Por: Gustavo Jiménez Cadena, S.J.Septiembre 7, 2016 La Iglesia somos todos los católicos bautizados. Haciendo pleno uso de nuestra libertad, unos diremos sí al plebiscito y otros dirán no. Pero la pregunta que se plantean muchos, al referirse a la Iglesia, no es sobre los católicos rasos, sino sobre la actitud de las autoridades eclesiásticas: ¿Cómo han mirado los jerarcas de la Iglesia el proceso de paz de Colombia y el plebiscito? ¿Son ellos partidarios del sí o el no? La posición de los obispos colombianos ha sido muy clara. El camino hacia la paz no es la eliminación del enemigo con las armas, sino el diálogo y la negociación: sí a la conversación civilizada, no a las balas y las bombas. En su declaración del 8 de julio dijeron: “La Iglesia, que siempre ha trabajado a favor de una salida negociada de la confrontación armada para que se superen todas las formas de violencia existentes en nuestro país, ve con esperanza el dialogo que ha tenido lugar en la Habana”. Para la terminación del conflicto con el Eln también postulan la negociación: “Hacemos un vehemente llamado a la guerrilla del Eln para que, interpretando el deseo de paz de todos los colombianos, abra sus puertas al dialogo y a la construcción de un país con justicia social desde la participación política y no desde las armas”. Mientras en Colombia algunos políticos gritaban a los cuatro vientos su rabiosa oposición a los acuerdos de la Habana, el Papa Francisco expresó su alegría cuando conoció el fin de las negociaciones: “Me siento feliz ante esta buena noticia. Confío en que los países que han trabajado por lograr la paz, blinden este acuerdo para que nunca más se vuelva a un estado de guerra”. Los obispos avizoran, más allá de los acuerdos, “una Colombia nueva, reconciliada y en paz, e invitan a todos los hombres de buena voluntad a caminar hacia allá”. Por su parte, el Papa Francisco insiste en que no se dé marcha atrás: “No tenemos derecho a permitirnos otro fracaso en este camino de paz y reconciliación”. Todo indica que, en buena lógica, después de un apoyo tan decidido a todo el proceso de paz, los obispos deberían dar un último paso: el de pedirnos explícitamente refrendar el plebiscito con nuestro voto. Pero no fue así: aquí los obispos se detienen. Con un gran respeto al ámbito de la conciencia individual, nos animan a votar con plena libertad: a cada uno, sin presiones externas, corresponde la decisión del sí o del no. Iluminado por los principios cristianos, mi voto personal en el plebiscito será un categórico sí. Pero mi decisión personal no puedo imponérsela a nadie en virtud de la fe cristiana. Tampoco tienen derecho a imponer la suya los jerarcas de la Iglesia, porque en la decisión sobre un asunto político concreto como éste del plebiscito, entran en juego, además de la fe cristiana, otras muchas consideraciones de libre discusión. Es iluminador el análisis que hace Pablo VI, en su carta apostólica Octogésima Adveniens, sobre el compromiso político de los cristianos en los casos concretos. El pontífice concluye: “En las situaciones concretas y habida cuenta de las solidaridades vividas por cada uno, es necesario reconocer una legítima variedad de opciones posibles. Una misma fe cristiana puede conducir a compromisos diferentes” (O.A. 50). Después de proclamar este legítimo pluralismo de opciones políticas entre los creyentes, para determinadas situaciones, el Concilio Vaticano II advierte: “Recuerden que a nadie le es lícito en estos casos invocar a su manera la autoridad de la Iglesia en su favor exclusivo” (G.S. 43). De ahí que el sí o el no, en el plebiscito, no lo debe pronunciar la autoridad eclesiástica sino la libre conciencia de cada uno.