1ª Lectura (Éxodo 12,1-14): El Señor dijo en Egipto a Moisés y Aarón: Este mes será para ustedes el principal (…). El día diez de este mes cada uno tomará un cordero o un cabrito por familia (…). Si la familia es pequeña, el dueño de la casa y su vecino más cercano lo comerán juntos, repartiéndoselo según el número de personas (…). Deberá ser de un año, macho y sin defecto (…). Lo guardarán hasta el catorce del mes, y ese día lo matarán al atardecer. Tomarán la sangre y la untarán por todo el marco de la puerta de la casa. Esa noche comerán la carne asada al fuego, con hierbas amargas y pan sin levadura (…). Vestidos y calzados, con el bastón en la mano, coman de prisa, porque es la Pascua del Señor. Esa noche yo pasaré por Egipto y heriré de muerte al hijo mayor de cada familia egipcia y a las primeras crías de sus animales, y dictaré sentencia contra todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor, lo he dicho. La sangre les servirá para que ustedes señalen las casas donde se encuentren. Y así ninguno de ustedes morirá, pues veré la sangre y pasaré de largo. Éste día ustedes deberán celebrar una gran fiesta (…).
2a Lectura (1 Corintios 11,23-26): Yo recibí esta tradición dejada por el Señor y que les transmití: la noche que el Señor Jesús fue traicionado, tomó en sus manos pan y, después de dar gracias a Dios, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía.» Después de la cena tomó en sus manos la copa y dijo: «Esta copa es la nueva alianza confirmada con mi sangre. Cada vez que beban, háganlo en memoria mía». Por eso, cada vez que comemos de este pan y bebemos de esta copa proclamamos la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Antífona previa al Evangelio (Juan 13,34): Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Así como yo los amo a ustedes, así deben amarse ustedes los unos a los otros.
Evangelio (Juan 13,1-15): Antes de la fiesta de la Pascua, Jesús sabía que había llegado la hora de dejar este mundo para ir al Padre. Él siempre había amado a los suyos que estaban en el mundo, y los amó hasta el extremo. El diablo ya había metido en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la idea de traicionar a Jesús. Jesús sabía que había venido de Dios e iba a volver a Dios, y que el Padre le había dado toda autoridad; así que, mientras cenaban, se levantó de la mesa, se quitó la túnica y se ató una toalla a la cintura. Luego echó agua en una palangana y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla. Cuando iba a lavarle los pies a Simón Pedro, éste le dijo: —Señor, ¿tú me vas a lavar los pies a mí? Jesús le contestó: —Ahora no entiendes lo que estoy haciendo, pero después lo entenderás. Pedro le dijo: —¡Jamás me lavarás los pies! Respondió Jesús: —Si no te los lavo, no podrás ser de los míos. Simón Pedro le dijo: —Entonces, Señor, no me laves sólo los pies, ¡sino también las manos y la cabeza! Jesús le contestó: —Quien está recién bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está todo limpio. Ustedes están limpios, mas no todos. Dijo «no están limpios todos», porque sabía quién lo iba a traicionar. Después volvió a ponerse la túnica, se sentó a la mesa y les dijo: —¿Entienden ustedes lo que he hecho? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Yo les he dado ejemplo, para que hagan lo mismo.
1. En la Cena Pascual Jesús instituyó el Sacramento de la Eucaristía
La primera lectura evoca la cena pascual con que los israelitas recuerdan su liberación de la esclavitud en Egipto. Y la segunda es el primer relato de la cena en que Jesús instituyó la Eucaristía. Destaquemos de este relato lo siguiente:
2. En la Cena Pascual Jesús instituyó el Sacramento del Orden
3. En la Cena Pascual Jesús nos dio el Mandamiento “Nuevo” del Amor
Démosle gracias al Señor por su amor manifestado en la entrega de su vida por y para nosotros y que nos alimenta en la Eucaristía, y pidámosle, invocando la intercesión de María santísima, la de sus fieles discípulos y discípulas que estuvieron presentes en la Última Cena, y la de todos los santos, que nos conceda su gracia para reconocernos efectivamente unos a otros como hermanos, hijos de un mismo Creador, y mostrar ese reconocimiento cada día mejor en lo que san Ignacio de Loyola expresó en sus Ejercicios Espirituales como la disposición a en todo amar y servir.
Preguntas para la reflexión
1. ¿Qué mociones o sentimientos espirituales suscita en mí el relato de la institución de la Eucaristía?
2. ¿Cómo siento que estoy llamado a vivir mi participación en el Sacerdocio de Cristo?
3. ¿A qué siento que me mueve el mandamiento nuevo del Amor en mis relaciones humanas?