Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escúchenlo.» Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se les acercó y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no teman.» Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No le cuenten a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.» (Mateo 17, 1-9).
La fiesta de la Transfiguración el 6 de agosto tuvo su origen probable en la conmemoración anual de la dedicación de una basílica en el monte Tabor para honrar este evento de la vida de Jesús, y se celebraba ya a fines del siglo V. Según una antigua tradición, el episodio de la Transfiguración sucedió 40 días antes de la crucifixión de Jesús, por lo cual la fecha de la fiesta se fijó 40 días antes de la memoria de la Exaltación de la Santa Cruz el 14 de septiembre. (Cf. Sitio Web “Vatican News”). Y en la liturgia católica también se recuerda la Transfiguración el segundo domingo de cuaresma.
Reflexionemos sobre el significado de este acontecimiento que el Papa san Juan Pablo II incluyó como el cuarto de los “misterios luminosos” en su propuesta para el rezo del Rosario, teniendo en cuenta también las otras lecturas (Daniel 7,9-10.13-14 y 2ª Carta de Pedro 1,16-19).
1.- Jesús transfigurado anima a sus discípulos invitándolos a la fe y a la esperanza
Jesús les había anunciado a sus discípulos que lo iban a matar y que al tercer día resucitaría (Mt 16, 21), y les había dicho: “quien quiera ser mi discípulo, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame” (Mt 16, 24). Estas palabras -a pesar del anuncio de la resurrección-, les habían causado un efecto de desaliento, en especial a Pedro, que había mostrado su desacuerdo (Mt 16,22), y a los hermanos Santiago y Juan, que pretendían puestos importantes en lo que erróneamente imaginaban que sería el reino de Jesús (Mt 20,20-28). A estos mismos tres discípulos los llevaría su Maestro a estar más cerca de Él cuando se dispuso a orar en el huerto de Getsemaní la noche en que lo apresaron.
Y a estos mismos tres, para animarlos, les hace ver luminosamente lo que sería su vida resucitada, mostrándoles que en Él se cumplían las promesas bíblicas anunciadas por medio de Moisés -a quien Dios había elegido como instrumento para liberar a su pueblo de la esclavitud y conducirlo a una tierra prometida-, y de los profetas -representados en Elías-, quienes a su vez habían pregonado el envío de un mesías salvador de la humanidad. La nube luminosa simboliza al Espíritu Santo.
Podemos suponer que la Transfiguración ocurrió en la noche, pues, como cuentan los evangelios, Jesús tenía la costumbre de orar después de terminar la tarde o antes de despuntar la aurora.También nosotros necesitamos que, en medio de nuestras oscuridades, el Señor se nos manifieste animándonos desde la fe y la esperanza, iluminándonos y dándonos la fuerza que necesitamos para no desfallecer en el camino de esta vida, un sendero en el que debemos afrontar con valor las situaciones difíciles. Para que esto suceda, es preciso que busquemos y aprovechemos cotidianamente espacios de contemplación, meditación y oración en los que atendamos a la voz de Dios Padre que nos dice, como a aquellos primeros discípulos de Jesús: “Este es mi Hijo predilecto: escúchenlo”.
2. Jesús, “hijo del hombre”, manifiesta en la Transfiguración su realidad divina
La visión nocturna de Daniel (primera lectura), quien contempla a un hijo de hombre al que se le da poder real y dominio sobre todos los pueblos, y acerca del cual escucha que su reino no tendrá fin, es un anuncio del Mesías prometido, cuyo cumplimiento reconocemos nosotros en la persona de Jesús. Él se llamaba a sí mismo el hijo del hombre, y al transfigurarse manifestó su realidad divina encarnada en su naturaleza humana.
Este es un misterio sólo captable por la fe, la cual es un don de Dios, quien toma la iniciativa de manifestársenos en medio de nuestras oscuridades o situaciones de desolación, como le sucedió al profeta Daniel en aquella visión nocturna, y como lo hizo Jesús con sus discípulos al transfigurarse. Se trata de lo que los místicos llaman “consolación”: una experiencia interior consistente en reconocer y vivir la presencia amorosa de Dios, que refuerza en nosotros la fe y la esperanza.
3.- Jesús transfigurado nos invita a confiar en Él, superando los miedos paralizadores
La segunda Carta de Pedro en la segunda lectura nos remite a la experiencia de consolación que tuvieron él y los otros apóstoles a quienes Jesús se les mostró transfigurado en la montaña sagrada, que la tradición cristiana identifica con el monte Tabor: no nos fundamos en fábulas fantásticas, sino que fuimos testigos oculares de su grandeza, dice san Pedro al relatar su propia experiencia. Luego repite las palabras de Dios Padre –Éste es mi Hijo amado, mi predilecto-, y finalmente nos dice: Ustedes hacen muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día. Con esta forma simbólica del paso de la noche al amanecer, se refiere a la promesa de la resurrección de los muertos, de la cual es prenda la resurrección gloriosa de Cristo.
Levántense, no teman. Estas palabras de Jesús a sus discípulos que estaban paralizados por el miedo, a quienes se les acercó tocándolos, son también para nosotros. Él se nos acerca tocándonos para librarnos de nuestros miedos, alimentándonos en la Eucaristía con su vida resucitada, dándonos así la luz y la energía que necesitamos para recorrer el camino que Él mismo nos señala y que nos conduce a la felicidad verdadera. Pidámosle pues, invocando la intercesión de María santísima y de todos los santos, que nos dé la fuerza espiritual necesaria para levantarnos sin miedo y seguirlo.
Preguntas para la reflexión
- ¿Qué sentimientos o mociones espirituales suscita en mí el acontecimiento de la Transfiguración?
- ¿He tenido experiencias de “transfiguración” en medio de situaciones difíciles? ¿Cuáles?
- ¿Cómo siento que debo obrar en mi vida para atender efectivamente lo que Dios Padre nos dice también a nosotros, “este es mi Hijo predilecto, escúchenlo”?