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Jesús como un desechable

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Por: Gustavo Jiménez Cadena, S.J.Abril 22, 2016 Durante la Semana Santa fue colocada, en el patio de San Egidio del Vaticano, una estatua de Jesús en la forma de un mendigo, de esos que vagan durante el día por la ciudad de Roma y pasan la noche a la intemperie tirados a la puerta de una iglesia o de un edificio público. La estatua, en bronce, es de tamaño natural. Impresiona por su realismo. Representa a Cristo tendido sobre una banca, cubierto totalmente por una cobija harapienta, con sólo los pies que sobresalen marcados por los clavos de la crucifixión. Esta obra hiperrealista ha sido realizada por el escultor canadiense Timothy Schmalz, autor también de un Jesús mendigo que pide limosna en la entrada principal del Hospital Santo Spirito de Roma. El autor justifica sus obras con estas palabras: “Cuando vemos a los marginados, deberíamos ver a Jesucristo. En la persona del pobre y de los últimos está el rostro y la persona de Cristo”. Es irónico que la representación escultórica de un Jesús pobre sin techo, se valore como una obra de arte, como un bello adorno, al paso que a un infeliz “desechable” se lo considere como un estorbo, un fastidio, un elemento desagradable que ojalá desapareciera para siempre de nuestras calles. El Jesús de la estatua es una simple representación, al paso que el Jesús en la persona del sintecho es una realidad. Es fácil decir que Jesucristo está en el pobre pero no es igualmente fácil tratar al pobre como a Jesucristo. Hace pocos días los periódicos contaron que en La Habana, para la llegada del presidente Obama, se hizo una recogida de mendigos. Otro tanto se hizo en Bogotá con los gamines y las prostitutas cuando vino el papa Pablo VI al Congreso Eucarístico. Lo importante no es esconder la triste realidad sino cambiarla. ¿Es posible para nosotros hacer algo por los sintecho de nuestras ciudades? Individualmente somos incapaces de dar una solución de fondo a este inmenso y complejo problema. Especialmente cuando están de por medio el alcohol, las drogas y la degeneración biológica. La solución del problema nos supera. Pero sí está en manos de cada uno de nosotros hacer algo. Sí podemos abolir para siempre de nuestro diccionario el término “desechable” referido a una persona, por degradada que la veamos. Quien declara como desechable a un ser humano, implícitamente está reclamando su eliminación: una actitud criminal. Sí podemos tratar al hombre y a la mujer de la calle con respeto y dignidad. Jamás con desprecio. Jamás con rechazo y repugnancia. Sí podemos eventualmente y con discernimiento proporcionarles ciertas atenciones, de esas que el papa Francisco practica con ellos y llama “pequeñas caricias”. No remedian el mal, pero sí lo alivian y constituyen un llamado a ocupar en la sociedad el puesto que les corresponde. Si con fe cristiana levantamos el borde de la cobija deshilachada que cubre al que duerme tirado en la calle, nos encontraremos con una cara conocida: la cara de Jesús.

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