injusticia al del reconocimiento de la dignidad de la persona humana, el reino de la violencia al de la paz. Todo lo contrario del cielo, que tampoco es un lugar, sino el estado de felicidad plena y sin fin de quienes hayan vivido su existencia terrena en la onda de Dios, es decir, del poder constructivo del Amor.
3.- El dueño de casa que saca del baúl cosas nuevas y viejas
Jesús quiere que sus discípulos continuemos sus enseñanzas. Ahora bien, para hacerlo adecuadamente, debemos proceder como quien saca del baúl lo viejo y lo nuevo: ser por una parte fieles a una tradición que se remonta a los orígenes de la Iglesia fundada por Él, pero por otra encontrar nuevas formas de vivir el Evangelio, respetando lo valioso del pasado y asimismo estando dispuestos a asumir lo nuevo que trae el presente y que depara el porvenir. En la actualidad la Iglesia está viviendo una crisis de enfrentamiento entre la corriente tradicionalista que se aferra a lo antiguo sin aceptar lo propuesto y determinado por el Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965), que fue presidido y aprobado por dos papas santos -Juan XXIII y Pablo VI-, y la corriente innovadora que sí lo acoge, reconociendo el valor de los cambios necesarios.
Dice san Pablo en la segunda lectura que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman. En medio de las crisis y enfrentamientos que aquejan al mundo actual, y ante la realidad dolorosa de mal en sus distintas formas, nuestra fe nos anima a la esperanza en el triunfo definitivo del bien, que será, con nuestra colaboración, el resultado de la acción de Dios, es decir, del poder constructivo del Amor.
Conclusión
Invoquemos la intercesión de María santísima, para que nos alcance de su Hijo, por obra del Espíritu Santo, la sabiduría de un discernimiento que nos permita (1) reconocer y elegir las prioridades -o sea lo que nos conduce a la verdadera felicidad-, (2) aprovechar las oportunidades que se nos ofrecen para orientar nuestra vida de acuerdo con la voluntad de Dios, (3) vivir preparados para el encuentro definitivo con Él en la eternidad, y (4) estar en disposición tanto de apreciar lo valioso de la tradición como de acoger los cambios necesarios de acuerdo con los signos de los tiempos. Así sea.
Preguntas para la reflexión
- ¿Qué mociones o sentimientos espirituales me suscitan estas cuatro parábolas de Jesús sobre “el Reino”?
- ¿Cómo puedo relacionar estas cuatro parábolas con la sabiduría del discernimiento espiritual?
- ¿Cuáles considero que son los obstáculos que se me pueden presentar y que debo superar para poner en práctica lo que me ha enseñado hoy la Palabra de Dios?