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Invasión de haitianos a Pasto

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Por: Gustavo Jiménez Cadena, S.J.Agosto 18, 2016 Toda esta semana los hemos visto caminar por nuestras calles: afrodescendientes todos ellos, jóvenes, altos, de porte muy esbelto, curtidos por el trabajo y el sol, con sus mujeres y niños, y con sus mochilas al hombro. También los vimos amontonados en la calle, frente a las oficinas de Migración: una multitud de quinientos a setecientos, angustiados, luchando para ser atendidos por las autoridades, en demanda de un papel que certifique que tienen permiso de permanecer 30 días en el país y poder viajar hasta la frontera con Panamá. Los amigos haitianos que pasan por Nariño son unos valientes que merecen nuestra admiración. La mayoría vienen del sur de Brasil. Han recorrido ya más de cinco mil kilómetros en buses y camiones y algunos trechos a pie. Han pasado por tres o cuatro fronteras, en algunas de las cuales han sido maltratados. Han dormido donde pueden, en hoteles baratos, y a veces en el duro y frío asfalto de las calles. Unos días han podido comer bien, pero en otros no han probado bocado. Pocos saben hablar nuestro idioma. El 12 de enero del año 2010 Haití sufrió una de las tragedias más grandes de la historia. Un terremoto segó la vida de 316.000 personas y dejó heridas a 350.000. Millones perdieron sus casas y todos sus haberes. La tragedia obligó a miles de haitianos a refugiarse en Brasil, para comenzar una nueva vida. En ese país trabajaron y vivieron hasta hoy. Ahora, con la crisis económica de Brasil, la falta absoluta de empleo los ha puesto en la disyuntiva de morir de hambre o vivir de limosna. Estos valientes haitianos, para subsistir, han resuelto emprender un viaje de más de 10.000 kilómetros en busca del sueño americano en los Estados Unidos. Me junté con ellos frente a Migración, en la calle. Vi varias mujeres con sus bebés. Por la emisora Ecos de Pasto hice un llamado a la solidaridad: a estos hermanos haitianos démosles respeto, acogida cariñosa y ayuda económica. La respuesta fue generosa. Es verdad que los primeros días casi nadie se preocupó por ellos. Nos demoramos en reaccionar. Nos tomó por sorpresa la llegada a la ciudad de migrantes, en número tan elevado. Pronto se despertó el espíritu tradicional de acogida de los pastusos y llovieron las ayudas. Incluso en algunos momentos sobró comida. Conocí el caso de un taxista que se dedicó a llevar haitianos al terminal sin cobrarles y luego vino a la Casa Mariana a darme cien mil pesos para ayudarles. ¡Adiós, amigas y amigos haitianos! Nunca nos volveremos a ver. Tuvimos la oportunidad de ofrecerles una pequeña caricia fraternal, como alivio en su penosa marcha hacia lo incierto. Ya aprendimos la lección de cómo dar una mano oportuna a los hermanos migrantes que vuelvan a pasar por nuestra ciudad.

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