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«Esto es mi cuerpo – Esto es mi sangre»

El mensaje del domingo

El Cuerpo y la Sangre de Cristo – Ciclo B

Lecturas bíblicas: Éxodo 24, 3-8; Hebreos 9, 11-15; Marcos 14, 12-16.22-26

El primer día de la fiesta en que se comía el pan sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero pascual, los discípulos de Jesús (…) prepararon la cena de Pascua. (cf. Mc 14, 12-16). Mientras comían, Jesús tomó en sus manos el pan y, habiendo pronunciado la bendición, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: “Tomen, esto es mi cuerpo”. Luego tomó en sus manos una copa y, habiendo dado gracias a Dios, se la pasó a ellos, y todos bebieron. Les dijo: “Esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos. Les aseguro que no volveré a beber del producto de la vid, hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios”. Después de cantar los salmos, se fueron al Monte de los Olivos. (Marcos 14, 22-26).

La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, en latín Corpus et Sanguis Christi o más brevemente Corpus Christi, comenzó a celebrarse a mediados del siglo XIII para contrarrestar la herejía que negaba la presencia real de Jesús en la Eucaristía diciendo que el pan y el vino consagrados eran sólo un símbolo conmemorativo. Meditemos pues sobre lo que significa para nosotros la Eucaristía.

 

1.  La Eucaristía es Sacrificio y Sacramento

Como Sacrificio, la Eucaristía es memorial que actualiza la pasión de Cristo (“Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección”). Esto es lo que significa la fracción del pan, como los primeros cristianos llamaban la Eucaristía (Hechos, 2,42): al partir el pan habiendo pronunciado la bendición (es decir, la acción de gracias, que es lo que significa “eucaristía”), Cristo se “parte” para com-partirnos su propia vida. Y el rito que describe la primera lectura como signo de la antigua alianza entre Dios y el pueblo hebreo (Ex 24, 3-8), prefiguraba el sacrificio redentor de Jesús, que al derramar su sangre ofreciéndose como víctima por nuestra salvación, se constituiría en mediador de una alianza nueva, tal como lo dice la segunda lectura (Hb 9, 11-15) y lo expresan sus propias palabras. En otro Evangelio (Mateo (26,28) además de decir “esto es mi sangre derramada por muchos” -es decir, por todos los seres humanos-, Jesús agrega “para el perdón de los pecados”. Tal es precisamente la finalidad de su sacrificio redentor.

Como Sacramento, la Eucaristía es el signo por excelencia de la acción salvadora de Dios. “Sacramento” en el lenguaje católico quiere decir signo eficaz de la gracia divina. El Catecismo de la Iglesia Católica (No. 1324), citando al Concilio Vaticano II en su Constitución sobre la Iglesia (LG No. 11), dice que la Eucaristía es «fuente y culmen de toda la vida cristiana». Los otros sacramentos (Bautismo, Confirmación, Reconciliación, Matrimonio, Orden, Unción de los enfermos) son también signos de la gracia divina, pero la Eucaristía es fuente y culmen porque en ella Cristo nos alimenta con su cuerpo y su sangre.

Existe por desgracia hoy una polarización acerca de la Eucaristía. En un extremo están quienes se aferran a la “Misa Tridentina” (ordenada por el Concilio de Trento -años 1545-1563- que se celebra de espaldas a la comunidad y en latín) y niegan la validez de la “Misa Nueva” (establecida por san Pablo VI a partir del Concilio Vaticano II -años 1962-1965-, que se celebra de frente y en la lengua corriente de los fieles). Y en el otro extremo están los que suelen introducir en la Misa Nueva elementos que la convierten en una reunión similar a las profanas, quitándole su carácter sagrado. Ambas posiciones deben ser superadas, de modo que la Eucaristía pueda ser participativa y le llegue a la gente, pero conservando su índole sagrada como Sacrificio y como Sacramento.

 

2.  En la Eucaristía se hace realmente presente Jesucristo resucitado

La presencia de Jesús en la Eucaristía es real, pero esta realidad es la de un misterio sólo captable por la fe. Él nos invita a reconocerla con el rito que les dijo a sus primeros discípulos que repitieran en memoria suya, como lo indica el primer relato de la institución de la Eucaristía (1ª Corintios 11,23-26), anterior a la redacción de los Evangelios. El pan (ácimo -sin levadura-, prescrito para la cena pascual, y dispuesto en las formas llamadas hostias porque hostia significa en latín la víctima ofrecida en sacrificio) y el vino (al que se le mezcla agua porque del costado de Cristo salió sangre y agua, y para significar nuestra disposición a participar de su vida divina como Él compartió nuestra humanidad), ambos al ser consagrados con las palabras de Jesús se convierten en su Cuerpo y su Sangre. Es la “transustanciación”: conversión de la sustancia del pan y el vino -de lo que eran uno y otro en sí mismos- en la presencia de Cristo. Por eso lo que recibimos al comulgar no es una representación simbólica, sino su propia Persona.

En cada una de las especies consagradas, si bien ellas conservan las características sensibles -o accidentes- del pan y del vino, está presente de forma sustancial la Persona divina de Cristo con su Cuerpo y su Sangre: con su vida entregada y resucitada. Así lo está por tanto en las hostias que se guardan en el sagrario para nuestra adoración y para la comunión de quienes, por enfermedad u otra razón, no han podido asistir físicamente a la Eucaristía. Es lo que se llama el Santísimo Sacramento del Altar -o el Santísimo-, que a veces se expone en una custodia llamada también ostensorio, para ser especialmente “bendito, alabado y adorado” y para que recibamos su bendición.

 

3.  Celebrar la Eucaristía es expresar que queremos ser comunidad de amor fraterno

El papa Benedicto XVI, en su Encíclica Dios es Amor (Nos. 12-14), nos dejó una reflexión que podemos relacionar con la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús próxima a celebrarse: “Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo (…) ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta Encíclica:

«Dios es amor» (1 Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí […]. Ahora, el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí. Se entiende, pues, que el Ágape se haya convertido también en un nombre de la Eucaristía: en ella el Ágape (Amor) de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros”.

Invocando la intercesión de María, en cuyo seno la Palabra de Dios se hizo carne para habitar entre nosotros, pidámosle al Señor, como reza la oración previa a las lecturas de hoy: Oh Dios, que en este admirable sacramento nos dejaste el memorial de tu pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

 

Preguntas para la reflexión:
  1. ¿Qué mociones espirituales suscita en mí la celebración del Cuerpo y la Sangre de Cristo?
  2. ¿Qué significa para mí la acción de “comulgar” o recibir la “comunión”?
  3. ¿Qué importancia tiene para mí el encuentro frecuente y presencial con el Señor en la Eucaristía?
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