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«¿Quién dicen que soy yo?»

El mensaje del domingo

XXI Domingo Ordinario Ciclo A – agosto 27 de 2023

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús les preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.» Él les preguntó: «Y ustedes, ¿Quién dicen que soy yo?» Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.» Jesús le respondió: «Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.» Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías (Mateo 16,13-20).

Este relato nos invita a preguntarnos sobre el sentido que tienen para nosotros tanto la persona de Jesús como la Iglesia o comunidad de fe fundada por Él. Meditemos sobre ello, teniendo en cuenta también las otras lecturas bíblicas [Isaías 22, 19-23; Salmo 138 (137), Romanos 11, 33-36].

1.- “Y ustedes, ¿Quién dicen que soy yo?”

La pregunta también se dirige a cada uno de nosotros. Se dicen muchas cosas acerca de Jesús de Nazaret. Que fue uno de los más grandes personajes de la historia, una “superestrella”, un líder revolucionario, afirman unos; otros replican que fue un simple hombre magnificado por sus discípulos, y no faltan quienes lo consideran un mito, arguyendo que es una invención. De todos modos, la cuestión sobre Jesús sigue vigente después de veinte siglos y nos interpela a nosotros. ¿Quién es Jesús para mí? Este es el interrogante al que todo creyente está invitado a responder más allá de la fórmula del Credo en la que, después del reconocimiento de Dios Padre como Creador del universo, decimos: “Creo en Jesucristo su único Hijo, nuestro Señor…”.

San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, invita en sus Ejercicios Espirituales, al proponer las contemplaciones sobre la vida de Cristo desde su Encarnación hasta su Pasión, a pedir “conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga”. No cualquier conocimiento -un concepto intelectual o una noción aprendida-, sino un conocimiento interno, es decir, profundo y vivencial, que sólo podemos adquirir y desarrollar al disponernos, en un clima de meditación o reflexión espiritual y oración, a recibirlo como un don de Dios mismo (“porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo”), pues Él es el único que nos puede dar ese conocimiento, como puede inferirse de la segunda lectura (Romanos 11, 33-36).

2.- “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”

La profesión de fe manifestada por Simón, no proveniente de su razón sino de la revelación de Dios –como se lo dijo Jesús–, constituyó la base del Credo cristiano: reconocer en Jesús a Dios hecho hombre, Ungido o Consagrado (que es lo que significa “Mesías” en hebreo y “Cristos” en griego) como Salvador de la humanidad, para establecer en ella el Reino de Dios, es decir, el Poder del Amor. Un detalle de especial significación es el adjetivo que sigue al título Hijo de Dios. Se trata del Dios vivo, es decir, Aquél que, a diferencia de los ídolos o falsos dioses -que son inertes-, es la fuente de la vida, y más específicamente de la vida eterna. Esta afirmación alcanzaría su plena realización cuando Jesús, después de su muerte en la cruz y su resurrección, fuera reconocido por sus discípulos como el Señor, el Cristo, el Mesías.

Y esta es la razón del mandato que les da Jesús al final del pasaje del Evangelio: Y les mandó que no dijesen a nadie que él era el Mesías. Es decir, que no lo divulgaran hasta que pudiera ser entendido este reconocimiento, por la acción del Espíritu Santo, no en el sentido de un mesianismo político, sino en el de lo que verdaderamente era su misión.

3.- “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia

La palabra Iglesia -en griego Ekklesía-, que aparece 115 veces en el Nuevo Testamento y proviene del verbo griego ek-kalein (= convocar), designa a la asamblea de los convocados para formar la comunidad de los creyentes en Jesucristo. La primera vez que aparece en los Evangelios corresponde al texto de Mateo que acabamos de leer, y se nos presenta en boca de Jesús: “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. La ciudad llamada Cesarea de Filipo, donde su ubica el relato, estaba construida sobre una roca. Jesucristo es reconocido por la reflexión bíblica como la piedra angular, imagen tomada del Salmo 118 (v. 22), citado por el propio Jesús en otra parte del Evangelio (Mateo 21, 42) y también por uno de los discursos de Pedro en el libro de los Hechos de los Apóstoles (4, 11). De modo que, si Jesús le da a Simón el nombre de Pedro (en arameo Cefas, en griego Petros = piedra), lo que le dice es que su misión es ser su máximo representante. Desde entonces, tanto en los Evangelios como en los Hechos de los Apóstoles, Pedro es presentado con respecto a éstos como el primero entre pares, y tal es la razón de la estructura jerárquica de la Iglesia Católica, en la que el Papa es sucesor de Pedro. De ahí la referencia a las llaves del Reino y a atar y desatar, símbolos que significan la potestad delegada por el Señor para cerrar y abrir, es decir, para gobernar la iglesia como su autoridad máxima visible. La primera lectura (Isaías 22, 19-23) se refiere a un mayordomo al que se le van a encomendar las llaves del palacio de David, y esta es precisamente la imagen que emplea Jesús para caracterizar la misión que le va a dar al apóstol Pedro y sus sucesores.

En cuanto a que “el poder del infierno no la derrotará”, otras versiones dicen “el imperio de la muerte no la vencerá”. El término griego que estas versiones traducen es el “hades”, que corresponde en la simbología helénica al lugar de los muertos, y es precisamente lo que significa en su origen la palabra latina “infernum” (la versión en latín del Evangelio se refiere literalmente a “las puertas del infierno”). De cualquier modo, lo que se quiere decir aquí es que el poder del mal o de la muerte no acabará con la Iglesia.

Invocando finalmente la intercesión de María, Madre de Dios y de la Iglesia, renovemos nuestra profesión de fe en Jesucristo, el Hijo de Dios que vive y actúa con la energía de su Espíritu Santo para congregarnos en esta comunidad de fe, y renovemos desde esta fe nuestra adhesión al máximo representante de Cristo en la tierra, actualmente el Papa Francisco, pidiéndole al Señor que lo ilumine y lo ayude con la sabiduría necesaria para la tarea que le encomendó a Pedro y a todos los que serían sus sucesores. Así sea.

Preguntas para la reflexión
  1. ¿Qué mociones o sentimientos espirituales suscita en mí este pasaje del Evangelio?
  2. ¿Cómo creo que puedo responder a la pregunta de Jesús sobre quién es el para mí?
  3. ¿Qué significa para mí reconocerme como miembro de la Iglesia fundada por Cristo?
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