Este fue el título de la reunión que tuvo lugar en Roma del 5 al 8 de diciembre, y que congregó en la Curia General, a cerca de 100 personas delegadas de casi todas las Provincias jesuitas del mundo. Las mañanas fueron dedicadas a espacios de conferencias. Las tardes a conversatorios y talleres en grupos más pequeños, con la intención de poder compartir experiencias provenientes de múltiples y variados contextos. Cada jornada se cerraba con la celebración de la eucaristía, momento privilegiado para agradecer en comunidad y decantar las mociones del día.
¿En qué sentido este encuentro resultó inspirador?Y ¿Qué resultados podemos esperar? En relación con la primera pregunta, fue muy iluminadora la intervención del Padre General[1] que, de manera clara y sencilla, señaló que todo proceso de planificación apostólica en la Compañía se debe percibir como una “oportunidad de renovación, superando la tentación de concebirla como exigencia administrativa impuesta desde arriba”. Un instrumento de cambio y de renovación de nuestra vida-misión. Esto, desde una perspectiva espiritual, una planificación que se define para la Compañía de Jesús hoy, como una experiencia espiritual de elección, en la que recordamos que no somos una empresa ni una ONG, sino “un cuerpo apostólico que planifica espiritualmente y no solo gerencialmente”, porque lo que nos mueve a ello es, ante todo, el querer ser “instrumentos de la acción de Dios en la historia al modo como inspiró el Espíritu Santo en las personas de Ignacio de Loyola y los primeros compañeros”.
En relación con la segunda pregunta, el mismo Padre General nos traza una ruta, desde la perspectiva de las PAU, no sólo para la Provincia en su conjunto, sino también para nuestras Regiones y Obras: 1) Sentirnos llamados a dejar de trabajar sectorialmente y a privilegiar las convergencias en focos de interés comunes, que nos permitan aprovechar mejor los recursos de los que disponemos; 2) Sentirnos llamados al movimiento al que los verbos de cada una de las PAU nos invitan (mostrar, caminar, acompañar, colaborar en el cuidado); 3) Una conversión al Espíritu Santo, y sentirnos movidos a escucharlo en todo proceso de planificación apostólica; 4) Sentirnos invitados a convertirnos unos a otros, reconociendo que no somos solo humanos-hacedores, sino seres humanos; y 5) Una conversión a la propia planificación, con el llamado contundente del Padre General a no perder la esperanza y a no caer en el pesimismo derivado de números más pequeños que nos lleve a estrechar nuestra visión.
En este sentido, y como conclusión, los resultados que podemos esperar, luego de esta reunión y como parte de los procesos de discernimiento y planificación apostólica en curso en nuestra Provincia y en nuestras obras, serán aquellos que estemos dispuestos a construir como cuerpo apostólico.
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