Entre la gente que había ido a Jerusalén a adorar durante la fiesta, había algunos griegos. Éstos se acercaron a Felipe, que era de Betsaida, un pueblo de Galilea, y le rogaron: –Señor, queremos ver a Jesús. Felipe fue y se lo dijo a Andrés, y los dos fueron a contárselo a Jesús. Jesús les dijo entonces: –Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que, si el grano de trigo al caer en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da abundante cosecha. Quien ama su vida, la perderá; pero quien desprecia su vida en este mundo, la conservará hasta la vida eterna. Quien quiera servirme, que me siga; y donde yo esté, allí estará también quien me sirva. Y a quien me sirva, mi Padre lo honrará. ¡Siento ahora una angustia terrible! ¿Y qué voy a decir? ¿Diré “Padre, líbrame de esta angustia?”? ¡Pero precisamente para esto he venido! Padre, glorifica tu nombre. Entonces se oyó una voz del cielo, que decía: “Ya lo he glorificado, y lo voy a glorificar otra vez”. La gente que estaba allí escuchando, decía que había sido un trueno; pero algunos afirmaban: –Un ángel le ha hablado. Jesús les dijo: –No fue por mí por quien se oyó esta voz, sino por ustedes. Este es el momento en que el mundo va a ser
juzgado, y ahora será expulsado el que manda en este mundo. Pero cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Con esto daba a entender de qué forma había de morir. (Juan 12, 20-33).
1.- “Queremos ver a Jesús”
Los griegos de quienes habla el Evangelio podían ser “gentiles” -o sea no judíos-, o bien judíos de la dispersión llegados del norte y otros países a Jerusalén para la fiesta de la Pascua, que conmemoraba la liberación de los israelitas de la esclavitud en Egipto doce siglos antes. Hay así en el relato una alusión implícita a la universalidad del mensaje de Jesús. El episodio se sitúa junto al Templo, donde Él enseñaba pocos días antes de su pasión, probablemente en el llamado “patio de los gentiles”, y aquellos griegos, que como dice el evangelista, “habían ido a adorar” -y por tanto eran creyentes en Dios-, quieren ver a Jesús no sólo físicamente -sin duda ya lo estaban viendo-, sino conocerlo y hablar con Él. Para ello los intermediarios son sus discípulos Felipe y Andrés, ambos con nombres griegos y oriundos de Galilea al norte de Israel, donde no sólo vivían judíos, sino también una cantidad significativa de gentiles, como lo indica el Evangelio de san Mateo (4,15-17) al narrar el comienzo de la vida pública de Jesús.
Nosotros también necesitamos conocer a Jesús. No nos puede bastar con oír hablar de Él. Es preciso que entremos en contacto con su persona, y esto sólo es posible si buscamos sinceramente encontrarnos con Él, en la oración y en los sacramentos, en especial la Eucaristía. En Jesús Dios mismo se nos ha dado a
conocer, según la profecía contenida en la primera lectura (Jeremías 31,31-34): “No tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: reconoce al Señor. Porque todos me conocerán”. Pero para que este conocimiento sea una realidad en nosotros, tenemos que disponernos activamente.
2.- “Si el grano de trigo al caer en la tierra no muere, queda solo…”
La imagen de la semilla aparece constantemente en los Evangelios y es empleada por Jesús para referirse al reino de Dios, es decir, al poder del Amor. Él mismo se identifica con el grano de trigo que se hunde en la tierra y muere para producir una vida nueva. La semilla debe morir para transformarse en la espiga
cargada de granos, de donde proviene la harina con que se hace el pan. “Yo soy el pan de vida”, había dicho Él (Juan 6,35), y al comulgar, nosotros expresamos nuestra intención de identificarnos con Él, estando dispuestos a entregar también nuestra vida al servicio del reino de Dios.
Ahora bien, ¿Qué significa Jesús al decir que “quien ama su vida, la perderá, pero quien desprecia su vida en este mundo, la conservará hasta la vida eterna”? Una afirmación similar aparece en los otros evangelios (Mateo 16,25-26 y paralelos): “El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa mía, la encontrará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?” Jesús se refiere a dos clases de vida: la de “este mundo” y la “eterna”; quien se aferra a esta vida terrenal y pasajera creyendo que es la única y definitiva, perderá la vida eterna; pero quien entrega su existencia en aras del Reino de Dios, en disposición a en todo amar y servir, vivirá feliz en la eternidad.
3.- “Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”
Jesús dice junto al Templo: “¡Siento ahora una angustia terrible! ¿Y qué voy a decir? ¿Diré ‘Padre, líbrame de esta angustia’? ¡Pero precisamente para esto he venido!” Y en Getsemaní, la víspera de su pasión, dirá: “Padre, si es posible, líbrame de este trago amargo, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mt 26,36-46 y paralelos). A la misma oración se refiere la segunda lectura (Hebreos 5,7-9): “Cristo… con voz fuerte y muchas lágrimas oró y suplicó a Dios, que tenía poder para librarlo de la muerte”, y “por su obediencia, Dios lo escuchó”. Sí, pero no librándolo de la muerte, sino resucitándolo a una vida nueva. A esto se refiere lo que continúa diciendo Jesús en el Evangelio: “Padre, glorifica tu nombre”. Y Dios Padre responde: “Ya lo he glorificado, y lo volveré a glorificar”. «Glorificar» significa confirmar la presencia del poder de Dios en una persona. Dios Padre había glorificado a Jesús en su bautismo y su transfiguración; y después de su muerte en la cruz, lo glorificará en su resurrección.
Por otra parte, cuando Jesús dice “Este es el momento en que el mundo va a ser juzgado, y ahora será expulsado el que manda en este mundo”, se refiere a que su muerte redentora será la victoria sobre lo que en los escritos de san Juan suele significar “el mundo”: todo lo que se opone a Dios y que tiene por
autor al maligno, al adversario, que es lo que significa “satán” en hebreo y “diábolos” en griego. Y finalmente, cuando dice que va a ser levantado de la tierra, se refiere no sólo a su muerte en la cruz – como lo explicita el evangelista-, sino también a su resurrección gloriosa. No podemos separar la una de la otra, pues se trata del paso a una vida nueva a través de la pasión redentora. Por eso mismo, al decir que atraerá a todos hacia Él, se refiere a lo mismo que le había dicho a Nicodemo (Jn 3,14-15): “el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”.
Preparémonos pues para celebrar la Semana Santa que comienza el próximo domingo, disponiéndonos al encuentro personal con Jesús de modo que se realice también en nosotros lo que Él dice: donde yo esté, allí estará también quien me sirva. Jesús, después de su pasión, está con su humanidad glorificada junto a Dios Padre. Y a quienes creemos en Él, nos anima la esperanza de participar de ese mismo estado de vida nueva y eternamente feliz. Renovemos por tanto nuestra fe en Cristo y proclamemos esta misma esperanza con el cumplimiento de la voluntad de Dios a imagen y semejanza de Él.
Preguntas para la reflexión
1. ¿Qué mociones suscita en mí la petición de los griegos del Evangelio que dicen “queremos ver a Jesús”, y como siento que puedo aplicarla a mi vida cotidiana?
2. ¿Cómo siento también que puedo aplicar a mi vida cotidiana el símbolo del grano de trigo que, muere para poder producir vida?
3. ¿Cuál percibo que puede o debe ser para mí el significado de lo que dice Jesús, “Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”?