Por: Gustavo Jiménez Cadena, S.J.Enero 26, 2017 ¿Por qué una jornada de oraciones por la unión? Por tres razones fundamentales. La primera es obvia: pedimos la unión, porque los cristianos estamos profundamente divididos. La imagen que proyectamos ante el mundo es la de una ventana de vidrio que acaba de recibir una pedrada al término de una manifestación: fragmentada en mil pedazos. Basta con recorrer los barrios de la ciudad de Pasto para ver la cantidad de iglesias, católicas y no católicas, distintas y opuestas entre sí, que se proclaman seguidoras de Jesús. La segunda razón es porque Jesucristo manifestó el deseo claro de que sus seguidores permanecieran unidos. Así oró al Padre en la última cena: “Te pido que todos los que han de creer en mí, permanezcan unidos (…) para que el mundo conozca que tú me has enviado” (Juan,17,21). En tercer lugar, los cristianos oramos para solicitar la ayuda de Dios en una tarea que reconocemos muy difícil y que está por encima de nuestras fuerzas: unirnos alrededor de Jesucristo en una misma fe y amor cristianos. El primer paso, hacia la unión deseada por Jesús, consiste simplemente en considerarnos y tratarnos como hermanos: unidos por una misma fe en Jesucristo Dios y Salvador y hermanos en un mismo bautismo; aunque dolorosamente divididos en doctrinas y formas de iglesia. No sé si el jesuita de la India, Tony de Mello, se inventó el siguiente cuento o alguien se lo contó. Creo que esta simpática historia nos pone a pensar en estos días en que estamos orando por la unión de nuestras iglesias cristianas: “Jesucristo nos dijo que nunca había visto un partido de fútbol. De manera que mis amigos y yo lo llevamos a que viera uno. Fue una feroz batalla entre los “Punchers” protestantes, y los “Crusaders” católicos. Marcaron primero los “Crusaders”. Jesús aplaudió alborozadamente y lanzó al aire su sombrero. Después marcaron los “Punchers”. Y Jesús volvió a aplaudir entusiasmado y nuevamente voló su sombrero por los aires. Esto pareció desconcertar a un hombre que se encontraba detrás de nosotros. Dio una palmada a Jesús en el hombro y le preguntó: “¿A qué equipo apoya usted, buen hombre?” “¿Yo?”, respondió Jesús visiblemente excitado por el juego. “¡Ah!, pues yo no soy hincha de ningún equipo. Sencillamente disfruto del juego.” El hombre, se volvió a su vecino de asiento y, haciendo un gesto de desprecio, le susurró: “Humm… Yo creo que este tipo debe ser un ateo!” Cuando regresábamos del partido, le comentamos a Jesús nuestra situación religiosa de Nariño. Es curioso que a veces nos tratemos como enemigos, y que nos desuna y enfrente precisamente la persona de Jesús con quien todos nos proclamamos íntimamente vinculados. Las leyes de la lógica no pueden fallar: dos cosas unidas a una Tercera (¡con mayúscula!), si están realmente unidas con Él, no pueden estar desunidas entre sí.