Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Sucedió como está escrito en el libro del profeta Isaías: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto:
¡Preparen el camino del Señor! ¡Ábranle vías rectas!” Así se presentó Juan Bautista en el desierto, llamando a todos a convertirse y a bautizarse para obtener el perdón de los pecados. Y empezó a acudir a él gente de toda Judea y todos los habitantes de Jerusalén; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el río Jordán. Juan tenía una capa hecha de pelo de camello, de la cintura para abajo llevaba una prenda de cuero y comía langostas y miel silvestre. En su predicación decía: “Detrás de mí viene el que es más poderoso que yo. Ni siquiera yo merezco agacharme a desatarle la correa de las sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero Él los va a bautizar con Espíritu Santo” (Marcos 1, 1-8).
El Reino de Dios que viene en la persona de Jesús, cuyo nacimiento nos disponemos a celebrar, es la presencia del poder de su amor que nos libra de toda esclavitud. Para que esta liberación llegue a nosotros, es necesario que le preparemos el camino al Señor, procurando llevar una vida con la cual demos testimonio de nuestra esperanza. Este es, en síntesis, el mensaje que nos traen el Evangelio de hoy y las demás lecturas de este Domingo [Isaías 40, 1-5; Salmo 85 (84); II Carta de Pedro 3, 8-14].
1. “Consuelen a mi pueblo, háblenle con cariño, díganle que su esclavitud terminó”
El libro de Isaías fue escrito por tres autores distintos. La primera parte (capítulos 1 a 39) es del propio profeta cuya predicación comenzó hacia el año 740 a.C. La segunda (capítulos 40 a 55) es de otro autor y fue escrita cuando estaba por concluir el destierro de los judíos en Babilonia, que duró del año 578 al 538 a.C.; y la tercera (capítulos 56 a 66), escrita por un autor distinto de los anteriores, fue redactada en la época inmediatamente posterior a dicho destierro. Los autores materiales de los llamados “segundo” y “tercer” Isaías pertenecieron a la escuela iniciada por este profeta.
La primera lectura de hoy corresponde al inicio de la segunda parte, que empieza con una voz de consuelo por la liberación de la esclavitud en Babilonia. Por eso esta segunda parte se denomina Libro de la Consolación de Israel. Los maestros espirituales posteriores a Jesucristo, como san Ignacio de Loyola, llaman consolación al estado de gozo espiritual producido por un sentimiento vivo de la presencia de Dios que nos abre a la esperanza, todo lo contrario de la desolación, en la cual se experimentan la tristeza y el desánimo.
En el Adviento se nos invita a disponernos para vivir la alegría espiritual que surge de nuestra fe en Dios que nos ama y nos habla al corazón, ofreciéndonos su consuelo en medio de las situaciones difíciles. Él mismo en persona vino en el pasado, sigue viniendo ahora y vendrá al final de los tiempos para liberar a todo ser humano dispuesto a recibirlo, de todo cuanto le impide ser verdaderamente feliz. Y es significativo a este respecto el empleo que el libro de Isaías hace de la imagen del pastor que recoge las ovejas para reunirlas y cuidarlas.
2. “Una voz grita en el desierto: ¡Preparen el camino del Señor!”
En el Evangelio, Juan Bautista, el precursor de Jesús, invita a sus contemporáneos a la conversión y los bautiza a orillas del río Jordan, en el desierto de Judea. En él reconocieron los primeros cristianos la voz que grita en el desierto anunciada cinco siglos y medio antes por el texto profético del “segundo Isaías”. Y es enormemente significativo que sea en el desierto, símbolo de todos los desapegos, y junto a las aguas refrescantes del río, donde se empieza a anunciar la venida del Señor.
En la antigüedad, cuando un rey o un jefe derrotaba a sus enemigos, su pueblo le preparaba un camino por el que llegaba en marcha triunfal haciendo su entrada gloriosa en la ciudad. Tanto el texto profético del libro de Isaías como los cuatro evangelios -este domingo el de Marcos, que fue el primero que se escribió, hacia el año 60 de la era cristiana-, emplean la misma imagen para significar la disposición interior con la cual se nos invita a prepararnos para que la presencia salvadora del Señor llegue efectivamente a cada uno de nosotros.
El camino que Juan Bautista invita a preparar consiste en reconocer que necesitamos ser liberados de todo tipo de esclavitud, empezando por la de nuestro egoísmo, nuestros apegos o afectos desordenados que nos atan y nos impiden llevar una vida rectamente orientada al advenimiento del “Reino de Dios” mediante el cumplimiento de su voluntad. El Evangelio dice que Juan el Bautista predicaba un bautismo de conversión. Y la conversión es el tema central de este tiempo del Adviento. Se trata de remover los obstáculos con los que podemos estar cerrándole el camino al Señor: que los valles se levanten, que los montes y las colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Nosotros ya hemos recibido el bautismo con Espíritu Santo del habla el Evangelio, pero somos invitados especialmente en este tiempo a revisar nuestra vida para orientarla cada día más al cumplimiento de la voluntad de Dios, y así crecer en la gracia bautismal.
3.- “Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia”
Los primeros cristianos fueron descubriendo que la “venida gloriosa del Señor” -es decir, el retorno futuro de Jesús resucitado- no sucedería tan pronto como lo habían pensado. La segunda carta de Pedro, atribuida a este apóstol, pero cuya autoría material es discutida por los estudiosos de la Biblia, fue escrita hacia fines del siglo I d. C. (Pedro murió mucho antes, en el año 67). Sin embargo, ha sido reconocida por la Iglesia Católica como un escrito “canónico” -y por tanto inspirado por Dios-, y presenta una reflexión que llega hoy hasta nosotros en la segunda lectura, expresando un profundo sentido de esperanza con base en el reconocimiento de la paciencia infinita de Dios.
La carta emplea unas imágenes propias de género literario bíblico llamado apocalíptico -referente a la revelación definitiva de Dios al final de los tiempos-, pero no para intimidar a los creyentes sino para resaltar la bondad paciente del Señor, que “no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan”, y por eso mismo, para exhortarlos a la esperanza activa en “un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia”. Tal esperanza activa consiste precisamente en “procurar que Dios los encuentre sin mancha ni reproche, en paz con Él”.
Dispongámonos pues, invocando la intercesión de María santísima y san José, quienes son representados en las imágenes del pesebre, a preparar el camino del Señor para que en la Navidad llegue la presencia liberadora de Jesús a nuestras vidas y a nuestros hogares, a nuestros lugares de trabajo, a nuestra ciudad, a nuestro país y al mundo entero, y con nuestra colaboración se vaya haciendo posible en nuestra sociedad un mundo nuevo en el que, como dice el Salmo 85, se encuentren y se besen la justicia y la paz.
Preguntas para la reflexión
- ¿Qué mociones espirituales suscita en mí este comienzo del Evangelio según san Marcos?
- ¿Cómo percibo que debo responder a la invitación que se me hace a preparar el camino del Señor?