Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
En aquel tiempo dijo Jesús: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.» Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Entonces Jesús les dijo: «Les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. La persona come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en ella. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, quien me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de los antepasados de ustedes, que lo comieron y murieron; quien come de este pan vivirá para siempre.» (Juan 6, 51-58).
La fiesta solemne del Cuerpo y la Sangre de Cristo comenzó a celebrarse desde el año 1246 en la ciudad belga de Lieja y fue extendida luego a toda la Iglesia occidental por el papa Urbano IV en 1264, para proclamar la fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Era preciso reafirmar así la adhesión a esta verdad de la fe, con el fin de contrarrestar los planteamientos de quienes en aquella época negaban dicha presencia real y enseñaban que el pan y el vino consagrados en la Eucaristía eran simplemente un símbolo conmemorativo de la última cena del Señor.
Reflexionemos sobre lo que significa y debe significar para nosotros la Eucaristía, a la luz de las lecturas bíblicas de este domingo (Deuteronomio 8, 2.3.14b-16a; I Corintios 10, 16-17; Juan 6, 51- 58), en el cual reafirmamos nuestra fe en la presencia real de nuestro Señor Jesucristo en las especie consagradas del pan y del vino.
La Eucaristía es sacrificio y sacramento
Como sacrificio, la Eucaristía es el memorial que no sólo recuerda, sino que además actualiza el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, nuestro Redentor, quien se ofrece a Dios Padre como el cordero pascual que carga sobre sí el pecado del mundo y se entrega a sí mismo en la cruz para salvarnos y darnos vida eterna.
Como sacramento, la Eucaristía es un signo sensible de la acción salvadora de Dios por medio de su Hijo Jesucristo resucitado, su Palabra hecha carne que nos alimenta espiritualmente al comunicarnos su propia vida y que por la acción del Espíritu Santo nos une en comunidad.
La Eucaristía es presencia real de Cristo resucitado
La presencia de Cristo en la Eucaristía no es aparente, es real. Pero esta realidad no es la de un fenómeno material verificable por los sentidos o por una experimentación físico-química, sino la de un misterio de orden espiritual, sólo captable por la fe. Esto es lo que nos enseña el Discurso del Pan de Vida pronunciado por Jesús después de la multiplicación de los panes, y del cual se nos presenta un fragmento en el Evangelio de hoy. Los versículos con los que continúa el capítulo 6 del mismo Evangelio (Juan 6, 59-63) son claros al respecto, sobre todo cuando Jesús explica que las palabras que ha dicho “son espíritu y vida” (6, 63), refiriéndose al sentido de lo que Él quiso significar cuando dijo: “mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (6, 55.
Ahora bien, esa presencia espiritual suya después de su muerte y resurrección, quiso invitarnos Jesús a reconocerla en las especies del pan y el vino consagrados en la Eucaristía con el rito y las palabras que Él mismo, en la última cena antes de su pasión, les dijo a sus primeros discípulos que repitieran en conmemoración suya. Él es la Palabra de Dios que nos alimenta no sólo con sus enseñanzas, sino con su vida resucitada que nos comunica cuando recibimos su Cuerpo y su Sangre, estando siempre disponible para nosotros en lo que llamamos el Santísimo Sacramento. Tal es el sentido de la reserva de las hostias consagradas que después de la Misa son guardadas en el Sagrario, para nuestra adoración constante y para la comunión de quienes no han podido participar presencialmente en la celebración eucarística.
La Eucaristía nos une en comunidad
Al partir y comer el mismo pan, y al beber conjuntamente del mismo cáliz, compartiendo así la presencia de Jesucristo que se nos comunica alimentándonos con su vida resucitada, el Espíritu Santo, si lo dejamos actuar, nos une en una comunidad de amor que celebra y vive la “Acción de Gracias”, que es lo que significa en griego la palabra “Eucaristía”: Acción de gracias a Dios Padre por la mediación redentora su Hijo Jesucristo, unidos por el Espíritu Santo. Así sucedió con los primeros discípulos de Jesús unidos en oración con María, su madre -en quien por obra del mismo Espíritu la Palabra de Dios se hizo carne- y así también sucede con nosotros cuando en la Santa Misa se hace presente Cristo resucitado y nos alimenta con su Cuerpo y Sangre gloriosos.
A este respecto es preciso tener en cuenta, por una parte, que en cada especie consagrada de pan y vino está Él presente en la totalidad de su vida gloriosa; y por otra, que, si bien en caso de no poder asistir físicamente o de no poder comulgar por causa de algún impedimento vale unirse en forma virtual a la celebración transmitida y/o hacer la comunión espiritual, la participación presencial con la comunión física es la forma genuina y plena de celebrar la Eucaristía. Y digo “celebrar” porque es toda la comunidad presente la que celebra, siendo el sacerdote quien preside la celebración.
Terminemos evocando la Carta Apostólica “Mane nobiscum Domine” (“Quédate con nosotros, Señor” -que fue lo que le dijeron a Jesús los discípulos que iban de camino a Emaús-), escrita por el papa san Juan Pablo II como una especie de testamento para el Año de la Eucaristía (2005), en el cual pasó a la vida eterna. Dice así en su número 20: “La Iglesia es el cuerpo de Cristo: se camina con Cristo en la medida en que se está en relación con su cuerpo. Para crear y fomentar esta unidad Cristo envía el Espíritu Santo. Y Él mismo la promueve mediante su presencia eucarística. En efecto, es precisamente el único Pan eucarístico el que nos hace un solo cuerpo. El apóstol Pablo lo afirma (1 Co 10,17): «Un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan».”
Preguntas para la reflexión:
- ¿Qué sentimientos espirituales suscitan en mí las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy?
- ¿Qué significa para mí la acción de “comulgar”, a la luz de lo que dice Pablo en la 2ª lectura?
- ¿Qué importancia tiene para mi vida de fe y que mociones suscita en mí el encuentro frecuente con el Señor, al recibir a Jesús vivo presente en las especies del pan y del vino?