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«Soy yo, no tengan miedo»

El mensaje del domingo

XIX Domingo Ordinario. Ciclo A – Agosto 13 de 2023

Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ.

Después de la multiplicación de los panes y los peces, Jesús les dijo a sus discípulos que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!» Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.» Él le dijo: «Ven.» Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame.» En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: «Realmente eres el Hijo de Dios.» (Mateo 14, 22-33).

Hoy la Palabra de Dios nos invita a reflexionar sobre la forma en que Él nos hace reconocer su presencia en los momentos difíciles, calmando las tempestades que nos zarandean y evitando que nos hundamos en las aguas del pesimismo y la desesperanza. Meditemos sobre el mensaje que nos trae el Evangelio, teniendo en cuenta también las otras lecturas (1 Reyes 19, 9a.11-13a y Romanos 9, 1-5).

 

1.- Jesús subió al monte a solas para orar

En varias ocasiones los Evangelios nos muestran a Jesús orando en el monte, donde el silencio invita a la paz espiritual. El monte del que se nos habla en este pasaje es una colina que se levanta junto a la ciudad pesquera de Cafarnaúm y desde cuya cima se ve el lago de Genesaret, también llamado mar de Galilea o de Tiberíades. En otro monte llamado Horeb -que es el mismo Sinaí- Dios se había hecho percibir no a través del huracán, del terremoto o del fuego con sus efectos destructivos, sino mediante el susurro del aire que representa el aliento renovador de su Espíritu, tal como lo experimentó el profeta Elías según la primera lectura, reconociendo en la brisa suave la presencia de Dios.

También nosotros podemos experimentar esa presencia alentadora de Dios si nos disponemos a que Él mismo nos salga al encuentro en el silencio interior, elevándonos por encima del ruido y de los trajines cotidianos, y dejando que el Espíritu Santo, que es el aliento vital de Dios mismo, llene nuestra vida como el aire puro que refresca y renueva la existencia.

 

2.- Mientras la barca iba sacudida por las olas, se les acercó Jesús

La barca de Pedro simboliza a la Iglesia o comunidad de los creyentes en Cristo, zarandeada por las olas de la persecución y las crisis que debe soportar. Hoy, amenazada por la incomprensión, los escándalos provenientes del mal comportamiento de no pocos de sus integrantes y la animadversión de quienes quieren verla desaparecer, necesitamos renovar la fe en nuestro Salvador.

También a nosotros, a cada uno y a cada una, nos toca afrontar momentos de oscuridad y vientos contrarios en el transcurso de esta vida terrena, y es en esas situaciones cuando necesitamos reconocer la presencia animadora y salvadora de Jesucristo resucitado, prefigurada en el relato del Evangelio, que se nos acerca para confortarnos con sus palabras y alimentarnos con su vida en la Eucaristía.

 

3.- “¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!”

La exhortación a no tener miedo se encuentra 365 veces en la Biblia. En esta ocasión, evocando el nombre de Yahvé (“Yo soy”), con el que Dios se le había manifestado a Moisés (Ex 3,14), se trata de una invitación a confiar plenamente en su poder, capaz de aplacar las tempestades y no dejaros hundir por las dificultades que nos toca afrontar tanto social como individualmente. San Pablo en la segunda lectura se refiere a la presencia de Dios que se hizo sentir en el pueblo de Israel de muchas formas, pero que se reveló de manera definitiva en Jesús, cuyo nombre en hebreo quiere decir Yahvé salva, y quien invita a sus discípulos a reconocer su presencia en medio de la tempestad. Más adelante el mismo Mateo (17, 1-9) cuenta cómo en su Transfiguración, que conmemoramos el domingo pasado, les mostró a varios de sus discípulos lo que sería su presencia resucitada.

También a nosotros, mientras navegamos por el mar de este mundo hacia el puerto de la vida eterna, se nos quiere manifestar el Señor en medio de las dificultades que se nos presentan como olas amenazantes. Ahora bien, para reconocerlo y ser salvados por Él, necesitamos la fe que muchas veces nos falta, como a Pedro, pero que Jesús mismo está dispuesto a concedernos si nos reconocemos necesitados de ella. Sintamos que nos dice: Ánimo, soy yo, no tengan miedo, y pidámosle como Pedro, Señor, sálvame, confiados en que Él nos agarra y no nos deja hundir.

Conclusión

Al final, todos los discípulos exclaman: Realmente eres el Hijo de Dios, título del Mesías prometido. Más adelante Pedro, respondiendo a la pregunta de Jesús sobre quién creen que es Él, le contesta: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16). Nosotros, como sus primeros discípulos, decimos en el Credo, luego de proclamar nuestra fe en Dios Padre: Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor… Único” quiere decir aquí que es el Hijo de Dios Padre tanto en su naturaleza divina como en la humana. Y si nosotros somos llamados también hijos de Dios, lo somos porque participamos, por su gracia, de la condición filial de Jesús.

Invoquemos por último la intercesión de María santísima en la antevíspera del misterio de su Asunción por el cual participa de la gloria de Dios en cuerpo y alma -o sea en la totalidad de su ser-, pidiéndole que nos alcance de su Hijo la fe requerida para no dejarnos hundir en las situaciones tormentosas, que ella también padeció y en las cuales se mantuvo firme acompañando en la oración, como Madre de la Iglesia, a la naciente comunidad de discípulos y discípulas de Jesús.

 

Preguntas para la reflexión
  1. ¿Qué mociones o sentimientos espirituales suscita en mi este pasaje del Evangelio?
  2. ¿Qué situaciones tormentosas he vivido y cómo se me ha manifestado el Señor en medio de ellas?
  3. ¿De qué siento que tengo miedo actualmente y cómo percibo que me invita el Señor a superarlo?
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