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«Este es mi hijo predilecto, escúchenlo»

El mensaje del domingo

II Domingo de Cuaresma. Ciclo B – Febrero 25 de 2024

Jesús se fue a un cerro alto llevándose a Pedro, Santiago y Juan. Allí, delante de ellos, cambió la apariencia de Jesús. Su ropa se volvió brillante y más blanca de lo que nadie podría dejarla por mucho que la lavara. Y vieron a Elías y a Moisés, que conversaban con Jesús. Pedro le dijo: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Estaban tan asustados que Pedro no sabía lo que decía. En esto, apareció una nube y se posó sobre ellos. Y de la nube salió una voz que dijo: “Este es mi Hijo predilecto: escúchenlo”. Al momento, cuando miraron alrededor, sólo vieron a Jesús. Y mientras bajaban del cerro, les encargó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del Hombre hubiera resucitado. Por eso guardaron el secreto, aunque se preguntaban qué sería eso de resucitar. (Marcos 9, 2-10).

Tres temas para nuestra meditación nos traen las lecturas bíblicas de este domingo:

 

1.- La fe verdadera consiste en disponerse a cumplir la voluntad de Dios (Génesis 22, 1-18)

La primera lectura relata el sacrificio que Abraham le ofreció a Dios como expresión de su fe. El término sacrificio -acto sagrado- designaba originariamente la ofrenda a la divinidad de las primicias de lo que se había obtenido en la agricultura, y luego se fue extendiendo a los demás ámbitos de la vida humana. En Canaán -la región que Abraham recorrió como nómada luego de haber salido de Caldea en el siglo 19 a.C. y que habitarían después sus descendientes- los paganos ofrecían a los dioses la vida de sus hijos primogénitos en holocausto (en griego holos significa todo, y káusis la acción de quemar).

Abraham al principio pensó que Dios le exigía matar a su hijo Isaac, pero finalmente entendió que la voluntad de Dios no era esa, sino que se dispusiera a obedecerle en todo, sin reservas. En el Nuevo Testamento, la Carta a los Hebreos (11,17-19) se refiere al sacrificio de Abraham en estos términos: “Por la fe, Abraham, cuando Dios lo puso a prueba, tomó a Isaac para ofrecerlo en sacrificio. Estaba dispuesto a ofrecer a su único hijo, a pesar de que Dios le había prometido: ‘Por medio de Isaac tendrás descendientes’. Es que Abraham reconocía que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos, y por eso recobró a su hijo, y así vino a ser un símbolo”.

El mensaje que nos trae entonces la primera lectura constituye para nosotros en una invitación a mostrar nuestra fe en Dios mediante el cumplimiento pleno de su voluntad, sin reservas, para lo cual necesitamos conocer lo que Él realmente quiere de nosotros, a través del debido discernimiento.

 

2.- Dios Padre nos dio a su propio Hijo para que diera su vida por nosotros (Romanos 8, 31-34)

La segunda lectura guarda una relación implícita con el relato bíblico del sacrificio de Abraham. El apóstol san Pablo dice que “Dios no perdonó a su propio Hijo (en otras traducciones, no nos negó ni a su propio Hijo, o no se reservó a su propio Hijo), sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros”. El papa san Juan Pablo II, en febrero del año 2000, citando el texto mencionado de Hebreos, dijo en una homilía que en la experiencia de Abraham podemos hallar una analogía del evento salvífico de la muerte y la resurrección de Cristo: “Según una tradición, el lugar donde Abraham estuvo a punto de sacrificar a su propio hijo es el mismo sobre el que otro padre, el Padre eterno, aceptaría la ofrenda de su Hijo, Jesucristo. Así, el sacrificio de Abraham se presenta como anuncio profético del sacrificio de Cristo. Porque tanto amó Dios al mundo -escribe san Juan (3, 16)-, que le dio a su Hijo unigénito”.

Abraham finalmente le ofreció a Dios en holocausto un carnero, o sea un cordero adulto. Y Dios Padre nos dio a su Hijo Jesús para que, como Cordero de Dios, cargara con el pecado del mundo. Asimismo, el hecho de que Isaac llevara la leña de lo que iba a ser su propio sacrificio, era una prefiguración simbólica de Cristo, que cargó con la cruz para entregar su vida por toda la humanidad.

 

3.- “Este es mi Hijo predilecto, escúchenlo” (Marcos 9, 2-10)

Poco antes Jesús les había anunciado a sus discípulos que iba sufrir la muerte a manos de sus opositores, y también les había dicho: quien quiera ser mi discípulo, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame (Marcos 8, 31-34). Esto había causado en ellos un efecto de desolación. Pero también les había dicho que resucitaría, y para alentarlos sube al cerro con Pedro -el que después de reconocerlo como el Mesías había intentado apartarlo de su misión- y con los hermanos Santiago y Juan -que pretendían puestos de honor, malentendiendo el sentido del reino de Dios-. Los montes eran considerados los más aptos para comunicarse con Dios en el silencio, y en el cerro que la tradición identifica como el Monte Tabor, les anticipa lo que sería su resurrección gloriosa, indicando que en Él se cumplen las promesas del Antiguo Testamento, simbolizadas en Moisés y Elías. Esto sólo lo entenderían después, y por eso les dijo que no contaran lo que habían visto hasta cuando Él hubiere resucitado.

También nosotros, cuando estamos desolados, necesitamos que el Señor fortalezca nuestra fe. Para ello debemos aceptar su invitación a subir a donde podamos comunicarnos con Él. Dice una canción: Voy a seguir una luz en lo alto, voy a oír una voz que me llama, voy a subir la montaña y estar aún más cerca de Dios… “Subir la montaña” significa disponernos a la comunicación con Dios lejos del bullicio. Pero también tenemos que bajar para hacer lo que Dios quiere. Pedro quería quedarse en el cerro (¡qué bien estamos aquí!), pero Jesús, ya no transfigurado, bajó con él y los otros discípulos para seguir realizando su misión. Si la oración no nos lleva a la acción, de nada nos sirve.

Este es mi Hijo predilecto, escúchenlo”. Estas palabras de Dios Padre nos invitan a buscar y aprovechar tiempos y espacios para escuchar a Jesús, que nos habla en los textos bíblicos, y también en las personas que requieren atención y ayuda; porque, tal como nos enseñó, lo que hacemos por quienes sufren se lo hacemos a Él (cf. Mateo 25, 31-46). Por eso, escuchar efectivamente el clamor -a menudo silenciado- de quienes necesitan justicia y misericordia, es escuchar efectivamente a Jesús.

Pidámosle a la santísima Virgen María, quien en su vida terrena siempre estuvo atenta a la Palabra de Dios encarnada en su Hijo Jesús, y la conservó en su corazón, que nos alcance de Él esta disposición a escucharlo y a poner en práctica sus enseñanzas. Así sea.

 

Preguntas para la reflexión
  1. ¿Qué mociones suscita en mí la lectura, meditación y contemplación de este pasaje del Evangelio?
  2. ¿Cuál es para mí, como seguidor(a) de Jesús, el sentido de subir a la montaña y bajar de ella?
  3. ¿Cómo percibo y creo que debo aplicar a mi vida el significado de la invitación a escuchar a Jesús?
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