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«¿También ustedes quieren irse?»

El mensaje del domingo

XXI Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B – 25 de agosto de 2024

Lecturas bíblicas: Josué 24, 1-18; Salmo 34 (33); Efesios 5, 21-32; Juan 6, 60-69

 

Después de oír las palabras de Jesús sobre el pan de vida, muchos de sus discípulos dijeron: “¡Qué enseñanza tan difícil! ¿Quién puede entenderla?” Jesús, sabiendo que sus discípulos criticaban sus palabras, les dijo: “¿Esto les hace tropezar en la fe? ¿Y cuando vean al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es el que da vida, la sola carne no sirve para nada. Las palabras que yo les he hablado son espíritu y vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen”. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién lo iba a traicionar. Entonces añadió: “Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí si mi Padre no se lo concede”. Desde ese momento, muchos de sus discípulos lo abandonaron y no siguieron con él. Entonces les dijo a los doce: “¿También ustedes quieren irse?”. Simón Pedro le contestó: “Señor, ¿A quién iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna! Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Juan 6, 60-69).

El Discurso del Pan de Vida pronunciado por Jesús después de la multiplicación de los panes termina con un diálogo entre Él y quienes lo escuchaban en la sinagoga de Cafarnaúm. Centrémonos en tres frases que nos trae hoy el Evangelio y tratemos de aplicarlas a nuestra vida.

 

1. “Qué enseñanza tan difícil…”

Lo primero que conviene resaltar es la reacción de quienes no aceptaban la enseñanza de Jesús. También hoy es frecuente ver cómo muchos pierden la fe porque les parece difícil comprender la Palabra de Dios y asumir lo que implica creer en Él. Esta tentación nos puede sobrevenir también a nosotros. La fe es un don de Dios, y a la vez supone y exige un esfuerzo para comprender las realidades trascendentes, y para llevar a la práctica el compromiso que ella misma implica.

No es fácil entender la Palabra del Señor cuando exige superar el plano de lo material. Por eso tampoco es fácil, por ejemplo, asumir todas las implicaciones del compromiso que conlleva el sacramento del matrimonio, del cual habla Dios a través del apóstol san Pablo en la segunda lectura de hoy. Aunque el contexto cultural de esta exhortación es el de una mentalidad según la cual las mujeres debían estar sometidas a sus maridos como si fueran esclavas, Pablo les dice a los esposos que amen a sus esposas “como a su propio cuerpo”, lo cual sigue siendo vigente hoy, dados los hechos de violencia conyugal que con frecuencia son noticia en los medios de comunicación.

Vivir de acuerdo con la fe en Jesucristo implica la exigencia de una decisión tajante. “Escojan hoy a quién servir”, dice en la primera lectura Josué, a quien le correspondió dirigir la entrada de los israelitas en la tierra prometida después de la muerte de Moisés. Esta elección es difícil, pues la opción por el Dios verdadero exige renunciar a los ídolos, que son nuestros afectos desordenados.

 

2. “El Espíritu es el que da vida; la sola carne no sirve para nada”

Muchos de los que oían a Jesús no entendieron ni aceptaron sus enseñanzas porque pensaban que lo de comer su carne y beber su sangre era un acto caníbal. Se quedaban en la materialidad del signo y por eso no eran capaces de comprender su sentido espiritual.

El Salmo que este domingo se recita después de la primera lectura dice en una de sus estrofas que son los humildes los que pueden escuchar lo que dice el Señor y alegrarse al oír su Palabra: “que los humildes lo escuchen y se alegren”. En este mismo sentido, para entender y vivir el sacramento de la Eucaristía, al cual se refiere Jesús en su Discurso del Pan de Vida, es preciso que nos abramos con humildad y sencillez al don de la fe que nos llega por la acción del Espíritu Santo.

Y es el Espíritu Santo, por obra y gracia del cual fue posible que la Palabra de Dios se hiciera carne en Jesús de Nazaret, el que nos hace posible creer en la presencia real de Cristo en las especias eucarísticas del pan y el vino consagrados, que son su cuerpo y sangre gloriosos, es decir, su vida resucitada que nos alimenta espiritualmente en el camino de nuestra existencia presente.

 

3. “Señor, ¿A quién iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna!”

Estas palabras del apóstol Pedro constituyen una oración que nosotros podemos hacer también nuestra. En medio de las tentaciones de abandonar el camino del seguimiento de Jesús, y ante el hecho de tantos que se resisten a acoger la Palabra de Dios o dejan de creer en Jesús, como le sucedió a Judas Iscariote, el traidor al que se refiere también el Evangelio de hoy (“Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién lo iba a traicionar”), el Señor nos pregunta a nosotros lo mismo que a sus primeros discípulos: “¿También ustedes quieren irse?”.

Para responderle de la misma forma en que lo hizo Pedro, quien habla en el Evangelio como el apóstol que Jesús había escogido para ser después de su muerte y resurrección el máximo guía visible de la comunidad de fe que iba a ser su Iglesia, tenemos que disponernos con humildad y sencillez a dejarnos empapar por el Espíritu Santo, para que Jesús, la Palabra de Dios hecha carne en el seno de María y que se nos da como alimento espiritual en la Eucaristía, nos transforme y haga posible en cada uno de nosotros la vida eterna. Que así sea.

 

Preguntas para la reflexión
  1. ¿Qué considero que implica para mí creer en la Palabra de Dios, según lo que me dicen las lecturas bíblicas de este domingo?
  2. ¿Qué significa para mí la fe en el sacramento de la Eucaristía y cómo siento que debo vivirla?
  3. ¿Cómo siento que puedo aplicar a mi vida lo que le dice Pedro a Jesús (“¿Señor, A quién iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna!”)?
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